Creador de playstorias

Evaristo Escribano está sentado en una banca de la Plaza de Italia con una libreta en la mano. Observa la pasividad humana durante la rutina diaria y al mismo tiempo rellena las hojas en blanco con párrafos interminables. La maquina de playstorias no se detiene, y Escribano lo tiene claro. Tercera personas se convierten en protagonistas de relatos emocionales, intensos sobre la vida.

- ¿Hay algo más dramático que ella?- piensa para sí el joven escritor mientras los santiaguinos transitan apurados, con bolsas y regalos, en tiempos de Navidad y prospero Año Nuevo.

Y es cierto: La vida. Una oportunidad para mortales. Una experiencia de segundos o decenas de años, dependiendo de lo que depare el destino, un dios en particular o varios, o el azar. Elecciones motivadas por la razón o por los afectos. Una existencia dramática a pesar de todo, donde la curva emocional no tiene una figura designada, sino que se construye a partir de nuestras acciones y dichos. Elementos fundamentales para la creación on play o en movimiento; en completa acción corporal y apasionada…

Y Escribano lo sabe. Por lo mismo, no deja de vivir y ver la vida de los otros. Inspeccionar sus intimidades y nimiedades cotidianas. Desde la observación o desde conversaciones inocentes que terminan en testimonios humanos… Sorprendentes y reales, tal cual son.

Personas vivientes que se vuelve inmortales en el relato ficcionado y por un momento son protagonistas de una historia; se convierten en héroes o villanos, en enamorados o despechados, en amantes o matrimonios, en niños o viejos… Y tantas otras individualidades gracias a este humilde soñador y esforzado Creador de playstorias. Con el objetivo de captar la realidad en la cual habita el escritor, volverla suya, y domarla para su finalidad creativa. Re-crear desde lo que ya existe y germinar algo nuevo: una alma, un afecto, una historia de amor… Una vida diferente. Pero no tratar de ser dios tampoco. Más bien es ser sólo un novelero, cuentista y poeta a la vez. O mejor dicho, y tal cual como lo define Escribano: ¡Un narrador de puta madre!.

Finalmente, le deseo un bello 2009 y sigan leyendo este sitio virtual… Un lugar donde cuando menos se lo esperen, pueden ser narrados en una playstoria.

Se despide Evaristo Escribano, editor y creador de Playstorias.

Gran evento


Al decir acepto, todo se calma. Los nervios previos se disipan con la brisa veraniega y la autoimpuesta presión se expulsa en sonrisas y euforias amigables. Los invitados comparten comentarios fuera de la iglesia y detrás de la cámara capto sus expresiones. Sentimientos sinceros y múltiples se exponen en cada encuadre, con determinadas facciones. Excepto una. El bello y lozano rostro de ella no aparece, y no tendría porque hacerlo. Estuvo presente pero decidió ausentarse.

Ahora, la alegría inunda el evento, el amor se respira apacible. Dos familias y todos sus integrantes brindan una y otra vez, en la compañia de parientes y amigos. La noche convertida en un gran anacronismo de vivencias mantiene a la luna en su mejor esplendor. Sin embargo, el cámara-men se ausenta de sus labores un momento y bebe el décimo trago. Sentimientos disímiles luchan para no explotar en hirientes palabras. A pesar que se encuentra en una plenitud familiar, falta seguridad en su órgano latente. El rojo viviente se hiere por dentro, en espera. Pero recuerda… Siente el tema musical, el regalo realizado, y respira.

Play otra vez.

Regalo de navidad

Guillermo estaba nervioso. Mucho. Al frente suyo, la casa de Paula todavía se encontraba iluminada. Eran las tres de la madrugada y el muchacho tenía la certeza que todos los habitantes del hogar estarían durmiendo, pero al parecer eso no era así. El ritmo pachanguero hacía zumbar con gran intensidad los vidrios de las ventanas. Voces de jolgorio post-abertura-de-regalos se mezclaban entre si. Guillermo dudaba en tocar el timbre y menos iba a gritar para comunicar su presencia. Mientras, sostenía una caja muy bien empaqueta con un papel rojo con pequeños viejos pascueros y adornada con una cinta blanca con forma de botón de rosa. Era el momento decidir. ¿Entregar el presente u olvidarse por completo y regresar en otra ocasión?

De repente alguien grita con euforia:

- ¡No te creo, llegaste!

Guillermo, obnubilado, sólo observaba el bello y apretado vestido negro que tenía puesto Paula.

-Pero pasa, no seas nerd. Está toda la familia en la casa, con mis primos y todos los que conociste esa vez donde el tío buena onda. Vamos, entra no más.

