Quién más que tú


Por condición familiar, si alguien me pregunta:

-Oye, ¿y quién es la tipa estupenda de lente que se ríe a ratos? Ya que en otras ocasiones la he visto como una fiera Hollywoodense.

Respondería lo siguiente (con algo de distancia al principio):

-Haber compadre. Perdóname, pero ella es mi hermana. Así que relax men. Cuidadito…


Y segundos después diría:


-Ahora, yo sé lo que te pasa Leo (Dicaprio el actor, por los que no saben). Entiendo que te gusta. Pero wait. Vamos por parte... Déjame invitarte una piscolita y así aprovechamos este momento para ver si necesitas un nuevo guionista para tus documentales ambientalistas. Mira que yo…

Y de esa manera seguiría conociendo al cabro hasta nuevo aviso. Pero claro, es la mínima actitud que puedo tener si tengo una familia constituida por mis padres, Sensei y Sacerdotisa, dos hermanos mayores, Baba y El Predicador, y al final la joyita menor, la políticamente correcta-incorrecta Cami; alías Cintura de huevo. Ella: la única entre tres fortachones, menos Baba que es intelectual, tiene que ser tratada con el mismo cuidado que se le da a una princesa, media mamona a ratos, pero doncella al fin y al cabo.

Su nombre de pila es Karin Camila pero todos sus conocidos le dicen Cami, Camila o los apodos que antes mencioné. Lo que sucedió no fue por una coincidencia sino que ella, a los dos años de edad, cuando su apetito era mayor al mío (tenía un año más), dijo su primera palabra. Sensei y Matriarca Concepción, alías de Sacerdotisa, pensaron que la retoña iba a gesticular los típicos apelativos mamá o papá. Por supuesto, si es lo que toda pareja espera que digan sus hijos al nacer. Sin embargo, la Cami pronunció como una verdadera bebé prodigio y clarividente lo siguiente: “antes que todo, quiero decir que mi primer nombre no me gusta, y por lo mismo llámenme por el segundo. En el futuro, Hagan lo que hagan, vayan a buscarme siempre al Metro. Ah, y no olviden que siempre quiero una pieza para mi sola, ¿okay? ¿Me cachan o no me cachan?”. Así no más.

Y desde ese día cuando cumplió dos primaveras un 21 de octubre, esa boquilla no paró de hablar.

Actualmente Cintura de huevo sigue promulgando lo que se tiene que hacer, ya sea en su práctica profesional como toda una Trabajadora Social súper topísima o al enderezar a palos a este humilde escribano para que busque un destino académico. -Lo cual debo agradecer de antemano. Pero no seamos auto-referentes y volvamos al personaje-.

A Camila nadie la detiene, aunque a veces los hombres la confunde más de lo necesario. Y no es para menos, una personalidad extra-parlanchina y llena de actividades necesita de un chaperón masculino a quien recurrir cuando hace falta, sobre todo para las tardes de películas y de series de teve como Gilmore Girl's, o salidas a bailongas con sus amigas, las cuales también andan con su andante particular. Como pariente ultra-cercano sólo diría “a la tranquilidad; vive tanto como puedas y llegará”. Poético, ¿o no? No sé, pero es lo que se me ocurrió hace un rato. Es que a esta chica hay que protegerla y aconsejarla siempre, o por lo menos eso me dice Sacerdotisa a escondidas cada vez que Karin Camilia sale al gym.

Por lo pronto, esta noche tengo la misión de ser uno más de sus amigos y, a la vez, transformarme en Segurito con el objetivo de cuidar la puerta de mi hogar para que zánganos borrachines-jactadores-de-tener-estilo no vuelvan a robar billeteras como en los cumpleaños pasados de la Gordi. Y al igual que en la fotografía que se encuentra a un lado de este escrito, estaré presente para apoyarte -y lo digo literalmente porque en la imagen tienes tu mano puesta en mis antiguas abdominales de deportista y que aún extraño- cada vez que lo estimes conveniente. En tanto dulces Par de Patos y recuerda que la diversión es lo primero, lo segundo y lo tercero siempre; eso es lo que yo creo.

