Volvamos a lo nuestro


Queridos lectores:

Más de un mes que no me aparesco. Lo siento, en verdad. Pero este semetre ha sido intenso. Aunque no en el sentido académico, universitario y estudiantil. Al contrario, esos tópicos estuvieron a la concordancia de toda realidad juvenil (estres preciso, pero pasando los ramos).
Más bien estos seis meses fueron creativos, imaginarios y estimulantes para cimentar un futuro sueño... Bueno, ojalá uno que no sea tan futuro y se espera que sea realizable a la brevedad. Un anhelo que siento que se podría permutar en una oportunidad. O mejor, en una actividad. Una acción diaria que se tranformaría en profesión, y, a pesar de lo que digan muchos ignorantes en la materia, en una vocación. Sí, me refiero a la escritura.(¿Pensaban otra cosa?). El acto de teclear o escribir; uno sencillo e inculcado en millones de generaciones a través de los siglos (eso creo, porque no soy un historiador); el cual une significados y significantes en una sintaxis de oraciones, ya sean escritas, visuales, sonoras o audiovisuales... Hasta virtuales.. Todas ellas con la necesidad de comunicar. Ese increíble quehacer humano que necesito consumir, que debo producir, y espero que ustedes, fervientes lectores, deseen reproducir en sus propias formas y fondos. Una pasión narrativa que debo perfeccionar y "nunca rendirme jamás". Esta perfomarce de contar, de narra, de crear historias.

De modo que con cámara en mano y un guión -o varios- en la mochila prometo que no habrán más "peros" para evitar vacíos creativos y para seguir contando Playstorias. De eso estoy seguro.

Que pasen felices fiestas, los saluda EL EDITOR.

Dientes de lata

Sacado del baúl de los recuerdos de un olvidado blog llamado Chek Point.


Era tarde ya. O lo menos eso pensaba ya que no tenía la certeza temporal, o sea de un reloj, para saber si estaba atrasado. El Cote me dijo que nos juntáramos a las siete de la tarde en su departamento, y no antes, porque la espera sería inútil. Además, estaba con la mente completamente ocupada en “Dientes de Lata” –compañera del grupo de teatro que debía estar a las 19 horas en el lugar indicado-. Ella me estaba volviendo loco. Mejor dicho, intrigado. Su simpatía y naturalidad embriagaba mi líbido adolescente en cada reunión. Vestía atuendos casuales: un jeans o pantalón de tela con una polera algo escotada, zapatillas deportivas, algún que otro collar y aros, y usaba un perfume de aroma insípido para la gallada, pero totalmente afrodisíaco para quien les narra. Es más, cuando realizábamos una escena o un juego de personajes, mi concentración se disipaba rápidamente producto a la vista inmoral y descarada que ejecutaba con dirección a sus oscuros ojos, en vez de enunciar el improvisado diálogo. Ella se reía por lo distraído de mi comportamiento, desconociendo que sus tiernos y suculentos labios eran un punto fijo y obligatorio en cada mirada vespertina. Al parecer, esta Dientes de Lata afloraría algo más en mis intenciones artísticas a medida que pasarán los días.

El grupo llevaba un mes con reuniones semanales, pero las cosas no estaban funcionando. Había egos encontrados entre los cinco integrantes. Por un lado, el Cote, la Magda y la Consuelo quería contar un historia tragicómica, con dos finales y utilizar espacios creativos más complejos en las escenas (al incorporar a bailarines y músicos) de la –no escrita- obra. Y por el otro, Diego (o sea yo) pensaba en relatar una especie de vivencia grupal de cómo unos adolescentes querían hacer una obra de teatro. Algo casi autoreferencial. Y que acercaba mucho más –en su manera de pensar- a los jóvenes con la cultura: el objetivo principal del proyecto, por cierto. Mientras que la Dientes de Lata lo único que deseaba era actuar. Entonces había una incomprensión creativa que nos dificultaba seguir adelante. De hecho, retrasó bastante la producción de la historia.

En lo personal como que me daba lo mismo en un momento; estaba chato que este trío siempre funara mis ideas. Que lata. Pero bueno, filo, será, ya está.

En tanto, Dientes estaba a favor de ambas propuesta, aunque en una conversación privadas con ella, prefería la mía. Le tincaba más. Un aspecto que me hacia sentir valorado, querido, en cierta forma por Dientes. Ella era especial y diferente a los otros tres. Cuando escuchaba sus opiniones no dejaba de gesticular una expresión embobada de admiración, y no sólo por su belleza intrínseca, sino por una especie de gustillo típico: algo así como la supuesta reacción química llamada coloquialmente como “enganchamiento”, la cual fluye por la venas, casi igual que la sangre que bombea los órganos para accionar al principal de éstos: el corazón, con una aceleración sincopada que marcaba la proximidad entre ambos. Pero que sólo yo la sentía... se supone.

Era el fin. El Cote por medio de un correo electrónico me había echado del grupo. Decía que no estaba comprometido por la inexistente obra. Que necesitaban gente que fuera a todas a las reuniones –cuando sólo había faltado a dos porque me encontraba realizando un video para el cumpleaños de mi madre-. Parecía injusto. Sobre todo porque los cinco nos habíamos excusado, en más de una oportunidad, de ir al ensayo semanal. Además, la rabia contenida era doble, debido a que Dientes de Lata también fue desaforada por la vía epistolar-electrónica. Ambos ya no éramos parte de una prometedora creación teatral. Se acabó. Sin embargo, no poder volver a ver a Dientes era lo que más me afectaba. Ella pasó de ser la compañera a la amiga, y de la amiga a la mina –como se dice en la jerga juvenil- en la cual estaba enganchado. ¿Qué hacer?

Dos meses después.

Las cosas con el Cote y el resto del grupo de teatro están bien. No hay rencores y nada por el estilo. Sólo un angustia sentimental por la posibilidad de haber creado una buena obra. En tanto, las cosas con Dientes de Lata no fueron las esperadas. Salimos un par de veces -para que sepan-. Pero eso. Cada uno tuvo sus vacaciones de invierno. Cada uno se divirtió, carretió y bebió lo suficiente. No obstante, ella volvió con novio, y yo, con el pensamiento presente de su sonrisa de metal. Cuando me lo contó en una conversación vía mensajería -alias MSN- lo presentía. Era como si el típico sexto sentido que tengo cuando pierdo mi oportunidad para entablar una relación, más o menos formal, queda “en veremos”. Ella dijo que seamos amigos. Y yo le creí. Ella piensa que igual puedo ir a su departamento a charla como antes. Y yo lo acepté. En verdad, hasta si me hubiera dicho que comiera porotos durante un mes, yo no lo haría. Jajaja. Eso no. Pero con tal de presenciar esos ojos oscuros, todo era posible. Y como siempre he patentado: “si no se pudo antes, ojalá suceda mañana”.

Ahora bien, la tardanza en encontrarme aquella-persona-especial puede producirse por olvido, por retraso, o porque te pasó algún infortunio en el transcurso del recorrido al lugar donde uno se dirige. Y en mi caso, no cabe duda que en una parte del camino debo haber tropezado con la ceguera de la amistad o con la tontera de la eterna soltería, ya que me quede sin diente ni pedazo... ¡Ouh¡ Perdón. Sin pan ni pedazo.

Quién más que tú


Por condición familiar, si alguien me pregunta:

-Oye, ¿y quién es la tipa estupenda de lente que se ríe a ratos? Ya que en otras ocasiones la he visto como una fiera Hollywoodense.