Guillermo se acerca a Paula, la abraza con fuerza y le entrega el regalo:

-¿Y esto? ¿Es para mí?- pregunta la chica.

El muchacho asiente con la cabeza y recita sin tapujo alguno:

-Yo todavía estoy aquí… Siempre lo he estado. Y no pienso irme todavía… Eso espero.

Y desde la primera palabra Paula desangraba lágrimas. Aguas saladas de sentimientos pasados y presentes. Para Guillermo todo era posible, pero para ella existía una decisión que necesitaba mantenerse. Resignada, debía custodiar su alejamiento por el bien de ambos. No deseaba lastimar por confusiones, ni menos herir por lo irresoluto de su corazón. La atracción era sincera, pero el afecto vacilante. No había respuesta todavía, y Guillermo lo sintió. Observó los ojos de niña de Paula y lo supo.

-Oh I will be here... Come back… Come back…- murmuraba Guillermo a varias cuadras lejos de la casa de Paula y en dirección al paradero para tomar el transporte público. El volumen del MP3 estaba al máximo y el sonido de la canción en ingles repercutía en la tranquila noche veraniega.

Poco a poco todo se va a negro y Guillermo cierra los ojos, esperando…

Yo todavía estoy aquí


Inspirado en un video clip, con el mismo nombre pero en ingles, hecho por Eddie Vedder…


Una noche de verano, en su lugar de trabajo, ella y yo nos juntamos:

Después de 60 días, me dijo con honestidad:

- Tome una decisión. Creo que deseo ver a otras personas...

Y yo repliqué:

- Entonces mira a tu alrededor... Están en todas partes.
- No sé... Lo que pasa es que estoy confundida.
Yo la miré... Ese albo rostro de niña y esa sonrisa constante, y le dije:
- Cabra… Únete al club.

24 años, sin carrera terminada y sin trabajo… Una crisis de mediana edad. Pero ahora te llega cuando eres joven.

-Un presente no tan alentador, pensé.

Y eso fue todo. Habíamos terminado. El último encuentro y nada más.

Horas más tarde, la llamé al celular y no contestaba. Volví a hacerlo y el único sonido que me contestó fue el maldito tono, una y otra vez. El proceso ya había comenzado. Sólo esperaba que pasara rápido.

Lo aseguro, esa noche me estaba carcomiendo por dentro. Todo era nublado, incierto.

Un amigo me llamó por una fiesta y sin saber lo que me estaba pasando me dijo:

- Sólo sé sincero.

Sincero…

Y con esa palabra me di cuenta de una penosa realidad, debo admitirlo. El enunciado más apropiado para sintetizar mi dilema.

Sin embargo, yo todavía estoy aquí… Y pequeño. Sintiéndome tan pequeño.

Entonces, ¿por qué esta rotura que siento es tan grande?

Aun cuando en las calles de Santiago todavía se puedan encontrar bellos árboles creciendo entre el pavimento, y el aire estival todavía logre separar los sucios gases para deleitarnos con un celeste y brilloso cielo, yo sigo perturbado… Porque todo lo que veo a mi alrededor me recuerda a ella.

Desde que la conocí, nunca pensé que podría decir cosas malas en su contra... Hasta ahora... pues ya no estamos juntos y no podría oírme, aunque no creo que le importaría tampoco... ¿Bastaría con eso?

Y yo todavía estoy aquí.

De modo que dentro de un mes… O doce, creo, estaré en una juntada con mis amigos, tomándome una piscola y riéndome de un estúpido chiste o una estúpida cosa, y de la nada me veré alejado del jolgorio del momento, fuera de ese presente, para ser succionado por un inexperimentado hermetismo hasta el oscuro fondo. Y no pasarán más que unos segundos para volver sentir de nuevo. Allí todo es más claro y seguro. Tengo los pies descalzos y el sonido del mar se conecta con la marea para refrescar las puntas de mis dedos. Y en la distancia observo la figura de una mujer, desnuda y oculta bajo su propia sombra. Entonces, me detengo, me arrodilló y me digo a mí mismo:

- Mi nuevo hogar…

O eso pensaba hasta que vuelvo a respirar, algo más sobrio, el escenario de la juntada. Luego tomo mi piscola y bebo hasta que el hielo y la rodaja de limón toquen mi labio. Sin dejar nada, ni una gota de olvido. Después veo a Santi haciendo de barman y pido otra más.

Y eso es todo por ahora… Lo siento. Nunca he sido bueno para los finales felices. Menos por estos días.

Saludos.