Felicidades.

Segundo intento


Han pasado tres semanas y la Minu sigue desconectada. Ya no sé qué hacer. Las horas al lado del computador esperando, mientras veo otras vez la última temporada de Doctor House en Universal, ya no son las mismas. Por más que me reía de las desventuras de House y disfrute sus prácticas curativas para vencer las patologias más extravagantes de la medicina moderna, a lo Sherlock Holmes, no puedo dejar de pensar en ella. En serio. Y no es que sea de esos tipos mamones, o sea mi mamá es mi vida, pero cuando ocupo este adjetivo coloquial me refiero a los macabeos; mejor dicho a los cabros desesperados y pegotes que organizan su vida dejando en un trono inmaculado a sus majestuosas parejas e intocables enamoradas. ¡Por favor, querido cibernautas, no piensen eso! Lo único que sé es que ella me entendía. Era como el amigo piscolero sin piscola. La amiga capaz de tener un apetito parecido al de mío, incluso mayor (sin enojarse Minu), y desear a mitad de la noche su buen burger o su buen helado de mouse de manjar para saborearlo con una buena peli en el cable. Es como si ella pudiera escucharme de verdad aunque le hable con mis cuidadosas tecleadas y monos amarillentos. Debo decirlo: la extraño (demasiado cursi y mamón, pero cierto).

Cuando el grupete de amigos viene de visita solemos hablar de esta amiga virtual. La mayoría de los encuestados me aconseja que vaya a su casa para confesarme a lo Romeo Montesco. Otros, abogan por una rápida y descontrolada noche de lujuria con alguna chiquilla de turno, unas máximas piscolas, y, cuando la resaca te impida razonar al otro día, la borras de MSN. Listo. Así de simple. Ambas soluciones que por el momento tomaría con gusto. Lo malo es que una noche revolví mis impulsos emocionales con los comentarios de aquellos “Buenos Muchachos” y lo pudrí todo. Lean:

Me encontraba a pasos de la casa de La Minu. Eran pasada las una aeme, creo. Y no lo aseguro porque esa fue la hora que posiblemente escuché de la boca del Chunia antes que me dejará botado donde la “innombrable”. Mis amigos le dieron este sobrenombre luego de oír mis discursos piscolísticos sobre enamorarse y encontrar a “la” supuesta alma gemela. De hecho, sentía los ojos hinchados, onda como si hubiera llorado o, aún mejor, si hubiera fumado su cañito. Quizás qué cresta dije o hice para tener las pupilas dilatas... Me sentía aheonado. Un libro abierto de la melancolia más cebollenta nunca antes protagonizada...

-Si sólo tengo veintitrés. ¡Uf! cuántas historias- digo en una reflexión flash e incongruente para el relato. Por lo mismo, volvamos a la historia.

... Más encima no tenía la tarjeta BIP para llegar a mi casa. Qué desastre. Sin embargo, unas ganas de hacer “pis” me apremiaban y no tuve otra opción que marcar mi territorio en el portón de la casa. Una estupidez si lo piensan, pero tenía demasiados enanos verdes golpeando mi cabeza en ese minuto como para meditar en lo que la Minu pensaría. De pronto, de botar líquido por mi amigo masculino decido terminar con el malestra post carrete y descontrolar los esfinteres. Es decir, vomité, y no paré de hacerlo. Fue embarazoso y a la vez gratificante. Ustedes saben, esa sensación de que lo botaste todo, que podrías comerte un Bigmack de aquellos y, sin embargo, tienes un aliento de dragón listo para fusilar a quien tengas en tu camino. Y lo que es peor aún, pasarte la pelicula de ser pillado en pleno acto de explusión de residuos estomacales por el padre de tu novia (no es malo soñar, o no Sensei). Porque pasa.

