Veterano encuentro



Aurelio se encuentra frente a un cruce con cuatro rutas posibles: los respectivos puntos cardinales, en piso de ripio y sin límite alguno, aun cuando el crepúsculo diga lo contrario. El sol cae en otro sueño nocturno y Aurelio debe decidir a dónde ir. Con maleta en mano y una Chevrolet LUV fuera de servicio, este octogenario busca que el azar le dé una mano. Alguna señal que le permita aventurarse. Dejar el traje de viudez y renacer. Volver al mundo, salir de la cotidianidad y realizar un deseo: viajar. Periplos donde el tiempo no sea una hoja de ruta; más bien que se convierta en una mera herramienta de orientación. Cuántos días, meses o años pasen realmente no importan, pues lo que trasciende son las experiencias. Lo que queda impregnado bajo arrugas remarcadas y blanca cabellera. Extractos de la vida que permanecen en uno hasta el final.

Mariela añoraba travesías como las que su acompañante está dispuesto a comenzar, pero un gastado corazón dejó de latir. Emociones posteriores a un prolongado y sufrido acto de vejación, terminaron por expirar el último aliento de la bella anciana. Tiesa y fría no alcanzó a despedirse. El adiós lo entregó Aurelio luego del funeral como único acto de presencia. Palabras escaseaban, un cálido beso de ella también.

Al abrir los ojos en medio de este inhóspito cruce, Aurelio vuelve a pronunciar la misma despedida a través de una caminata constante. Dirige la vista en lo que queda del horizonte y toma uno de los cuatro caminos. ¿Cuál será? Eso poco interesa, pues quién sabe si se encuentran con este paseante. Yo lo hice. Por qué ustedes no.

Madre

Gabriela se siente sucia. El hedor del cincuentón cliente quedó impregnado en su cuerpo. Ni siquiera media hora de agua caliente pudo quitar la pestilencia del lascivo hombre. Son la seis AM, y pronto va a amanecer. Otro horario cumplido. ¿Hasta cuándo?

A veces, Gabriela se pregunta por qué hace lo que hace; qué la detiene a buscar algo mejor. Decir: “esto se acabó”… Y la imagen de Tomasito sobresale de una vieja fotografía encima del velador del dormitorio. La oportunidad laboral de la capital, en contrariedad a la del norte chileno, obligó a que ambos se separaran. Ahora, el pequeño está al cuidado de los abuelos mientras Gabriela supuestamente mantiene la mensualidad de pañales, alimentos y juguetes como mesera en un café del centro santiaguino. Pero la verdad es otra. Una cubierta de abusos, maltratos y golpes. Cavernícolas-urbanos excitados, de corbata u overol, que con dinero se autoproclaman el derecho de ultrajar las intimidades de la muchacha. No hay preámbulo alguno, directo al sexo: duro, fuerte y unipersonal. Un escalamiento hasta la exclamación masculina y, a la vez, una tortuosa espera femenina. Uno siente todo y el otro niega cualquier dejo de placer. Ella sólo desea que eyaculen pronto…

-¡Basta. No más! Por favor, no más-, replica silenciosamente Gabriela en cada sesión.

… Y listo. Pagan y se van. El vacío persiste en ella por unos segundos, y luego todo se tranquiliza. La soledad es su amiga y posibles amoríos nunca resultan. La mano pesada y oscuros moretones dan fe de aquello. Sólo el recuerdo de su hijo logra que persista en la antigua profesión. De modo que el abandono del masculino acabado se convierte en un máximo alivio, en vez de una fatal desilusión. Aunque hay momentos donde desearía amor, y no puro dolor.

El sol está por salir. La ventana abierta deja que los rayos matutinos iluminen la habitación y refresquen el acalorado ambiente de encierro. Gabriela aprieta con la mano un bajo de quinientos mil pesos y agradece tenerlos, mientras los guarda una caja junto a sonajero blanco. Sin embargo, no sabe si esos billetes equivalen el real precio por el acto cometido. Dolorosa lujuria ajena versus el bienestar propio. Amor de madre encerrado en traje de puta. Vergüenza maternal.

El ruido constante de la locomoción colectiva sube de tonalidad y silencia los llantos de la mujer. La tristeza queda en ella, y otra jornada comienza.

- ¿Cuánto más habrá que esperar?- es la pregunta que Gabriela no deja de hacerse cada noche… Todos los días.