Contactos



A Valentina no le molesta andar en el Metro en el horario punta. Ella agradece el roce físico entregado por los otros pasajeros, pues en casa no recibe ninguno. Con excepciones de viejos verdes y púberes hiperexcitados, Valentina acepta apretones y pisoteos para sentir algo más que el desinterés paternal; olvidar con otros contactos. Pero esa cercanía corporal tiene mayor significado cuando en la estación Los Héroes él entra al vagón. Valentina está frente suyo y contempla. El muchacho se percata de su presencia. Valentina espera. Y el tren frena de improviso. Silencio. Ex novios esperan abrazados... A salvo.

Sincera verdad

Observo el calendario y reflexiono. En diciembre se cumple seis años desde que salí con mi generación de cuarto medio por las puertas del colegio privado Seminario Pontificio Menor.

-Su buen tiempo, hay que decirlo-, confirmo en solitario frente al computador. Y luego me pregunto: ¿Por qué ahora y no antes? O para explicarme mejor: ¿Por qué dejar todo lo realizado (el periodismo y las ganas de ser cineasta) para convertirme en pedagogo?

La decisión me remonta a un recuerdo de muchos otros en donde el aula es la locación escogida, y tanto yo como el profesor de Castellano (todavía no se llamaba docente de Lengua Castellana y Comunicación) fuimos los protagonistas. Director, productor y guionista será La Memoria, para así dejar de espectadores a quienes lean esta experiencia.

Que se inicie la función (en formato de corto-narración):

Las clases de Castellano siempre tenían la misma dinámica: clase expositiva con una actitud improvisada y apasionadamente chora que el profesor Cépeda deseaba transmitir. Pero que en mi caso, un joven scout-deportista-anti-lectura, fue toda una proeza incomunicable. Por ejemplo, El Quijote de la Mancha de Cervantes me lo leí de un resumen sacado del sitio web Rincón del Vago, y el profesor no se daba cuenta. O si uno sacaba trabajos de otras novelas en internet tampoco se corría riesgo alguno de tener castigo, pues todo el curso comprobó que Cepeda no revisaba los escritos a fondo; de hecho, existe todavía la leyenda seminarística que este mediocre docente evaluaba de acuerdo al grosor de la cantidad de hojas entregadas, de modo que un tipo de letra de gran amplitud y el doble espacio fueron parte del formato predilecto del tercero medio masculino en el SPM. “Fácil el ramo; sus cachos por ahí y por allá y listo... Demás lo pasamos, y con buen promedio” era el comentario de pasillo mío y de mis contertulios. Sin embargo, todo cambió. Por lo menos para mí.

Cuatro medio avanzó rápidamente y se venía fin de semestre. Cépeda ya no era profesor de Castellano, y en su reemplazo el señor "Dupri" Valenzuela nos empapo de la literatura más despampanante e intrigante de latinoamérica. Pasamos a Cortázar, Octavio Paz, García Márquez, Rulfo y un sinfín más; realizamos exposiciones de fotografía gracias a una serie de salidas a terreno por la selva de cemento santiaguina, e incluso, visitamos el Teatro de la Universidad Católica para ver una obra adapta del libro El Cartero de Neruda, escrito por el chileno Antonio Skarmeta. Un Año intenso. Redondo. Con experiencias inolvidables que me calaron hondo en el intelecto y nutrieron una veta artística que aún mantengo en constante formación.

Dos vivencias escolares justo antes de salir a la realidad: fuera del sector oriente de la capital para convivir con el resto de los mundanos. Recuerdos que vuelven a mí -después de cinco años universitarios, con casi una licenciatura en Comunicación Social bajo el brazo, y una vasta lectura de autores literarios y realizadores audiovisuales de todos los continentes-, para encontrar la esperada vocación. Ese deseado camino; esa hoja de ruta que toda persona ansía encontrar. No por obligación; más bien, por opción. Y que en mi caso tiene marcado el destino final (una vez por todas): convertirme en profesor de Castellano… O mejor dicho y de acuerdo a los tiempos, en profesor de Lengua Castellana y Comunicación.

Pero esperen un momento. Relaté mi experiencia escolar y de eso saque la conclusión de mi elección. Ahora bien, falta un por qué... Y aquí va:

“Deseo motivar, encantar y formar personas que gracias al lenguaje, la comunicación y a las materias relacionadas con las Humanidades, puedan realizar sus merecidos sueños. El desafío como futuro educador es acercar a los escolares al arte, a la literatura (tanto narrativa, poesía y drama) y al cine; demostrar que la educación secundaria no es un mero pasaje antes de la esperada universidad, sino la germinación de grandes mentes que puedan convertirse en lo que quieran con tal de estudiar y proponérselo”.