Respondería lo siguiente (con algo de distancia al principio):

-Haber compadre. Perdóname, pero ella es mi hermana. Así que relax men. Cuidadito…


Y segundos después diría:


-Ahora, yo sé lo que te pasa Leo (Dicaprio el actor, por los que no saben). Entiendo que te gusta. Pero wait. Vamos por parte... Déjame invitarte una piscolita y así aprovechamos este momento para ver si necesitas un nuevo guionista para tus documentales ambientalistas. Mira que yo…

Y de esa manera seguiría conociendo al cabro hasta nuevo aviso. Pero claro, es la mínima actitud que puedo tener si tengo una familia constituida por mis padres, Sensei y Sacerdotisa, dos hermanos mayores, Baba y El Predicador, y al final la joyita menor, la políticamente correcta-incorrecta Cami; alías Cintura de huevo. Ella: la única entre tres fortachones, menos Baba que es intelectual, tiene que ser tratada con el mismo cuidado que se le da a una princesa, media mamona a ratos, pero doncella al fin y al cabo.

Su nombre de pila es Karin Camila pero todos sus conocidos le dicen Cami, Camila o los apodos que antes mencioné. Lo que sucedió no fue por una coincidencia sino que ella, a los dos años de edad, cuando su apetito era mayor al mío (tenía un año más), dijo su primera palabra. Sensei y Matriarca Concepción, alías de Sacerdotisa, pensaron que la retoña iba a gesticular los típicos apelativos mamá o papá. Por supuesto, si es lo que toda pareja espera que digan sus hijos al nacer. Sin embargo, la Cami pronunció como una verdadera bebé prodigio y clarividente lo siguiente: “antes que todo, quiero decir que mi primer nombre no me gusta, y por lo mismo llámenme por el segundo. En el futuro, Hagan lo que hagan, vayan a buscarme siempre al Metro. Ah, y no olviden que siempre quiero una pieza para mi sola, ¿okay? ¿Me cachan o no me cachan?”. Así no más.

Y desde ese día cuando cumplió dos primaveras un 21 de octubre, esa boquilla no paró de hablar.

Actualmente Cintura de huevo sigue promulgando lo que se tiene que hacer, ya sea en su práctica profesional como toda una Trabajadora Social súper topísima o al enderezar a palos a este humilde escribano para que busque un destino académico. -Lo cual debo agradecer de antemano. Pero no seamos auto-referentes y volvamos al personaje-.

A Camila nadie la detiene, aunque a veces los hombres la confunde más de lo necesario. Y no es para menos, una personalidad extra-parlanchina y llena de actividades necesita de un chaperón masculino a quien recurrir cuando hace falta, sobre todo para las tardes de películas y de series de teve como Gilmore Girl's, o salidas a bailongas con sus amigas, las cuales también andan con su andante particular. Como pariente ultra-cercano sólo diría “a la tranquilidad; vive tanto como puedas y llegará”. Poético, ¿o no? No sé, pero es lo que se me ocurrió hace un rato. Es que a esta chica hay que protegerla y aconsejarla siempre, o por lo menos eso me dice Sacerdotisa a escondidas cada vez que Karin Camilia sale al gym.

Por lo pronto, esta noche tengo la misión de ser uno más de sus amigos y, a la vez, transformarme en Segurito con el objetivo de cuidar la puerta de mi hogar para que zánganos borrachines-jactadores-de-tener-estilo no vuelvan a robar billeteras como en los cumpleaños pasados de la Gordi. Y al igual que en la fotografía que se encuentra a un lado de este escrito, estaré presente para apoyarte -y lo digo literalmente porque en la imagen tienes tu mano puesta en mis antiguas abdominales de deportista y que aún extraño- cada vez que lo estimes conveniente. En tanto dulces Par de Patos y recuerda que la diversión es lo primero, lo segundo y lo tercero siempre; eso es lo que yo creo.

Felicidades.

Segundo intento


Han pasado tres semanas y la Minu sigue desconectada. Ya no sé qué hacer. Las horas al lado del computador esperando, mientras veo otras vez la última temporada de Doctor House en Universal, ya no son las mismas. Por más que me reía de las desventuras de House y disfrute sus prácticas curativas para vencer las patologias más extravagantes de la medicina moderna, a lo Sherlock Holmes, no puedo dejar de pensar en ella. En serio. Y no es que sea de esos tipos mamones, o sea mi mamá es mi vida, pero cuando ocupo este adjetivo coloquial me refiero a los macabeos; mejor dicho a los cabros desesperados y pegotes que organizan su vida dejando en un trono inmaculado a sus majestuosas parejas e intocables enamoradas. ¡Por favor, querido cibernautas, no piensen eso! Lo único que sé es que ella me entendía. Era como el amigo piscolero sin piscola. La amiga capaz de tener un apetito parecido al de mío, incluso mayor (sin enojarse Minu), y desear a mitad de la noche su buen burger o su buen helado de mouse de manjar para saborearlo con una buena peli en el cable. Es como si ella pudiera escucharme de verdad aunque le hable con mis cuidadosas tecleadas y monos amarillentos. Debo decirlo: la extraño (demasiado cursi y mamón, pero cierto).

Cuando el grupete de amigos viene de visita solemos hablar de esta amiga virtual. La mayoría de los encuestados me aconseja que vaya a su casa para confesarme a lo Romeo Montesco. Otros, abogan por una rápida y descontrolada noche de lujuria con alguna chiquilla de turno, unas máximas piscolas, y, cuando la resaca te impida razonar al otro día, la borras de MSN. Listo. Así de simple. Ambas soluciones que por el momento tomaría con gusto. Lo malo es que una noche revolví mis impulsos emocionales con los comentarios de aquellos “Buenos Muchachos” y lo pudrí todo. Lean:

Me encontraba a pasos de la casa de La Minu. Eran pasada las una aeme, creo. Y no lo aseguro porque esa fue la hora que posiblemente escuché de la boca del Chunia antes que me dejará botado donde la “innombrable”. Mis amigos le dieron este sobrenombre luego de oír mis discursos piscolísticos sobre enamorarse y encontrar a “la” supuesta alma gemela. De hecho, sentía los ojos hinchados, onda como si hubiera llorado o, aún mejor, si hubiera fumado su cañito. Quizás qué cresta dije o hice para tener las pupilas dilatas... Me sentía aheonado. Un libro abierto de la melancolia más cebollenta nunca antes protagonizada...

-Si sólo tengo veintitrés. ¡Uf! cuántas historias- digo en una reflexión flash e incongruente para el relato. Por lo mismo, volvamos a la historia.

... Más encima no tenía la tarjeta BIP para llegar a mi casa. Qué desastre. Sin embargo, unas ganas de hacer “pis” me apremiaban y no tuve otra opción que marcar mi territorio en el portón de la casa. Una estupidez si lo piensan, pero tenía demasiados enanos verdes golpeando mi cabeza en ese minuto como para meditar en lo que la Minu pensaría. De pronto, de botar líquido por mi amigo masculino decido terminar con el malestra post carrete y descontrolar los esfinteres. Es decir, vomité, y no paré de hacerlo. Fue embarazoso y a la vez gratificante. Ustedes saben, esa sensación de que lo botaste todo, que podrías comerte un Bigmack de aquellos y, sin embargo, tienes un aliento de dragón listo para fusilar a quien tengas en tu camino. Y lo que es peor aún, pasarte la pelicula de ser pillado en pleno acto de explusión de residuos estomacales por el padre de tu novia (no es malo soñar, o no Sensei). Porque pasa.

Y de la oscuridad más profundo, producto mal funcionamiento del alumbrado público, un hombre canoso, con una bata blanca puesta encima de su piyama y una escoba en la mano me dice iracundo:

-¡Y usted joven, ¿qué hace aquí?! No sabe que a esta hora de la noche la gente decente duerme. Acaso usted es imbécil o se hace. Vayase antes que llame a los pacos... Y no vuelva por aquí en su vida. ¿Me entendió?

