Contactos



A Valentina no le molesta andar en el Metro en el horario punta. Ella agradece el roce físico entregado por los otros pasajeros, pues en casa no recibe ninguno. Con excepciones de viejos verdes y púberes hiperexcitados, Valentina acepta apretones y pisoteos para sentir algo más que el desinterés paternal; olvidar con otros contactos. Pero esa cercanía corporal tiene mayor significado cuando en la estación Los Héroes él entra al vagón. Valentina está frente suyo y contempla. El muchacho se percata de su presencia. Valentina espera. Y el tren frena de improviso. Silencio. Ex novios esperan abrazados... A salvo.

Sincera verdad

Observo el calendario y reflexiono. En diciembre se cumple seis años desde que salí con mi generación de cuarto medio por las puertas del colegio privado Seminario Pontificio Menor.

-Su buen tiempo, hay que decirlo-, confirmo en solitario frente al computador. Y luego me pregunto: ¿Por qué ahora y no antes? O para explicarme mejor: ¿Por qué dejar todo lo realizado (el periodismo y las ganas de ser cineasta) para convertirme en pedagogo?

La decisión me remonta a un recuerdo de muchos otros en donde el aula es la locación escogida, y tanto yo como el profesor de Castellano (todavía no se llamaba docente de Lengua Castellana y Comunicación) fuimos los protagonistas. Director, productor y guionista será La Memoria, para así dejar de espectadores a quienes lean esta experiencia.

Que se inicie la función (en formato de corto-narración):

Las clases de Castellano siempre tenían la misma dinámica: clase expositiva con una actitud improvisada y apasionadamente chora que el profesor Cépeda deseaba transmitir. Pero que en mi caso, un joven scout-deportista-anti-lectura, fue toda una proeza incomunicable. Por ejemplo, El Quijote de la Mancha de Cervantes me lo leí de un resumen sacado del sitio web Rincón del Vago, y el profesor no se daba cuenta. O si uno sacaba trabajos de otras novelas en internet tampoco se corría riesgo alguno de tener castigo, pues todo el curso comprobó que Cepeda no revisaba los escritos a fondo; de hecho, existe todavía la leyenda seminarística que este mediocre docente evaluaba de acuerdo al grosor de la cantidad de hojas entregadas, de modo que un tipo de letra de gran amplitud y el doble espacio fueron parte del formato predilecto del tercero medio masculino en el SPM. “Fácil el ramo; sus cachos por ahí y por allá y listo... Demás lo pasamos, y con buen promedio” era el comentario de pasillo mío y de mis contertulios. Sin embargo, todo cambió. Por lo menos para mí.

Cuatro medio avanzó rápidamente y se venía fin de semestre. Cépeda ya no era profesor de Castellano, y en su reemplazo el señor "Dupri" Valenzuela nos empapo de la literatura más despampanante e intrigante de latinoamérica. Pasamos a Cortázar, Octavio Paz, García Márquez, Rulfo y un sinfín más; realizamos exposiciones de fotografía gracias a una serie de salidas a terreno por la selva de cemento santiaguina, e incluso, visitamos el Teatro de la Universidad Católica para ver una obra adapta del libro El Cartero de Neruda, escrito por el chileno Antonio Skarmeta. Un Año intenso. Redondo. Con experiencias inolvidables que me calaron hondo en el intelecto y nutrieron una veta artística que aún mantengo en constante formación.

Dos vivencias escolares justo antes de salir a la realidad: fuera del sector oriente de la capital para convivir con el resto de los mundanos. Recuerdos que vuelven a mí -después de cinco años universitarios, con casi una licenciatura en Comunicación Social bajo el brazo, y una vasta lectura de autores literarios y realizadores audiovisuales de todos los continentes-, para encontrar la esperada vocación. Ese deseado camino; esa hoja de ruta que toda persona ansía encontrar. No por obligación; más bien, por opción. Y que en mi caso tiene marcado el destino final (una vez por todas): convertirme en profesor de Castellano… O mejor dicho y de acuerdo a los tiempos, en profesor de Lengua Castellana y Comunicación.

Pero esperen un momento. Relaté mi experiencia escolar y de eso saque la conclusión de mi elección. Ahora bien, falta un por qué... Y aquí va:

“Deseo motivar, encantar y formar personas que gracias al lenguaje, la comunicación y a las materias relacionadas con las Humanidades, puedan realizar sus merecidos sueños. El desafío como futuro educador es acercar a los escolares al arte, a la literatura (tanto narrativa, poesía y drama) y al cine; demostrar que la educación secundaria no es un mero pasaje antes de la esperada universidad, sino la germinación de grandes mentes que puedan convertirse en lo que quieran con tal de estudiar y proponérselo”.

Ese es el por qué, y vaya que me costó.