Algo más

La vi sentada en el fondo de la sala, tenía el pelo rojizo. En otra oportunidad apareció de derepente en el metro, ella no se fijo, pero yo sí: ahora su pelo era rubio. Y desde ahí la roza cromática, al igual que el típico ejercicio de la clase escolar de arte, se impregnó en su personalidad hasta ya no saber siquiera la finalidad de su camaleónica apariencia. Ella distinguía; se percibía patente extraordinariedad.

Y durante una tarde maratónicamente chelística, después de quebrar la barrera de la vergüenza y la de los silencios incómodos, ella dijo: “Ahora realmente sé quién soy”. Para luego continuar con un evento semanal que terminó en bailoteo nocturno en un local apto sólo para perrear, mientras uno debía trabajar en una relojería. ¡¿Que paradojal?! Mientras ella se tomó el tiempo para descubrirse, yo vendo artefactos de medición temporal sin tener un minuto para pintarme el pelo y confesar.

Algo más. No sé qué. Pero es algo más.