No podía creer, el futuro suegro me había visto en la situación más bochornosa vivida por un adolescente que desea empezar algo con su hija. No hablé, ni mucho menos me moví. Sólo atiné a correr lo más rápido que pude antes que el “querido señor papá de Minu” me introdujera el palo de escoba en mi virginal recto.

Y así, como anuncié anteriormente, lo pudrí todo.

Está es la cuarta semana que no hablo, veo o escucho a La Minu. El accidente quedó atrás y lo más probable es que evite los tragos con piscos o cualquier otra bebida alcohólica por un largo tiempo: una o dos semanas... Jajaja. Si tampoco fue una intoxicación. Pero bue, ¿qué se va hacer?. Igual intenté, de la peor forma posible, obviamente, cambiar el rumbo de mi incomunicación con la Minu. Tal vez debería aventurarme a retornar a la entrada de su casa haber si el padre me reconoce, y si esto no sucede, me presento a la chica del MSN como hay que hacerlo: “Hola, soy Tomás. ¿Me recuerdas?”. Y apenas ella afirme lo interrogado realizó la estocada besucona en sus prístinos labios; sin resquemores o dudas. A la espera que ella vuelva a conectarse conmmigo más allá de la fibra óptica del Internet. Esperemos que sí.

Din-Don, Din-Don. Así suena el timbre. Veamos que lo que pasa ahora, ¿o no?

Un viaje de a dos

Todos los días Editario Escribano viaja en micro por la ciudad a una hora en la cual siempre encuentra un asiento al lado de la ventana y al fondo de la máquina. A Editario le encanta ver cada detalle de las calles, los semáforos y de las personas que enfoca durante su trayecto. Piensa que a través de su mirada puede corta y pegar acciones capaces de formar su propia ficción dentro de la realidad de todos los días . Observa las cosas con una especialidad cinematográfica que envidiaría un Coppola, un Scorsese o un Woddy Allen. Tanto así que con sus pestañeos perfectamente se podrían montar un digno metraje para algún festival nacional.

Por favor, lean a continuación un extracto de la proyección visual de Editario Escribano en un día normal mientras disfruta de su cinéfilo pasatiempo on the road:

Una joven veinteañera se encuentra parada enfrente mío. Lleva puesto un vestido blanco, de suave y delgada tela, preciso para el sol veraniego que intensifica la temperatura de la micro. Al parecer, estos días de descanso no evitan la aglomeración de personas en el transporte público, produciendo que el abdomen de la muchacha rozara mi rostro. Pestañeó y ahora veo los miles de puntitos que unen el atuendo de la muchacha. Pestañeó de nuevo y veo la tersa mano derecha de la chiquilla con un anillo puesto en su dedo indice y un par de pulseras en su muñeca. Vuelvo a pestañar y el sol me golpea en la cara con más fuerza. La fuerte luz acalorada me molesta la vista, proyectando múltiples destellos que perjudican mi escena 6.

-¡Rayos! Esto pasa por trabajar con iluminación natural. ¿Tan sólo si tuviera presupuesto?- reflexiono en mi cabeza, mientras realizo otro corte para mirar, con un movimiento tilt down (de arriba a abajo) la silueta de la mujercilla. Una decisión guionística que me permite saber el nombre de la normal y sencilla morena gracias al cuaderno que lleva pegado la pecho y apoyado en su mano izquierda; hago un zoom foward para asegurarme. En la tapa está pegada una etiqueta donde se gráfica su nombre: Martina.

- Martina, Martina. Que nombre.... Se llama Martina- digo sinceramente pero sin meditar si estoy hablando o pensando. Lo único que sé es que tengo la mirada puesta en el tumulto de cuerpos humanos que se encuentran en medio de la oruga-móvil, como para pasar desapercibido y que la supuestas Martina, -¡oh no, lo dije de nuevo!-, no me pille (hago un plano general que muestra la masividad de individuos y luego un plano medio a una pareja de adolescentes dándose un tierno beso).

La muchacha empieza a mirarme extrañada. O eso es lo que noto con rápidos planos-ojeadas. Pienso que logró escuchar su nombre.¡Recorcholis! Tal vez fue sólo mi imaginación. Sí, eso fue. Pero ella me pregunta:

- Discupla, ¿pero a ti te conozco? Acabas de decir mi nombre... Sí, Martina, así me llamó.

Narrador con voz en off

Editario no sabe qué decir. La intromisión de Martina lo deja descolocado. Y lo lamentable es que sus pensamientos se hicieron públicos: unos obreros sentados al frente de Editario dan vuelta sus cabezas y lo observan con expectación, a la espera que la pareja pueda cerrar su encuentro con la típica escena romántica de las teleseries mexicanas y que siguen con fervor sus esforzadas esposas. La escena se llena de planos medios y primeros planos entre las caras de los usuarios de la micro, la joven ventiañera y Escribano. Es como una secuencia dominada por una sonora musical de una película de Hitchcock. Sin embargo, el joven universitario logra mantener la calma y se presenta.

-Mi nombre es Editario Escribano. Y bueno, no nos conocemos. Hasta ahora, claro. Supe tu nombre porque la etiqueta de tu cuaderno.

Martina me mira con sorpresa y trato de safarme de la intromisión.

-En serio. Y no te preocupes, no quiero molestarte ni nada por el estilo. Lo que pasa es que derrepente hablo solo... Filo, cosas mías. No me pesquí.

Martina sonríe con cierta ternura y me responde:

- Ya si un es pa’ tanto Escribano... Ese es tu nombre, ¿cierto?
- Sí, mi apellido. O sea me llamo Editario, pero dime como quieras- respondo como esos personajes que ya cayeron por su co-protagonista. Y si no me falla el ojo de director, yo encontré a la mía.

La conversación con Martina iba en avanze: confirmo su nombre después de escuchar el origen del mismo por la necesidad familiar designar con este apelativo a por lo menos una mujer por generación, y si se tiene sólo hombres deben llamarlos por Martín. Aprovecho de darmelas de caballero y cambie de ubicación para que ella se siente y yo viaje parado.

-Lo mínimo que puedo hacer si me está contando cosas personales-, pienso.

En tanto, los dos obreros lujuriosos no paran de importunar con sus vueltas de cabeza y reojos descarado al esculpido escote de Martina. Podría suceder una escena de pelea que costaría probablmente más que mi presupuesto (un pago picante por esclavizadas horas de trabajo en un video club de barrio); además que no tengo seguro médico. Por eso prefiero evitar sálidas en el guión y mantener la calma.

El tiempo pasa y hay que seguir rodando. Sin embargo, el maldito productor ejecutivo llamado Presentimiento me indica que debo llegar clímax: el momento más álgido de la película donde se produce una concatenación dramática (lenguaje de estudiante de Dramaturgia) hasta explosión emocial de acciones que dirigen al desenlace, antes que todo se vaya a negro y comiencen a salir los créditos. Justo cuando ambos, eso creo, sentiamos esas ganas de conocernos físicamente hablando e interacturar nuestros pómulos, labios y lenguas en un baile erótico para espectadores mayores de 13 años. Y creo que sucede porque mis ojos-cámaras hacen un paneo de arriba a abajo por la ventana y observo una estación de Metro. Martina me dice con la mirada media arrepentida:

-Esta es mi parada. Debo tomar el Metro, sino no llegó a mi casa.

Marina se para rápidamente, toca el timbre en la puerta que permite la bajada de la micro y se da vuelta para darme esa imagen, en plano medio, de un infortunado adiós...

