Dientes de lata

Sacado del baúl de los recuerdos de un olvidado blog llamado Chek Point.


Era tarde ya. O lo menos eso pensaba ya que no tenía la certeza temporal, o sea de un reloj, para saber si estaba atrasado. El Cote me dijo que nos juntáramos a las siete de la tarde en su departamento, y no antes, porque la espera sería inútil. Además, estaba con la mente completamente ocupada en “Dientes de Lata” –compañera del grupo de teatro que debía estar a las 19 horas en el lugar indicado-. Ella me estaba volviendo loco. Mejor dicho, intrigado. Su simpatía y naturalidad embriagaba mi líbido adolescente en cada reunión. Vestía atuendos casuales: un jeans o pantalón de tela con una polera algo escotada, zapatillas deportivas, algún que otro collar y aros, y usaba un perfume de aroma insípido para la gallada, pero totalmente afrodisíaco para quien les narra. Es más, cuando realizábamos una escena o un juego de personajes, mi concentración se disipaba rápidamente producto a la vista inmoral y descarada que ejecutaba con dirección a sus oscuros ojos, en vez de enunciar el improvisado diálogo. Ella se reía por lo distraído de mi comportamiento, desconociendo que sus tiernos y suculentos labios eran un punto fijo y obligatorio en cada mirada vespertina. Al parecer, esta Dientes de Lata afloraría algo más en mis intenciones artísticas a medida que pasarán los días.

El grupo llevaba un mes con reuniones semanales, pero las cosas no estaban funcionando. Había egos encontrados entre los cinco integrantes. Por un lado, el Cote, la Magda y la Consuelo quería contar un historia tragicómica, con dos finales y utilizar espacios creativos más complejos en las escenas (al incorporar a bailarines y músicos) de la –no escrita- obra. Y por el otro, Diego (o sea yo) pensaba en relatar una especie de vivencia grupal de cómo unos adolescentes querían hacer una obra de teatro. Algo casi autoreferencial. Y que acercaba mucho más –en su manera de pensar- a los jóvenes con la cultura: el objetivo principal del proyecto, por cierto. Mientras que la Dientes de Lata lo único que deseaba era actuar. Entonces había una incomprensión creativa que nos dificultaba seguir adelante. De hecho, retrasó bastante la producción de la historia.

En lo personal como que me daba lo mismo en un momento; estaba chato que este trío siempre funara mis ideas. Que lata. Pero bueno, filo, será, ya está.

En tanto, Dientes estaba a favor de ambas propuesta, aunque en una conversación privadas con ella, prefería la mía. Le tincaba más. Un aspecto que me hacia sentir valorado, querido, en cierta forma por Dientes. Ella era especial y diferente a los otros tres. Cuando escuchaba sus opiniones no dejaba de gesticular una expresión embobada de admiración, y no sólo por su belleza intrínseca, sino por una especie de gustillo típico: algo así como la supuesta reacción química llamada coloquialmente como “enganchamiento”, la cual fluye por la venas, casi igual que la sangre que bombea los órganos para accionar al principal de éstos: el corazón, con una aceleración sincopada que marcaba la proximidad entre ambos. Pero que sólo yo la sentía... se supone.

Era el fin. El Cote por medio de un correo electrónico me había echado del grupo. Decía que no estaba comprometido por la inexistente obra. Que necesitaban gente que fuera a todas a las reuniones –cuando sólo había faltado a dos porque me encontraba realizando un video para el cumpleaños de mi madre-. Parecía injusto. Sobre todo porque los cinco nos habíamos excusado, en más de una oportunidad, de ir al ensayo semanal. Además, la rabia contenida era doble, debido a que Dientes de Lata también fue desaforada por la vía epistolar-electrónica. Ambos ya no éramos parte de una prometedora creación teatral. Se acabó. Sin embargo, no poder volver a ver a Dientes era lo que más me afectaba. Ella pasó de ser la compañera a la amiga, y de la amiga a la mina –como se dice en la jerga juvenil- en la cual estaba enganchado. ¿Qué hacer?

Dos meses después.

Las cosas con el Cote y el resto del grupo de teatro están bien. No hay rencores y nada por el estilo. Sólo un angustia sentimental por la posibilidad de haber creado una buena obra. En tanto, las cosas con Dientes de Lata no fueron las esperadas. Salimos un par de veces -para que sepan-. Pero eso. Cada uno tuvo sus vacaciones de invierno. Cada uno se divirtió, carretió y bebió lo suficiente. No obstante, ella volvió con novio, y yo, con el pensamiento presente de su sonrisa de metal. Cuando me lo contó en una conversación vía mensajería -alias MSN- lo presentía. Era como si el típico sexto sentido que tengo cuando pierdo mi oportunidad para entablar una relación, más o menos formal, queda “en veremos”. Ella dijo que seamos amigos. Y yo le creí. Ella piensa que igual puedo ir a su departamento a charla como antes. Y yo lo acepté. En verdad, hasta si me hubiera dicho que comiera porotos durante un mes, yo no lo haría. Jajaja. Eso no. Pero con tal de presenciar esos ojos oscuros, todo era posible. Y como siempre he patentado: “si no se pudo antes, ojalá suceda mañana”.

Ahora bien, la tardanza en encontrarme aquella-persona-especial puede producirse por olvido, por retraso, o porque te pasó algún infortunio en el transcurso del recorrido al lugar donde uno se dirige. Y en mi caso, no cabe duda que en una parte del camino debo haber tropezado con la ceguera de la amistad o con la tontera de la eterna soltería, ya que me quede sin diente ni pedazo... ¡Ouh¡ Perdón. Sin pan ni pedazo.