Furia transitoria

Asqueado de la terquedad de su madre, Ignacio sale con la velocleta por la ciudad. La noche estival fresca el rostro del muchacho mientras aumenta la velocidad. Son las 3 AM y no hay automóvil que interrumpa el recorrido. Ignacio medita sobre ruedas. No tiene otra forma. El movimiento le da libertad. Estar en casa es igual a aburrimiento. La Ex es sensación de ausencia y ansiedad. Las peleas familiares sombrean su entusiasmo hasta desmotivar, por un segundo, próximas aspiraciones. Pero el corajudo motor rechina con más fuerza. Es constante. Edificios, árboles y paraderos de micros se convierten en imágenes borrosas e indescriptibles para el ojo humano. La rapidez que alcanza la velocleta rompe el ámbito cotidiano y se adentra al abismo ficcionado, donde todo es posible, incluso la reconciliación.

Al llegar al Trébol, un inhóspito bar rockero y de buena onda, Ignacio rebobina. Del presente hacia atrás. Retrospección mental, porque hoy el local se encuentra cerrado. No hay visitantes ni locatarios para observar y pensar si recuerdan su presencia. Ignacio exponía sus dotes de vocalista grunge, con temas de Pearl Jam, Alices in Chains y de otros grupos noventeros en la noches Karaoke. La popularidad llegó sola. Y fue durante la actuación del tema Throw Your Arms Around Me que conoció a la innombrable. Chica rubia, tentadora, carnuda y divertida, pero hiriente. Ella alucinó las expectativas de Ignacio hasta dejarlo, después de unos meses, por nimiedades. Así y todo, esos encuentros y otras vivencias vuelven a Ignacio con premura. De dulce y de agraz. De embelesado cantante amateur a joven despechado. Por lo mismo, vuelve a acelerar.

El recorrido persiste. La solitaria autopista delibera la posibilidad de aventurarse, de no importar. Sólo existe el pavimento y uno, movilizado en la velo-destellante-cleta en busca de algo más. Alguien diferente que no ilusione, más bien, que encante. Niña alegre que diga las cosas de frente y no juegue con los sentimientos. Persona con la que puedas hablar horas sin delimitar el tiempo de término o de comienzo. Mujer que encienda tu líbido, pero que también produzca cosquilleos estomacales, ansiedades emocionales y buenas añoranzas. Esa alma noble que regocije el día…

Ignacio respira con dificultad. Siente que pierde la orientación, sin saber dónde se encuentra. La imagen de una joven se le aparece y se acerca para cobijarlo. El calor es constante, seductor; pacifico. La furia perece. Ignacio consigue paz. Y la sirena de una ambulancia se escucha desde la distancia. La voz femenina explica sobre el choque sin intención que le propino a su velocleta y pide que no se mueva. Ignacio nunca la haría ni lo hará. Encontró donde menos se lo esperaba.

-Destino, suerte, azar, magia negra o blanca o el dios cristiano, quién sea, gracias- exhala Ignacio antes de perder el conocimiento.

Muchos piensan que en los momentos más oscuro de la vida, una persona puede llegar a tu cotidianidad y remecerla completamente. Para Ignacio, el accidente no fue un agravio; al contrario, se convirtió en una oportunidad. Esa que se presenta de cuando en vez. Él acepta y reniega las represalias. Pisa el acelerado sin miedo alguno. Aventurero en busca del abrazo reciproco: el tierno y amado calor humano.

Pensamientos in the Chilean-wild

El Norte. El aire es limpio, el sol poderoso quema la piel y el viento ayuda a refrescar. Siento todo. Estado emocional. Pasan las horas. Y eso no importa. Aquí, el tiempo deja de existir para deliberar protagonismo al silencio. O mejor dicho: a la tranquilidad. Esa es la sensación que percibo a tres metros del suelo en una pierda pensante. No hay espacio para perturbadoras interrogantes ni dudas existenciales; desaparecen las futuras preocupaciones, y el corazón se recuperar de un rompimiento arterial en plena estación primaveral Ahora, disfruto… Me sano de un amor humano y conecto con otro natural.

El oleaje de la tranquila marea de Playa Blanca baña al lento crepúsculo. Los rayos solares decantan en hermosos destellos que colorean la mar. Envidiable postal. Pero no puedo mentir. Estando lejos, la siento más cerca. La alba arena de la planicie simula la tez de su rostro, y la pasividad del lugar emula tardes de compañía apoyado en su pequeño y frágil, pero curvilíneo cuerpo. La imaginación explota hasta la capital y rescata a C.S.I. del infierno de cemento para transportarla hasta mi cobijo. Palpitación dual. La añoranza se convierte en mágica realidad y ambos disfrutamos del inhóspito lugar.

El silencio se esfuma. Su aguda voz y reiterados rezongueos re-crean la sonoridad del territorio. Nos comunicamos, charlamos. Reímos y lloramos. Estamos re-conectados.