Se supondría que todo héroe o hombre enamorado -da lo mismo la designación característica del protagonista a estas alturas- debería ir y evitar el sálida de la mujer con el objetivo de lograr ese repetido, pero siempre gratificante final feliz. Sin embargo, como director y guionista de esta historia tengo que confirmar una secuela, o mejor dicho, una segunda parte; sin importar lo fatal que son estas realizaciones producto de sus fines netamente comerciales; en lo cual este metraje de “encuentro” no desea convertirse. Al carajo las ganancias del productor ejectivo y sus consejos desde el inconsciente.

Para mí Un viaje de a dos (nombre de esta primera cinta) será una apuesta creativa llena de futuras citas amorosas. Lo puedo apostar por el cuaderno que tengo en la mano con la dirección, teléfono y mail de la Martina; además del mensaje que me escribió mientras la magia del cine-realidad y mi mirada puesta en su bello rostro despistaban la fugaz escritura de la veinteañera.
El recado decía:

-“Me sentí como en la peli Eterno resplando de una mente sin recuerdo de Michel Gondry, ¿la viste? Bueno, ojalá podamos reencontrarnos... Besos... Martina”.

Y sin que yo mismo lo entienda, comienzo a visualizar un plano abierto de la micro mientras sigue su recorrido por la calle Alameda en direccción a la plaza de Armas. Es como si mis ojos ya no fuera parte de mí y se transformaran en un lente de tal magnitud que logrará proyectar un bello atardecer estival, compuesto por un frondoso cerro Santa Lucía y un anaranjado cielo despejado que sólo la imaginación y la cinematografía pueden crear.


Comienzan los créditos

Recuerdo de un Grande



El 2 de octubre de 1952 nació en las playas nortinas el Sensei de Velizia. Criado por la matriarca reinante Chela Primera y sin figura paternal que lo guiara -debido a que su padre Alfredo “El guerrero” falleció tras combatir en los Pasajes Cancerígenos de Colón, en plena época de radicales, cuando era sólo un infante mamón- este scout, violinista y ajedrecista amateur creó un estilo de vida llamado “Soñar no cuesta nada”. Una frase que lo llevaría a disfrutar por largas horas las series policiales y las reuniones colegiales en sus tiempos de juventud; un eslogan político que mantendría firme su activismo dicí en contra del “Director Supremo”; y una estructura gramatical que forjaría a su familia por la búsqueda de múltiples aventuras que dignamente podrían ser contadas en una novela gráfica o en una compilación de cuentos cortos; ya sea por la autoría del mismo Sensei o por algunos de sus cuatro herederos al trono veliziano.

Hoy, esta filosofía de vida se mantiene latente en su cuerpo cansado de batallas comerciales y jefaturas enclenques. La sonrisa que se muestra en la fotografía de arriba, da cuenta de la despedida puberiana de su última descendencia masculina antes de enrolarse en la Academia Universitaria. Sensei creía que este hijo de la rebeldía lograría aquellos sueños que él no pudo concretar por cosa del destino mundano o la designación divina. Sin embargo, aún faltan varios veranos nortinos para corroborar esas ilusiones paternales. O por lo menos hasta que su retoño vuele del castillo Marcela Paz

Por lo pronto, iluminar esta fecha especial y poner en la línea virtual a este personaje de la historia veliziana, vendría siendo una forma de dar las gracias por su existencia y, al mismo tiempo, una forma de transcribir en palabras un primer acercamiento a esos anhelos-inconscientes que todo padre desea para su hijo.

Feliz nacimiento Sensei.

Conversaciones virtuales

Conectada, entre paréntesis, ausente. Esa es la denominación que la Minu se pone cada que vez que la pillo en MSN. Esta mensajería electrónica es, hasta hoy, la forma para comunicarnos, conocernos... Aunque sea a través de la forma en cómo tecleamos las palabras o exponemos sentimientos, inquietudes o alegrías, por medio de dibujos animados y caretas amarillas con múltiples expresiones. Una interacción virtual sin roces, olores o miradas reales. Su rostro y su cuerpo lo veo por una fotografía puesta en la casilla que lleva su email. No sé si es ella en verdad o un plagio de identidad producto de pudores o miedos. Podría no importar el detalle de lo físico, de lo palpaple, pero importa. Saber su real color de pelo, su verdadera sonrisa –expresada cada vez que cliquea repetidos ja en el teclado-, o poder observar la inocencia de sus ojos expresada en cada monito tierno, casi llorón que elige para dar cuenta de sus vergüenzas y rubores, creo que no tiene precio. Sé que existe.

Entonces, ¿qué hacer?... E ahí la disyuntiva.

Comentarios van, comentarios vienen. Otra charla más con la Minu una noche de aquellas, en las cuales todos los jóvenes de nuestra edad salen a divertirse en fiestas universitarias o juntadas para “arreglar el mundo”; y no es que nosotros decidamos quedarnos en nuestros hogares como freakees antisociales, pero justo nos conectamos en ese momento preciso para conversar cuando los otros no lo salen. Las frases cómicas, que con las horas (es toda una alegría tener banda ancha), se hacen profundas e intensas. Las palabras deben escribirse lo mejor posible para evitar malos entendidos o dobles sentidos, típico del chileno. Pero bueno, la Minu siempre entiende. Nunca se enoja por errores gramaticales o semánticos. Tal vez es capaz de verme más allá de la pantalla. No sé. Por eso es la oportunidad, la chancee valerosa de hacer la gran pregunta; primero la pienso unos segundos y luego la cliqueo.

- ¿Crees que deberíamos vernos? (Frase robada de la película You’ve Got Mail).

La Minu se pone ausente. Pongo todas las caras de incertidumbre, espera o incomprensión que tengo en la mensajería y, sin embargo, ella no escribe ninguna palabra. Nada. Los segundos son sempiternos. Y tras ver unas letras de su casilla que dicen “Minu está escribiendo un mensaje”, mantengo la esperanza. El último mensaje recibido fue hace tres minutos, sumándose cinco y otros diez. La casilla sigue enunciando “Minu está escribiendo un mensaje”. Molestas interrogantes toman mi atención y no dejan concentrarme en la futura respuesta. De pronto la espera finaliza y lo único que puedo hacer es vociferar:

- ¡Maldita tecnología!

La Minu sale desconectada.

Rodrigo Fresán


"Y hay veces en que el mundo resulta mucho más fácil de ser asimilado, cuando contemplamos nuestras vidas en tercera persona. Desde arriba, desde el más afuera de los lados posibles".

Extracto de su libro de cuentos Historia argentina. Quién dijo que el relato corto no puede ser novela.

Goodbye Jimi

Hendrix es un perro con estilo: camina, come y coge con estilo. ¡Yeah! Una especie de Eddie Vedder ebrio, en sus mejores tiempos durante los noventa. O tan intoxicado como el gran Crhis Cornell, con todo su mosarron granchero. Sí, un dog con onda, con “pachora rockera”, ¿o no Chaiko? Un semental perruno de los pocos que existen en el puerto de Valparaiso. Hendrix vive de restos de mcpalta o mcpapas que encuentra en los basurales, con sabor extra a sal marina, y polula por los bares de la plaza Prat en busca de la mejor y, claro, la más rancia cerveza. “¡De-li-sio-so! ¡Oooh, seee!”, diría el can si hablara, si tan sólo existiera...

