Otra noche de trabajo

Emily es su nombre de calle. No desea dar su verdadera identidad por temor a que algún familiar o amigo la pueda reconocer. Decide hablar conmigo ya que “necesita”, según ella, desahogarse con alguien acerca de la situación que está viviendo en este minuto y que ya no puede controlar más. (La confianza para lograr las siguientes confesiones se obtienen luego de 4 semanas de seguimiento y reiteradas conversaciones en cada amanecer). Esta es su playstoria:

Emily llega puntual a su trabajo nocturno en la comuna de Lo Barnechea. Son las 22 horas y debe cambiarse el uniforme escolar lo más rápido posible antes que un cliente la vea llegar –comúnmente ellos aparecen luego de medianoche-. En el trayecto a los camarines, la joven de 17 años saluda al administrado del local, el Octavio, y al resto de las niñas que trabajan con ella. La mayoría son universitarias que tratan de pagar sus estudios o chiquillas que desean ganar grandes sumas de dinero en poco tiempo. “En fin, cada una hace lo quiere con su vida”, confirma Emily cuando ya está lista para ponerse su respectivo uniforme: una tanguita -casi como un hilo-, un sostén y un par de tacos agujas bien brillantes; toda una vestimenta de un tono rojizo intenso. “Odio verme así, como un pedazo de carne. Pero si no lo hago no trabajo, no como, y no podría ahorrar la plata suficiente para cumplir mi sueño: ser una bailarina profesional, como esas del teatro nacional o las que salen en el programa Rojo”.

Son más de las 2 de la mañana y el lugar esta repleto de señores de corbata y traje. Los tragos se reparten en cada mesa, jovencitas voluptuosas bailan al ritmo de música sensual en los diversos “tubos” que tiene el escenario, y a un rincón del recinto, el letrero VIP es observado por decenas de transeúntes que van y vienen de la “sala especial” con una sonrisa acabada en sus rostros. Un ambiente que poco a poco desgasta a Emily, ya que ella sólo desempeña su labor como mesera “y nada más, lo juro”, asegura. Sin embargo, ésta no es su noche. El decrepito funcionario público llamado señor L. -por ahora- desea tener por unas horas la compañía de Emily. Incluso, le dice a Octavio que está dispuesto a pagar el triple del precio que estos “chinitos mugrientos y chilenitos ABC1 pasados a mierda. Yo pago caro por lo que me gusta, y si algo lo quiero, lo tengo”. El administrador mira a la chiquita con los ojos triste, vacila un segundo, y le indica que vaya al camarín. “En ese minuto no sabía qué hacer. Quería irme, pero no podía. Necesitaba el dinero, pero a la vez aquel hombre me repugnaba”, señala la colegiala. Sin embargo, sus dudas se las guardo para sí misma debido que se estaba sacando su uniforme para ponerse “el otro atuendo”.

Media hora después todo está en orden: la sala VIP queda despejada, los sillones de felpa rojos están vacíos y una canción de Barry White suena tan fuerte que opaca el ruido de los excitados clientes. Las luces del lugar bajan su voltaje para crear un ambiente más lúgubre que íntimo. El señor L. se mantiene sentado a sus anchas a la espera de la chiquilla elegida. Aprovecha el tiempo para sacarse su chaqueta Armani y desabrocharse los tres primeros botones de la camisa. El calor estival hace que el hombre setentón sude bastante, mostrando un aspecto poco apetecible. Y mientras el señor L. se va a sacar los pantalones, para apurar la previa, aparece Emily vestida con casi nada: sólo lleva puesto una tanguita -más pequeña que la anterior- de color blanco, zapatos del mismo tono y unos parches en sus pezones que dejan ver sus adolescentes pechos. En tanto, el rostro de la muchacha había sido pintado exageradamente, a tal punto que las lágrimas de sus ojos se mezclaban con los esmaltes y los brillitos. “Me sentía un monstruo que iba a estar con otro peor. Era una sensación de asco y lamento”, relata con más llantos. Para Emily observa a ese viejo y saber que debía “hacer su nuevo laburo” le producía vergüenza, y a la vez, repugnancia. Pero cuando se sentó al lado del señor L. no tuvo otra opción que cerrar los ojos y resignarse. “No podía saber si habían pasado una hora o quince minutos. Sus arrugadas manos se paseaban por mi cuerpo, esa lengua áspera y gigantesca se correteaba por mi cuello y mi cara. Era un animal. ¡Lo odio, te lo juro que lo odio!”.

Ya casi amanece. El local está por cerrar. Octavio cuenta la propina extra que saco por el trabajito realizado de su reciente mesera favorita. Algunas chiquillas se despiden con un empresario medio ebrio bajo el brazo en busca de un taxi, mientras que otras se visten para ir a clases o a sus casas. En cambio, Emily se mira en el espejo del baño luego del horrible episodio: su rostro está mugriento por la pintura corrida debido a los lengüetazos del señor L. y observa como algunos chupones se impregnaron en su piel con algún extracto de saliva. Desde la puerta del camarín el administrado le grita con entusiasmo: “¡Estuvo bueno el ascenso, ¿o no mijita?!”. Pero la apenada joven no desea contestarle. Al contrario, en silencio se saca lo que tenía de ropa y se dirige a la ducha. Su llanto es reconocido por quien les habla, mientras consumo una cerveza helada a un costado de los baños, cerca del bar. Y cuando Emily está lista para irse, sin dirigirle una palabra a nadie, totalmente arropada como si fuera invierno, me dice: “Estoy lista para hablar”.

¿De qué estamos hablando?

Playstorias:
Relatos, testimonios, pasajes cotidianos o incluso escenas (no podría clasificarlas en de una estructura narrativa, en todo sentido, concreta) que se ponen en movimiento por la gracia de la prosa y la necesidad instintiva, casi “velizaría” de iluminar la existencia de individuos que podrían estar frente a nuestras narices, pero no somos capaces de verlos, ya sea por decisión propia o simple desinterés. Anónimos del espector público con ganas de contar algo suyo. Sólo hay que poner play o cliquear esta dirección blogera para leer acerca de ellos.

No obstante, existe una pillería: estos personajes pueden ser reales o ficticios. Eso depende de la editorial de esta página, o sea de mí. Claro, yo decido. ¡Mmm, interesante! Bueno, mejor dejemos las verdades y exactitudes para otros sitios web, ya que éste jugará con la incertidumbre, tanto la suya como la mía.
Disfruten.