Y de la oscuridad más profundo, producto mal funcionamiento del alumbrado público, un hombre canoso, con una bata blanca puesta encima de su piyama y una escoba en la mano me dice iracundo:

-¡Y usted joven, ¿qué hace aquí?! No sabe que a esta hora de la noche la gente decente duerme. Acaso usted es imbécil o se hace. Vayase antes que llame a los pacos... Y no vuelva por aquí en su vida. ¿Me entendió?

No podía creer, el futuro suegro me había visto en la situación más bochornosa vivida por un adolescente que desea empezar algo con su hija. No hablé, ni mucho menos me moví. Sólo atiné a correr lo más rápido que pude antes que el “querido señor papá de Minu” me introdujera el palo de escoba en mi virginal recto.

Y así, como anuncié anteriormente, lo pudrí todo.

Está es la cuarta semana que no hablo, veo o escucho a La Minu. El accidente quedó atrás y lo más probable es que evite los tragos con piscos o cualquier otra bebida alcohólica por un largo tiempo: una o dos semanas... Jajaja. Si tampoco fue una intoxicación. Pero bue, ¿qué se va hacer?. Igual intenté, de la peor forma posible, obviamente, cambiar el rumbo de mi incomunicación con la Minu. Tal vez debería aventurarme a retornar a la entrada de su casa haber si el padre me reconoce, y si esto no sucede, me presento a la chica del MSN como hay que hacerlo: “Hola, soy Tomás. ¿Me recuerdas?”. Y apenas ella afirme lo interrogado realizó la estocada besucona en sus prístinos labios; sin resquemores o dudas. A la espera que ella vuelva a conectarse conmmigo más allá de la fibra óptica del Internet. Esperemos que sí.

Din-Don, Din-Don. Así suena el timbre. Veamos que lo que pasa ahora, ¿o no?

Un viaje de a dos

Todos los días Editario Escribano viaja en micro por la ciudad a una hora en la cual siempre encuentra un asiento al lado de la ventana y al fondo de la máquina. A Editario le encanta ver cada detalle de las calles, los semáforos y de las personas que enfoca durante su trayecto. Piensa que a través de su mirada puede corta y pegar acciones capaces de formar su propia ficción dentro de la realidad de todos los días . Observa las cosas con una especialidad cinematográfica que envidiaría un Coppola, un Scorsese o un Woddy Allen. Tanto así que con sus pestañeos perfectamente se podrían montar un digno metraje para algún festival nacional.

Por favor, lean a continuación un extracto de la proyección visual de Editario Escribano en un día normal mientras disfruta de su cinéfilo pasatiempo on the road:

Una joven veinteañera se encuentra parada enfrente mío. Lleva puesto un vestido blanco, de suave y delgada tela, preciso para el sol veraniego que intensifica la temperatura de la micro. Al parecer, estos días de descanso no evitan la aglomeración de personas en el transporte público, produciendo que el abdomen de la muchacha rozara mi rostro. Pestañeó y ahora veo los miles de puntitos que unen el atuendo de la muchacha. Pestañeó de nuevo y veo la tersa mano derecha de la chiquilla con un anillo puesto en su dedo indice y un par de pulseras en su muñeca. Vuelvo a pestañar y el sol me golpea en la cara con más fuerza. La fuerte luz acalorada me molesta la vista, proyectando múltiples destellos que perjudican mi escena 6.

-¡Rayos! Esto pasa por trabajar con iluminación natural. ¿Tan sólo si tuviera presupuesto?- reflexiono en mi cabeza, mientras realizo otro corte para mirar, con un movimiento tilt down (de arriba a abajo) la silueta de la mujercilla. Una decisión guionística que me permite saber el nombre de la normal y sencilla morena gracias al cuaderno que lleva pegado la pecho y apoyado en su mano izquierda; hago un zoom foward para asegurarme. En la tapa está pegada una etiqueta donde se gráfica su nombre: Martina.