Es verdad, Hendrix está muerto. Una noticia que obtuve luego de investigar -al recorrer con mis cuarto patas- los traseros y ocicos de toda la población perruna del maldito puerto de la quinta región. Un maldito borracho humano lo pateó hasta que Hendrix no pudierar ladrar otra nota. La razón del humanoide para lastimar al excéntrico callejero, no fue otra cosa que iniciar un pequeño incendio en la casa-cartonera del homles. Nada más. Claro, ustedes pueden opinar que el acto de Hendrix estuvo mal, sin embargo, él debía respetar su reputación pirómana. Cómo creen que logró esa gran performance en plena salida del Buenos Muchachos, cuando un individuo estaba jugando a lanzar fuego con su boca mientras tocaba la guitarra. No sé si quería ser un payaso y un cantante profesional a la vez, pero ambas actuaciones eran paupérrimas. El rockero-can notó la mugre de las melodías y decidió hacerle un favor a los presentes (sí, es verdad, había un grupo del “futuro de Chile” viendo el penoso show): atacó al supuesto artista y logró que éste mismo terminará por quemar su instrumento musical; una llamarada que permitió danzar a Hendrix con vueltas y vueltas tratando de encontrar su cola. En tanto, el local enfrente de la escena tocaban la canción Baby, light my fire. Todo el mundo tenía los ojos rojos, desorbitados por lo sucedido. Y ¡Como todo un Woodstock. Yeaah! Fue el grito con flatulencia que un gordito argentino sentenció para cerrar aquel momento épico.

Hendrix fue, es y será un perro que nunca se podrá olvidar, por lo menos para mí.

La pérdida

La espere hasta las doce...

Con vaso en mano y cara carmesí experimentaba aquella sensación embriagante que me recorría todo el cuerpo. Estaba prácticamente anestesiado. No sentía las caricias de la chiquilla de turno. Las piscolas pasaban, una a una, por la garganta hasta llegar a un hígado cien por ciento colesterolizado. Nada que hacer.

–Hay que seguir bebiendo no más- alude fuertemente el Fede desde un rincón de la casa, en donde se realizaba la fiesta. Por mi parte, sólo asentía con la cabeza los dichos de mi compañero ya que la pelo liso “en teoría” no me soltaba ni por si acaso.

Y pensaba: “Así es. El Fede, mi amigo fiel, mi perro era el organizador de evento. Lo que pasa es que ese día era mi cumpleaños. Los 23. Toda una eternidad, en verdad. No obstante, me mantengo física y mentalmente en los 18. Claro, hay que aparentar para no ponerse cascarrabias tan rápido, digo yo. Como que a esta edad uno debería vestirse más formal y prepararse para entregar la tesis y hacer el examen de título. Caso que no es el mío Estoy en cuarto de Periodismo y, sin embargo, preferería estudiar un carrera audioviual: escribir, pero con las imágenes. La narrativa del encuadre y no el encuadramiento de la información. Filo, esa noche tenía como objetivo esperar a Ella, la cabra. Esa mina que te mueve el piso... No sé. Bueno, sigamos con la historia mejor”.

Y mientras la desconocida damisela ahora trataba de tocarme por todos lados (lo cual me excitaba mucho, ya que el nivel etílico disminuyó considerablemente producto a la recién conversación con el inconsciente y mi líbido volvía a renacer), sigo mirando la puerta que da a la calle. Traspaso la sólida estructura de madera y me imaginó a Ella. El tocadiscos del Argentino pincha un tema de Radiohead: Paranoid Android (Androide paranoico). Rayos, ¿por qué no aparece?. Sigo empinando el vaso como en el colegio. La supuesta Camila (así la llamaba una amiga a esta lujuriosa cabra, practicamente desesperada antes que yo cometiera una violación pública, aunque la negación nunca había salido de su leporina boca) estaba montada sobre mí. Iba a explotar, y no por lo que ustedes podrían pensar. ¡Por favor! Un poco de respeto. Sino que esta cabra tenía sus kilitos de más. En serio, si podía verse como ese rollito (-mata pasiones- decía el Fede en conversación chelistícas) sobresalía de su peto azulino. Ya veía que la pared en donde estabamos apoyados iba a ceder y hasta allí llegaba la “tiraha”. Onda: Muerto por calentura con sobrepeso dirían los diarios al día siguiente. Sin embargo, ¡que delantera papá! Hay que decirlo.

Y el timbre sonó. Y no dejó de sonar durante minutos, decenas de segundos que eran sempiternos. Mis amigos no lo escuchaban porque aullaban por la casería fémina. La Camila se mantenía apenas en mis brazos, se encontraba casi inconsciente. Estaba avergonzado, pero de mí y no de ella. Tenía miedo. Estaba cansado de aparentar. ¡Qué pasaba si era Ella la persona que toca el timbre? Y seguía webiando ese maldito rin-rin. El cual se mezclaba con la excitación de la posible Camila: ¡Haaay, haaay! No quería que ella me viera. No así. Le prometí todo: lealtad, fidelidad, amor. Soy asqueroso. ¿Qué mierda voy hacer?

Pasaron la horas. La música ya no se escuchaba, sólo los pajaritos cantaban a un próximo amanecer. Estaba en la pieza del Fede mientras que él descansaba en el sofá de la sala. La Camila se encontraba media desnuda al lado mío. Un preservativo usado había sido tirado al basurero cerca de la cama. Al estar un poco más lúcido, luego de tanto trago, pensaba en lo erróneo que fue acostarse con esa chiquilla. Y no por su apariencia física, sino porque estaba enamorada de Ella, de la otra. Aquella que transitó por el pasillo mientras cabalgaba a la Camila. Ella sin tener que pensarlo dos veces se fue indignada, desilucionada por mi cochina actuación pública. Soy un malvado, un mentiroso sin nombre. ¿O no? (una pequeña sonrisa dibujo en mi cara).

Días después.

Ya no supe más de ella. Según el Fede se fue a vivir con su padres al norte. Capaz que mi inoportuno comportamiento la llevó a desalojar su departamento e irse de esta ciudad del pecado. “Ah claro, echémosle la culpa a la capital ahora”, podrían decir los niños de mamá-macabeos-tontos-fieles. Sí, tal vez. Pero creo que ni siquiera un dios como el cristiano me detuvo de hacer lo incorrecto. Cuando en el fondo desearía que me ayudará con el tema de las “parejas”, porque como ven no soy el más indicado para dar consejos. Sólo puedo agregar que esa fiesta fue el cierre de una gran amistad-pareja que siempre mantendré presente. La pregunta es: ¿me referiré a Camila o a Ella? Mmmm, dejémoslo en veremos.

FIN.

Ladies Part I

Parece extraño, especialmente porque sé, o creo saber que tengo una mentalidad 100% contemplada en el género femenino, pero todavía no he dedicado alguna reseña o siquiera algún comentario acerca de la mujer. ¿Qué me estará pasando? ¿Tendré una especie de amnesia que me impida pensar en chiquillas mientras escribo, estaré estéril creativamente hablando, ya que no puedo relatar sobre lo mejor que existe en el mundo, después de los “Doritos” ? Podrá ser posible. Tal vez. No lo sé. Sin embargo, es hoy, 2 de septiembre, que me hago presente para hablarles del concepto que en la jerga adolescente se define como “las minas”, o cabras, o guachonas, y hasta minurris... La verdad, es que cualquier otra acepción o sobrenombre no es lo transcendental, más bien la idea es crear una suerte de dedicación a este grupo selecto de individuas que día a día acompañan al hombre chileno en este camino tortuoso y difícil llamado vida. Por los mismo, siento que es necesario homenajearlas.

Algunos pensarán, exclusivamente los lectores más machista, que debo ser un macabeo cualquiera. Alguien que está siempre sometido a su pareja e incluso a su madre. Un tipo que acepta todos los mandatos de una generalísima y que hasta sería capaz de ir al mall de shopping, con su minita, en vez de disfrutar un partido de fútbol con los amigotes... Sorry caballeros, están totalmente erróneos. De hecho, soy uno de sus más fieles compañeros en la lucha contra el autoritarismo femenino en el país. En serio, créame. Y ojalá que mis amigos más íntimos sean lo bastantemente capaces para que, luego de los comentarios de este escrito, me defiendan.