Ella logra aparecer al lugar que vaya. Pero no molesta. Si no que reconfirma un sentimiento en busca del olvido y, sin embargo, la memoria lo trae latente de vuelta. Sentimiento perpetuo. Quizás por su significación personal o por efectos del azar. Eventualidad que nos permitió encontrarnos y luego terminó por separarnos. Y por lo mismo, prefiero aprovechar la falsa-real juntación hasta que la consciencia me enrostre la verdad. Ensueños de besos y abrazos. Fogosidad pasional.

Estrellas iluminan un cielo ya oscuro, y aún siento sus caricias en mi rostro. Pero la calidez se convierte en viento fresco, de nuevo. Y de la piedra pensante observo un mar oscuro, una desolada playa y, desde la distancia, a tres compañeros que piden el regreso al quincho para comenzar el respectivo divertimento. Re-play. Nada más. Y “pon los brazos alrededor mío”, es la frase musical de este periplo. Ya sea para bien o para mal. Come back.

Acompañante


La vi, y algo me produjo. No sé si fue la sonrisa de fotografía o su pelo liso y negro. O quizás fue su atrayente personalidad. Mmm. Tal vez fue todo… Pero ya no importa. Porque lo que vale es que me encontré con ella en el lugar más inesperado (mi casa durante una fiesta) y ahí supe. Tenía que insinuarlo, y simplemente le dije:

- ¿Y si vamos juntos?

- No sé… En una de esas… ¿Quién sabe?-
enunció con rapidez cuando se dirigía al auto de su amiga para volver a su casa, tal como una cenicienta, antes de la medianoche. Aunque eran como las cuatro de la mañana, eso sí.

Y el azar comenzó. Los dados se lanzaron y las acciones efectuaron el curso natural de la vida para re-conectarnos por medio de una llamada telefónica.

- Déjame pensarlo…- declaró por la otra línea.

Pasó un día o dos, y la conversación de minutos permutó en una segunda de casi una hora. Nos conocimos un poco. Comentamos historias familiares y amorosas entre risas, silencios y respiros. La sensación era cautivadora. Éramos dos personas que probablemente nunca se hubieran hallado, pero que en ese momento supimos abrirnos en busca de mutua comunicación. La lejanía se convirtió en comodidad y lo desconocido transmuto en seguridad. No hay necesidad de mentir, ¿para qué? Éramos extraños en proceso de conocernos. No había motivo para engañar al otro si finalmente el reencuentro sería incierto. Sin embargo, todo cambió.

- Pero obvio que quiero ir contigo. ¿Por qué no? Si un matrimonio siempre es entretenido.

Y al decir esas palabras, se abrió una puerta de confianza. O más bien de voluntad. Iríamos a un lugar, juntos. En dualidad. Dos, y no uno. ¿Comienzo de una amistad o sólo buena onda? Esa era mi duda.

Aún lo es.

Sábado en la tarde. Se puso un vestido negro que combinaba con su cabello, todo terso y a la vez curvilíneo. Me percate de la sencillez en su maquillaje y lo brilloso de sus labios. Presentí una atracción física inmediata. Pero no carnal. Era algo emocional. Una sensación de que su personalidad florecía con su apariencia, al punto que ese complemento traslucía su fiel esencia. Ahora, la podía ver mejor que por teléfono. Por ese día, ella sería mi acompañante. En voz, presencia y con toda su naturalidad.

La luna evocaba la felicidad del evento. La familia estaba contenta. Los invitados disfrutaban del trago, la música y la alegría de una pareja casada. Y tras de un antifaz, ella personificaba su ser y también un álter ego. Una dualidad que me hacia dudar pero que a la finales aumentaba la diversión para ambos, mientras el baile y la dicha se conjugaban en deslizantes movimientos. Y los recuerdos de la misa, de la cena, de los brindis y de las conversaciones, antes de ese momento, transitaban por mi mente. Fotografías eternizaban la noche de celebración y resguardaban el atentado de un posible olvido. Ella y yo ya no éramos extraños. Nos convertíamos en algo más. Aún sin nombre, pero no éramos desconocidos. De eso estaba seguro.

Y hoy, la pregunta se mantiene. Ha pasado Navidad y Año Nuevo, y la cercanía volvió al comunicado telefónico o virtual. En tanto, el registro fotográfico y audiovisual contienen las imágenes de aquel día. Y al pensarlo bien, es interesante como en un particular lapso de tiempo, chico puede conocer a chica y atreverse, ver qué pasa. Un momento de entretención puede dar el comienzo de una relación o simplemente desconectarse. Sólo se debe sentir y decidir. Atreverse o seguir adelante. Dejarlo pasar o recoger la experiencia en busca de una segunda ocasión. Un sí o un no. Determinación personal. Dos posibilidades, dentro de muchas… ¿Qué hacer?