- Martina, Martina. Que nombre.... Se llama Martina- digo sinceramente pero sin meditar si estoy hablando o pensando. Lo único que sé es que tengo la mirada puesta en el tumulto de cuerpos humanos que se encuentran en medio de la oruga-móvil, como para pasar desapercibido y que la supuestas Martina, -¡oh no, lo dije de nuevo!-, no me pille (hago un plano general que muestra la masividad de individuos y luego un plano medio a una pareja de adolescentes dándose un tierno beso).

La muchacha empieza a mirarme extrañada. O eso es lo que noto con rápidos planos-ojeadas. Pienso que logró escuchar su nombre.¡Recorcholis! Tal vez fue sólo mi imaginación. Sí, eso fue. Pero ella me pregunta:

- Discupla, ¿pero a ti te conozco? Acabas de decir mi nombre... Sí, Martina, así me llamó.

Narrador con voz en off

Editario no sabe qué decir. La intromisión de Martina lo deja descolocado. Y lo lamentable es que sus pensamientos se hicieron públicos: unos obreros sentados al frente de Editario dan vuelta sus cabezas y lo observan con expectación, a la espera que la pareja pueda cerrar su encuentro con la típica escena romántica de las teleseries mexicanas y que siguen con fervor sus esforzadas esposas. La escena se llena de planos medios y primeros planos entre las caras de los usuarios de la micro, la joven ventiañera y Escribano. Es como una secuencia dominada por una sonora musical de una película de Hitchcock. Sin embargo, el joven universitario logra mantener la calma y se presenta.

-Mi nombre es Editario Escribano. Y bueno, no nos conocemos. Hasta ahora, claro. Supe tu nombre porque la etiqueta de tu cuaderno.

Martina me mira con sorpresa y trato de safarme de la intromisión.

-En serio. Y no te preocupes, no quiero molestarte ni nada por el estilo. Lo que pasa es que derrepente hablo solo... Filo, cosas mías. No me pesquí.

Martina sonríe con cierta ternura y me responde:

- Ya si un es pa’ tanto Escribano... Ese es tu nombre, ¿cierto?
- Sí, mi apellido. O sea me llamo Editario, pero dime como quieras- respondo como esos personajes que ya cayeron por su co-protagonista. Y si no me falla el ojo de director, yo encontré a la mía.

La conversación con Martina iba en avanze: confirmo su nombre después de escuchar el origen del mismo por la necesidad familiar designar con este apelativo a por lo menos una mujer por generación, y si se tiene sólo hombres deben llamarlos por Martín. Aprovecho de darmelas de caballero y cambie de ubicación para que ella se siente y yo viaje parado.

-Lo mínimo que puedo hacer si me está contando cosas personales-, pienso.

En tanto, los dos obreros lujuriosos no paran de importunar con sus vueltas de cabeza y reojos descarado al esculpido escote de Martina. Podría suceder una escena de pelea que costaría probablmente más que mi presupuesto (un pago picante por esclavizadas horas de trabajo en un video club de barrio); además que no tengo seguro médico. Por eso prefiero evitar sálidas en el guión y mantener la calma.

El tiempo pasa y hay que seguir rodando. Sin embargo, el maldito productor ejecutivo llamado Presentimiento me indica que debo llegar clímax: el momento más álgido de la película donde se produce una concatenación dramática (lenguaje de estudiante de Dramaturgia) hasta explosión emocial de acciones que dirigen al desenlace, antes que todo se vaya a negro y comiencen a salir los créditos. Justo cuando ambos, eso creo, sentiamos esas ganas de conocernos físicamente hablando e interacturar nuestros pómulos, labios y lenguas en un baile erótico para espectadores mayores de 13 años. Y creo que sucede porque mis ojos-cámaras hacen un paneo de arriba a abajo por la ventana y observo una estación de Metro. Martina me dice con la mirada media arrepentida:

-Esta es mi parada. Debo tomar el Metro, sino no llegó a mi casa.