Pero bueno, la idea no es hablar de ciertos prejuicios que se puedan tener de mí sobre el tema, sino que estoy reunido aquí, con mi destartalado computador de testigo, para conmemorar a la mujer. Sin embargo, que no se piense que es “su” día ni mucho menos, sino que en mi naturaleza, las mujeres me han dado todo un mundo de vastos sentimientos que divagan entre las tristeza más oscura hasta la felicidad más plena. Pasando por la excitación húmeda y vergonzosa, hasta la pasión misma de lo que se denomina como “hacer el amor”, aun cuando este último pensamiento es sólo, por ahora, una utopía (risas). Distintas experiencias que toda compañera, amante, amiga y polola puede entregar con las acciones más simples y, por consiguiente, las más complejas que existan en cualquier manual de comportamiento interpersonal. Y lo digo sinceramente, ya que las ladies no son puros objetos sexuales. No caballeros, para nada. Existe el gran desafió de conquistarlas a través del papel de Romeo Contemporáneo, pero en sus misceláneas facetas con el fin de obtener el amor de pareja. Es como si fueran una especie de diamante exquisito, milenario, que vale una fortuna, y que el sólo hecho de tener una de éstas entre tus manos te hace sentir un placer inmaculado. Ellas te dejan ser parte de su vida, entregándose en cuerpo y alma, cuando hay muchos colegas que ceden el cuerpo solamente; son capaces de comunicar una ternura que sólo su feminidad puede trasmitir, y llega ser placentero que una joven esté a tu lado y que te diga, con sus cristalinos ojos claros: “e amo, te quiero, o inclusive frases como: “mi gordito, mi niño, mi guacho, mi chanchito y, si se quiere ser más deslenguado, ¡mi churrazo¡” (esta última desiganación femenino a la pareja va dedicada con exclusividad para un ferviente amigo potrillo que se debería acordar de alguien especial, y que es, obviamente, de una ex; y en el mismo sentido, de una mujer).

Es tal como mi Sensei dice: “ Tomás, acuérdate que a las mujeres se le debe respetar siempre, no importa lo que te hagan o cómo sean, o qué digan. Siempre debes cuidar tu vocabulario con ellas y ser lo más considerado en al momento de tratarlas, porque las tendrás en tu camino hasta que en el lecho de tu muerte, esa fiel amante o esposa llore por amor... Solloce por ti”.

Columna hecha por Tomaso Tornatore Antonioni el 3 de septiembre de 2005.

Estamos jodidos

-¡Apúrate, pastel! Que viene el maldito zorrillo- dice frenéticamente Manuel a su fiel compañero Guillermo, cuando el camión verde trataba de acorralarlos en plena avenida Alameda. Ahí, junto en la estación de metro Universidad de Chile. Era un pandemonio. Piedras, palos, restos de paradero de micro; cualquier tipo de implemento contundente eran las armas para batallar en favor a una buena educación. Pero, vaya que falta educación. Los chiquillos maldecían a la fuerza pública, y éstos, golpeaban a los estudiantes como a un puching ball. Manuel y Guillermo tenían sus días contados. O eran pillados, o eran machacados. Brígido.

La tensión estaba en el aire. Guillermito, como le dice cariñosamente su madre, tiene susto.
-No quiero morir. Y estoy que me hago pipí- comentaba a su colega con pudor y ruborizo de cabro chico.
-Maldito estúpido. Hasta cuando tus mamonerías. Si debemos morir jóvenes, apuestos, en mi caso, y como mártires, al igual que el Manuel Rodríguez o el Arturito Prat, como explicaba el profe de Historia, lo aceptaré. Es nuestro destino,-sentencia Manuel.

En tanto, los carabineros estaban bajando del transporte. No quedaba otra. A rezar no más.

-¿Cómo? ¿Qué es esto? Ahora que viene los pacos vas a ponerte de rodillas a platicar con tu Dios, ese tal por cual. Adonde la viste... Buena, ¿te crees que Cristo de salvará de la patada en el culo? -Enuncia de forma interrogatoria y petulante Manuel al pobre Guillermo.

Pero este último no le hace caso y sigue hablando solo, con las dos manos juntas. Palma con palma, a la altura de la frente.

Los pacos están al lado. Uno de ellos saca su garrote, lo empina en las alturas, a uan distancia suficiente para que Manuel pueda ver el cielo despejado después de una larga lluvia. Y de reojo mira a Guillermo, quien sigue con la misma postura, pero todo mojado y no con la lluvia precisamente. Entonces Manuel habla sin vergüenzas o ataduras.

“Veo el oscuro palo grueso de la seguridad acercase a mi cráneo. No lo voy a resistir. Este es mi adiós. Me despido de las mujeres que no he podido fecundar aún: Carlita, Ximena, Francisquita, Manuelota, Canchonda... Hasta luego. Y para que decir, padres míos. Mis días de periodista han terminado... espera... nunca empezaron, si ni siquiera había estudiado para la PSU, la cual debe ser gratis, por cierto, ¡aguante Liceo 82 de Curacaví!. No obstante, debo decir que la persona que más he amado es... ¿Ah? ¿Les gustaría saber? Y fíjense que no. No lo voy a decir. Porque no deseo que esto sea otra historia en que el amor lo perdona todo, hasta mis descargos escolares. No señor, el movimiento no es para eso. Yo obedezco a la asamblea estudiantil. Sí, por un Chile con mejor educación. Eso es. No hay más comentarios. Pero antes, querida Frrr... yo le amo, my love”.

-¡Jajaja! Que estúpido te ves. Peor que yo- enuncia Guillermo, mientras se incorpora de su posición creyente y observa como Manuel habla en voz alta; con un discurso patético, digno de nuca olvidar.

-¡Yes, my love…!- sigue confesando Manuel.

Y de la nada, ambos muchachos se percatan que una bola de fuego va en dirección hacia ellos, los carabineros tratan de protegerlos con sus escudos, pero el artefacto incendiario pasa por encima de ellos y golpea en una pared de la universidad. Manuel se percata de un hombre encapuchado que podría ser el atacante, sin embargo, éste traía una identificanción de prensa.

¿Sería él?, pensaba Manuel.

Pensamiento del periodista Declaraba Humberto “Tito” Albornoz, antes de soltar la inflamable botella:

-Era un desastre en pleno centro de Santiago. Como reportero lo veo todo. Dos jóvenes en medio de la trifulca, con los pantalones mojados en la entrepierna. Los locales comerciales eran ultrajados por los “infiltrados” de la marcha escolar. No queda más que observar estas imágenes que demuestra cómo somos y qué deberíamos cambiar. Así de simple. Estamos jodidos, esa es la verdad.

Noticiero Central. Noche

Consuelo Andrade: Lamentablemente con un muerto terminaron las protestas estudiantiles. Un periodista de un medio de prensa fue golpeado por un carabinero.
Pedro Valenzuela: El sargento Malapata le dijo a los medios de comunicación que “el individuo estaba con un poleron amarrado a su cabeza, como una capucha, mientras tiraba una bomba molotov al establecimiento educacional (U, de Chile), junto al lado de dos jóvenes... Lo siento a su familia, pero no podía hacer nada”. Y reafirmó “no lo pude identificar, estaba camuflado, es la verdad”.

Mini Hombre

Camilito se acerca con seguridad a la boletería para comprar una entrada para la película. En el trayecto algunos adultos lo ven como extrañados, casi sin entender la presencia del muchacho. Y una vez que Camilito pide un boleto, comienza la siguiente conversación (discusión).