Pienso y es mejor no preguntarse. Ella está presente. Se siente cerca estando lejos. Y más todavía si el azar conduce a la muchacha hacia el norte. Aun cuando es una oportunidad merecida, existe un poco de pena también. Muchas veces la distancia conlleva al olvido. Al no recordar. Y a dejar que el viento estival disipe buenas vivencias. Sin embargo, este caso es distinto. La sonrisa de fotografía me dice que estaremos en contacto. De una forma u otra. Por lo mismo gracias… Gracias por ser mi acompañante.

Entrañables

Miro a Santiago y no me detengo. Puedo pasar horas sentado en la banca de la plaza mientras el pequeño juega fútbol con sus amigos. Con 5 años ya lee fábulas de animales y particulares playstorias, trata de escribir más que dibujar, y pregunta sobre todo lo que le rodea. Es una esponja sedienta conocimiento, pero siempre con el juego de por medio. Ilumina la misma alegría superlativa y amor eterno que su fallecida madre, mi chica… Amanda. Ella desaprecio por un fortuito acontecimiento. La culpa me carcome y Santiago interroga.

-¿Por qué papá? ¿Por qué?-articula el pequeño cada cierto tiempo. El mismo que me falta para obtener una comprensible respuesta.

Prefiero callar. Y por suerte, o por la inocencia infantil, Santiago vuelve a lo suyo. La niñez es desconcertante en estos casos. Puede ser muy directa a ratos, mientras que en otros deja todo a un lado por un helado o un permiso para salir a jugar. No sabes qué esperar. Te quedas expectante hasta que enuncien algo. La sorpresa es constante en el mundo paternal, tanto, que siempre estás al límite. En la máxima emocionalidad. Sobre todo cuando sabes que acabará. Cuando lo incierto toca la puerta de tu hogar y realiza una inesperada visita. Cae de las escaleras y muestra la fotografía progenitora ensangrentada. El pulso se detiene, el corazón se contrae y el miedo lo inunda todo. El frío gobierna la habitación. Y estoy parado frente a él. Cierro los ojos. Me siento húmedo por dentro, y agua salada cae en mis labios. Saboreo amargo. Respiro hondo y observo.

Ahora sólo recuerdo. La memoria es mi fiel acompañante para el porvenir. Cada día batallo con el olvido para que no se salga con la suya y cumpla su cometido. Visito parques, eventos deportivos, compro libros infantiles. No me detengo. No quiero. No puedo. Los evoco para no sentir soledad; detengo la mirada en fotografía de bellos momentos para asegurarme que existieron, y en las noches estrelladas del verano busco aquella luminosa que Amanda siempre señalaba. La inigualable y única. Tal como ella y como Santiago. Dos almas en paz y bajo tierra. Cubiertos por el mismo pastizal por cual camino lentamente en compañía de otros inmortales, observando sus sitiales de piedra pulida hasta perderme… Hasta encontrarme de nuevo y sentirlos en mis abrazos. ¿Será posible?

El vuelo



Tranquilidad. Esa es la palabra que Gustavo piensa cada vez que se conecta a MSN y ve el icono particular con el seudónimo de ella. Ya no espera que un mensaje de voz, una carita redonda o un escrito. La comunicación virtual se quedó atrás. Ahora, sólo observa y olvida. Es mejor. Algo perturbador a ratos, pero a la vez tranquilizador. Al fin y al cabo.

Gustavo la recuerda como una mujer en cuerpo de niña. Una inocente belleza con temperamento de adulta, con enojo de diabla y sonrisa de ángel. Una complexión interesante. Conocerla se transformaba en un viaje emocional en donde no sabías qué esperar. Rabia y alegría, remordimiento y seguridad, pesadez y comodidad, entre otras sensaciones terminaban por concatenarse en esta pequeña-gran personalidad. Alicientes cautivadores que embelesaban la visión hormonal hasta un estado afectivo mayor, un punto donde su cuerpo curvilíneo y albo ya no era la cumbre de su ser, sino un ápice del mismo. Gustavo sintió eso y más.

Sin embargo, los meses pasaron y la causa se perdió en el viento estival. El sol veraniego terminó por quemar el último recuerdo de aquella fresca primavera. Aun cuando Gustavo, en la embriaguez de la luna, pidiera su prospero retorno. Una petición que hace en silencio, vociferando dentro del alma. No articular palabras es su mejor resultado, pues deja que las cosas sucedan. La vida resuelve todo al final. Y con el tiempo como pareja de baile determinan el camino a seguir. Gustavo lo observa. Ella abrió las alas a otros parajes y siente que él debe hacer lo mismo. Encumbrar vuelo por la ciudad de cemento en busca de otra musa. O mejor dicho, planear sin búsqueda alguna. Solo sentir el aire en el cuerpo hasta que el destino nos detenga otra vez. El momento preciso. La plaza elegida. La fuente refrescante donde ella se pose a beber seductoramente la cebada helada y abrace a Gustavo, como tanto añora… Con amor.

Gustavo está desconectado.