Marina se para rápidamente, toca el timbre en la puerta que permite la bajada de la micro y se da vuelta para darme esa imagen, en plano medio, de un infortunado adiós...

Se supondría que todo héroe o hombre enamorado -da lo mismo la designación característica del protagonista a estas alturas- debería ir y evitar el sálida de la mujer con el objetivo de lograr ese repetido, pero siempre gratificante final feliz. Sin embargo, como director y guionista de esta historia tengo que confirmar una secuela, o mejor dicho, una segunda parte; sin importar lo fatal que son estas realizaciones producto de sus fines netamente comerciales; en lo cual este metraje de “encuentro” no desea convertirse. Al carajo las ganancias del productor ejectivo y sus consejos desde el inconsciente.

Para mí Un viaje de a dos (nombre de esta primera cinta) será una apuesta creativa llena de futuras citas amorosas. Lo puedo apostar por el cuaderno que tengo en la mano con la dirección, teléfono y mail de la Martina; además del mensaje que me escribió mientras la magia del cine-realidad y mi mirada puesta en su bello rostro despistaban la fugaz escritura de la veinteañera.
El recado decía:

-“Me sentí como en la peli Eterno resplando de una mente sin recuerdo de Michel Gondry, ¿la viste? Bueno, ojalá podamos reencontrarnos... Besos... Martina”.

Y sin que yo mismo lo entienda, comienzo a visualizar un plano abierto de la micro mientras sigue su recorrido por la calle Alameda en direccción a la plaza de Armas. Es como si mis ojos ya no fuera parte de mí y se transformaran en un lente de tal magnitud que logrará proyectar un bello atardecer estival, compuesto por un frondoso cerro Santa Lucía y un anaranjado cielo despejado que sólo la imaginación y la cinematografía pueden crear.


Comienzan los créditos

Recuerdo de un Grande



El 2 de octubre de 1952 nació en las playas nortinas el Sensei de Velizia. Criado por la matriarca reinante Chela Primera y sin figura paternal que lo guiara -debido a que su padre Alfredo “El guerrero” falleció tras combatir en los Pasajes Cancerígenos de Colón, en plena época de radicales, cuando era sólo un infante mamón- este scout, violinista y ajedrecista amateur creó un estilo de vida llamado “Soñar no cuesta nada”. Una frase que lo llevaría a disfrutar por largas horas las series policiales y las reuniones colegiales en sus tiempos de juventud; un eslogan político que mantendría firme su activismo dicí en contra del “Director Supremo”; y una estructura gramatical que forjaría a su familia por la búsqueda de múltiples aventuras que dignamente podrían ser contadas en una novela gráfica o en una compilación de cuentos cortos; ya sea por la autoría del mismo Sensei o por algunos de sus cuatro herederos al trono veliziano.

Hoy, esta filosofía de vida se mantiene latente en su cuerpo cansado de batallas comerciales y jefaturas enclenques. La sonrisa que se muestra en la fotografía de arriba, da cuenta de la despedida puberiana de su última descendencia masculina antes de enrolarse en la Academia Universitaria. Sensei creía que este hijo de la rebeldía lograría aquellos sueños que él no pudo concretar por cosa del destino mundano o la designación divina. Sin embargo, aún faltan varios veranos nortinos para corroborar esas ilusiones paternales. O por lo menos hasta que su retoño vuele del castillo Marcela Paz

Por lo pronto, iluminar esta fecha especial y poner en la línea virtual a este personaje de la historia veliziana, vendría siendo una forma de dar las gracias por su existencia y, al mismo tiempo, una forma de transcribir en palabras un primer acercamiento a esos anhelos-inconscientes que todo padre desea para su hijo.

Feliz nacimiento Sensei.