Vendedor1:
Haber, haber, haber jovencito. Acaso no sabes que no puede venderte un boleto. Eres menor de edad.
Camilito:
Ah, eres bromista tú… ¿Así que menor de edad? Pero cómo, a mí nadie me lo dijo (sonríe un poco).
Camilito:
Mire señor. Yo soy un tipo con el criterio bien formado y lo suficientemente capaz de ver este metraje.

El vendedor se le sale una risita, pero trata de tapársela al poner su mano en la boca.

Vendedor 1:
Disculpe joven, pero usted habla raro.
Camilito:
¿Cómo que raro? Acaso piensa que soy homosexual, gay, onda maricón... Que homofóbico de su parte… Que feo… Al parecer el sistema de empleados de este establecimiento no está funcionando del todo.
Camilito:
Exijo hablar con su jefe de inmediato.

El vendedor sigue riéndose. Tanto así que llama la atención de los otros compañeros de trabajo. Interesados en observar al pequeño.


Camilito:
¿Y con público también? Esto es como mucho. Ahora todo el grupito de imbéciles… Sí, ustedes (apunta a los vendedores). ¡Maldito zánganos! Respeten a una persona que sólo quiere disfrutar un rato agradable viendo una buena película. Por favor, no sean infantiles, ¿quieren?

Y uno de los otros vendedores responde:

Vendedor 2:
¿Y Usted?

Todos los vendedores se ríen al unísono, y hace que las personas que están esperando para comprar una entrada también se burlen del muchacho.
Vendedor 1:
Ya muchachos, la dura paren…
Vendedor 1:
Disculpe estimado. Si era sólo una broma. Qué peli…

Mientras el vendedor habla, la situación se vuelve bastante molesta para Camilito. De modo que el joven frunce el seño, apreta los dientes e inhala aire con fuerza antes de interrumpir al señor.

Camilito:
Haber Gustavo Ramírez (lee la etiqueta que tiene el hombre en su pecho). Así que te gusta webiar al otro, ¿ah? Bueno, hablemos de tu mujer po, la caliente de la Josefina. ¡Puta que lo chupa rico la maraca! ¿No te parece?

Camilito se toca los genitales
Camilito:
Tengo las bolas secas… ¿Y a ti cabrón, te la hecho alguna vez?

El vendedor que lo atiende golpea la mesa y mira al Camilito sin entender lo que sucede. Entonces el vendedor se agacha para susurrarle algo a Camilito.
Vendedor 1
¡Hijo de puta! ¿Cómo chucha sabí esas cosas?

Camilito agarra de la corbata al vendedor con tal fuerza que casi lo hace perder el equilibrio y le da un ultimátum:



Camilito:
Mira chucheta. Ahora, todo el mundo está viendo como un cabro chico te está humillando, ¿me cachai? De modo que tení dos opciones: O Me dai la entrada para ver la movie o me dai la entrada para ver la movie, ¿vale? ¿Estamos claros?
Vendedor 1:
Sí, loco. Yo no quiero atados. Perdóname, la dura.
Camilito:
Sólo dame la entrada… Sorete.
Vendedor 1:
Okay. Una entrada para ver Ratatouille.
El vendedor chequea en su computador y saca la entrada.
Vendedor 1:
Tome joven… Perdón, tome señor.
Camilito:
De nada vagonero. Y la próxima vez, la dura, haber si pensai antes de hablar de esa manera a otras personas como yo. ¿Okay?
Vendedor 1:
Lo haré. Y gracias por su compra
FIN.

Última secuencia


Gastón llega al portón de la casa de Elisa y toca el citófono. La voz de una señora contesta preguntando quién llama y el joven contesta: “Hola. Por favor, necesito hablar con Elisa antes que se vaya de viaje, ¿está?... Pasan unos minutos. Suena el timbre y se abre el portón. Cuando Gastón decide entrar una joven de ojos azules, tez blanca y de rubios cabellos se para enfrente de él. En ese momento Gastón se detiene y la mira fijamente, mientras que Elisa decide observar el suelo. Ninguno de los dos se mueve, están prácticamente esperando que el otro tome la iniciativa. La muchacha dice: “Bueno, conversemos”. Y los dos salen a la calle para sentarse en la vereda, minutos antes que llegue el taxi para llevarse a Elisa.

Una vez sentados a lado de un poste eléctrico, Gastón se atreve a comenzar la conversación.

Gastón: Pucha, en verdad discúlpame por llegar de improviso. Sé que nos vimos en tu despedida en la casa de la Antonia, pero necesitaba decirte algo antes que te vayas.
Elisa sigue observando el suelo. A veces alza la mirada pero no a la cara de Gastón. No puede.

Elisa: Filo, no te preocupes. Mis padres decidieron irse antes a España para arreglar todas las cosas allá. Así que como que me estaba aburriendo de la compañía de mi nana antes de partir. Además, es más jodía la vieja. Si cuando cachó que eras tú como que se enojó. Onda cuático.
Gastón: ¿En serio?
Elisa: Sí, caleta. Pero la calmé.

Gastón: Ah, piola entonces.
Elisa: Sí… Y qué era lo que me tenías que decir.

Gastón trata de contener un poco la compostura por el nerviosismo que expresa con su tiritón de manos. Prefiere pararse al lado de Elisa y seguir hablando.

Elisa: ¿Por qué te paras?

Gastón: No por nada. Es que así puedo concentrarme mejor y decirte lo que me pasa.

Elisa sonríe levemente por la actitud de Gastón. Y ahora, es vez de comportarse tímida y con la mirada en el piso, como no queriendo ver a Gastón, ella decide ponerle la mayor atención posible. Algo la intriga, pero no sabe qué.
Elisa: ¡Dale po! Dime.

Gastón: Mira. Te acuerdas que en tu despedida actué un poco loquito, así. Como que dije cosas que no fueron muy certeras, por decirlo de alguna forma. Onda que a mí me pasaban cosas contigo, que te iba a seguir hasta la Luna y que, después de beberme una piscola al seco, tú me completabas. Onda como cuando Tom Cruise le dice el medio discurso a su esposa, en la pelicula Jerry Maguire, y ella al final le dice que la alucinó apenas volvió a su casa. ¿Te acuerdas?

Elisa mira a Gastón casi con ganas de reírse, pero prefiere contestar, primero con una mentira y luego con una verdad.
Elisa: La verdad Gastón, estaba un poquito curada esa noche. De modo que no me acuerdo mucho. En verdad lo siento.

Gastón está que se desmorona. Su cara se viene abajo y sólo tiene ganas de salir corriendo. El sudor de su frente es más que notorio y en cualquier momento Elisa lo podría notar. No sabe qué decirle. Pero Elisa ve esta reacción y trata de calmarlo. Le toma la mano, lo hace sentarse nuevamente en la vereda , manteniendo su mano tomada a la de él.
Elisa: Pucha, sorry Gastón… Disculpa. Sí, si me acuerdo de todo lo que me dijiste. Y la verdad es que no estaba curada, al contrario, yo ni tomo. Bueno sí, pero cuando ando media chata del estudio… Filo, lo importante que fue la raja lo que me dijiste. Yo no tenía idea de eso. Ahora dime, ¿es verdad lo que dijiste?
Cuando Gastón se da cuenta del interés de Elisa por su declaración, este muchacho no lo puede creer. Se le viene múltiples cosas a la cabeza pero decide limpiarse, discretamente, el sudor de su frente con la manga de su chaqueta y atreverse. Entonces se aferra sus manos a las de Elisa, la mira con ojos de perrito faldero y en el instante en que se podría sellar esta postal del “adiós” con un beso, aparece el taxi tocando la bocina. Elisa sale del momento platónico de Gastón y se da cuenta de la hora.
Elisa: ¡Chucha, mira la hora!. Voy a perder mi vuelo.

Entremedio, suena el timbre del portón y sale la nana de Elisa con una bata rosada y unas pantuflas de lana y con el equipaje de la joven.

Nana: Dios mío, hija. Como no se dio cuenta. Mire la hora que es. Ya, despídase de su amiguito y váyase rápido. Yo le eche en un compartimiento de una maleta el pasaje, algo de plata dinero por si acaso y su celular. Rápido, que se le va el avión.

Y como si fuera una escena de la “Dimensión incomprendida” para Gastón, la nana de Elisa ya había guardado todo en el taxi. De modo que Elisa prefiere no saber la respuesta de Gastón y le da un beso largo y prolongado, casi apasionado. Y Gastón, como si fuera todo aún más inverosímil, se deja llevar por los gruesos y dulzones labios de la muchacha. La excitación de sus cuerpos se contorna en un abraso mantenido y fuerte. Pero no dura mucho. Elisa se separa raudamente de Gastón y se sube al vehiculo. Gastón la mira alejarse y al mismo tiempo va tras ella. Sin embargo, su rapidez no es suficiente. El taxi se va por la calle a gran velocidad. Y Gastón murmura para sí mismo.
Gastón: Era cierto...

Fin.

Otra noche de trabajo

Emily es su nombre de calle. No desea dar su verdadera identidad por temor a que algún familiar o amigo la pueda reconocer. Decide hablar conmigo ya que “necesita”, según ella, desahogarse con alguien acerca de la situación que está viviendo en este minuto y que ya no puede controlar más. (La confianza para lograr las siguientes confesiones se obtienen luego de 4 semanas de seguimiento y reiteradas conversaciones en cada amanecer). Esta es su playstoria:

Emily llega puntual a su trabajo nocturno en la comuna de Lo Barnechea. Son las 22 horas y debe cambiarse el uniforme escolar lo más rápido posible antes que un cliente la vea llegar –comúnmente ellos aparecen luego de medianoche-. En el trayecto a los camarines, la joven de 17 años saluda al administrado del local, el Octavio, y al resto de las niñas que trabajan con ella. La mayoría son universitarias que tratan de pagar sus estudios o chiquillas que desean ganar grandes sumas de dinero en poco tiempo. “En fin, cada una hace lo quiere con su vida”, confirma Emily cuando ya está lista para ponerse su respectivo uniforme: una tanguita -casi como un hilo-, un sostén y un par de tacos agujas bien brillantes; toda una vestimenta de un tono rojizo intenso. “Odio verme así, como un pedazo de carne. Pero si no lo hago no trabajo, no como, y no podría ahorrar la plata suficiente para cumplir mi sueño: ser una bailarina profesional, como esas del teatro nacional o las que salen en el programa Rojo”.

Son más de las 2 de la mañana y el lugar esta repleto de señores de corbata y traje. Los tragos se reparten en cada mesa, jovencitas voluptuosas bailan al ritmo de música sensual en los diversos “tubos” que tiene el escenario, y a un rincón del recinto, el letrero VIP es observado por decenas de transeúntes que van y vienen de la “sala especial” con una sonrisa acabada en sus rostros. Un ambiente que poco a poco desgasta a Emily, ya que ella sólo desempeña su labor como mesera “y nada más, lo juro”, asegura. Sin embargo, ésta no es su noche. El decrepito funcionario público llamado señor L. -por ahora- desea tener por unas horas la compañía de Emily. Incluso, le dice a Octavio que está dispuesto a pagar el triple del precio que estos “chinitos mugrientos y chilenitos ABC1 pasados a mierda. Yo pago caro por lo que me gusta, y si algo lo quiero, lo tengo”. El administrador mira a la chiquita con los ojos triste, vacila un segundo, y le indica que vaya al camarín. “En ese minuto no sabía qué hacer. Quería irme, pero no podía. Necesitaba el dinero, pero a la vez aquel hombre me repugnaba”, señala la colegiala. Sin embargo, sus dudas se las guardo para sí misma debido que se estaba sacando su uniforme para ponerse “el otro atuendo”.

Media hora después todo está en orden: la sala VIP queda despejada, los sillones de felpa rojos están vacíos y una canción de Barry White suena tan fuerte que opaca el ruido de los excitados clientes. Las luces del lugar bajan su voltaje para crear un ambiente más lúgubre que íntimo. El señor L. se mantiene sentado a sus anchas a la espera de la chiquilla elegida. Aprovecha el tiempo para sacarse su chaqueta Armani y desabrocharse los tres primeros botones de la camisa. El calor estival hace que el hombre setentón sude bastante, mostrando un aspecto poco apetecible. Y mientras el señor L. se va a sacar los pantalones, para apurar la previa, aparece Emily vestida con casi nada: sólo lleva puesto una tanguita -más pequeña que la anterior- de color blanco, zapatos del mismo tono y unos parches en sus pezones que dejan ver sus adolescentes pechos. En tanto, el rostro de la muchacha había sido pintado exageradamente, a tal punto que las lágrimas de sus ojos se mezclaban con los esmaltes y los brillitos. “Me sentía un monstruo que iba a estar con otro peor. Era una sensación de asco y lamento”, relata con más llantos. Para Emily observa a ese viejo y saber que debía “hacer su nuevo laburo” le producía vergüenza, y a la vez, repugnancia. Pero cuando se sentó al lado del señor L. no tuvo otra opción que cerrar los ojos y resignarse. “No podía saber si habían pasado una hora o quince minutos. Sus arrugadas manos se paseaban por mi cuerpo, esa lengua áspera y gigantesca se correteaba por mi cuello y mi cara. Era un animal. ¡Lo odio, te lo juro que lo odio!”.

Ya casi amanece. El local está por cerrar. Octavio cuenta la propina extra que saco por el trabajito realizado de su reciente mesera favorita. Algunas chiquillas se despiden con un empresario medio ebrio bajo el brazo en busca de un taxi, mientras que otras se visten para ir a clases o a sus casas. En cambio, Emily se mira en el espejo del baño luego del horrible episodio: su rostro está mugriento por la pintura corrida debido a los lengüetazos del señor L. y observa como algunos chupones se impregnaron en su piel con algún extracto de saliva. Desde la puerta del camarín el administrado le grita con entusiasmo: “¡Estuvo bueno el ascenso, ¿o no mijita?!”. Pero la apenada joven no desea contestarle. Al contrario, en silencio se saca lo que tenía de ropa y se dirige a la ducha. Su llanto es reconocido por quien les habla, mientras consumo una cerveza helada a un costado de los baños, cerca del bar. Y cuando Emily está lista para irse, sin dirigirle una palabra a nadie, totalmente arropada como si fuera invierno, me dice: “Estoy lista para hablar”.

¿De qué estamos hablando?

Playstorias:
Relatos, testimonios, pasajes cotidianos o incluso escenas (no podría clasificarlas en de una estructura narrativa, en todo sentido, concreta) que se ponen en movimiento por la gracia de la prosa y la necesidad instintiva, casi “velizaría” de iluminar la existencia de individuos que podrían estar frente a nuestras narices, pero no somos capaces de verlos, ya sea por decisión propia o simple desinterés. Anónimos del espector público con ganas de contar algo suyo. Sólo hay que poner play o cliquear esta dirección blogera para leer acerca de ellos.

No obstante, existe una pillería: estos personajes pueden ser reales o ficticios. Eso depende de la editorial de esta página, o sea de mí. Claro, yo decido. ¡Mmm, interesante! Bueno, mejor dejemos las verdades y exactitudes para otros sitios web, ya que éste jugará con la incertidumbre, tanto la suya como la mía.
Disfruten.