Ese es el por qué, y vaya que me costó.

Emulación cumpleañera

Los invitados baila y toman unos tragos al ritmo de la fiesta; un ambiente mezclado de engrupimiento adolescente, cumbia viyera y bailes sincopados -sólo de algunos-; elementos intencionales del jolgorio que materializan el bullicio perfecto para molestar al cascarrabias y octogenario vecino. Pero que afectan colateralmente a los apoderados del festejado, el mismísimo Vittorio Olmos. Un próximo titulado en cine de 24 años, con instinto sagaz y libidinoso, aprovecha los labiosos y suculentos saludos de jovencillas que llegaron al evento por el amigo del amigo de otro conocido. “Así es no más, lo importante es que están aquí”, diría Olmos si la piscola no estuviera tan cargada y no fuera la sexta. En vez, Vittorio prefiere la estrategia del tímido: sonrojar hasta ver qué pasa. Resultado: más ósculos y piropos cálidos de la chiquillas. Cariño desinteresado (o con intención; ahí habría que “entrara picar”) que el muchacho experimenta, sintiéndose agraciado. Justo hoy cuando es su día… Aun cuando es de noche.

El comportamiento algo conquistador y algo caliente –sí, hay que decirlo- efectuado con maestría varonil por Vittorio se desequilibra cuando Victoria aparece en la fiesta. Tanto así que literalmente el Horizontal Olmos, tal como lo tilda los amigos, cae en la pista de baila. Y esta vez no fue producto del destilado de uva, al contrario, el desvanecimiento se produjo por la impresión. Ella aquí y él así. “Todo mal”, piensa Vittorio apenas se recuperar. “Por suerte no te vio. Si no, cagabai con el entierro”, asegura entre risas uno de los contertulios del colegio. Pero para él un entierro sería el lugar predilecto para estar en este minuto, metros y metros bajo tierra.

Los minutos pasan y Victoria no se acerca a saludar a Vittorio. “¿Habrá visto mi bochornosa caída? O peor aún, ¿pensará que ando ebrio? O sea, por un lado está bien… Qué onda, si ando de cumple… Y mínimo tomarse unos traguitos… A claro, tampoco seis o siete… Ya ni me acuerdo… Sí po. Demás, se entiende. Además la Vicky no le gusta mucho. En verdad me lo dijo una vez… ¿Te acordai?… Ah, cómo no… Esa vez po, cuando…” dice y replica el cumpleañero a otro paracaidista que ni conoce. Y luego agrega preocupado: “¡¿Qué hago? ¿Qué mieeerda hago?!”.

Victoria aparece de improviso y saluda de beso en la mejilla a Vittorio. El muchacho, sonrojado de verdad, acepta el intrigante regalo. Ella y él se alejan del bullicio para conversar.

Hasta hoy no sabemos qué pasó entre ellos. El grupo de amigos no quiere soltar la firme, y las amigas de Victoria tampoco. Hay una confabulación sobre lo que sucedió esa noche. Pero según la versión del iracundo vecino, Vittorio hizo lo siguiente:

“Ese pendejo reculiado, sin tapujos y vergüenzas, dejó hecha mierda la roja citroneta… Desde mi pieza podía escuchar el rechinar de los amortiguadores. Mequetrefe calentón, no más”.

Y si eso es cierto, como buen amigo y fiel confidente le diría: “Estimado, ahí lo ve. Si se reserva le sale… ¡El entierro papazote!”.

Trascendecia


Un diario de vida yace maltrecho en la vereda. La lluvia nocturna humedece su interior. La dueña es Violeta Parra, como la cantante. Chica de 18 años que añora con ser profesora de Historia de Chile. Ama a su país y todos sus acontecimientos pasados y presentes. Violeta desea que sus alumnos sepan de Ohiggins, Allende, Bachelet y tantos otros. Un sueño profesional que queda disuelto en la calle 11 de septiembre. Un auto ilumina el cuerpo sin aliento de la escolar, mientras un transeúnte recoge el cuaderno mojado y lo guarda en su mochila. Ella, sin pensarlo, será Historia.

Santiago en 99 palabras



Santiago observa a los pasajeros del Metro y no entiende. Ve sus caras de cansancio, miradas resignadas, respiros sin anhelos; algunos sentados, otros parados. No comprende. Santiago pide permiso antes de subir a un vagón, es cuidadoso de no atropellar a otra persona, y si puede, da su lugar apenas lo desocupa. Pero el resto olvida. Santiago cree que los capitalinos dejaron de sentir la presencia del prójimo, eligen vergüenza antes que atreverse y mirar. Prefieren ser ambulantes de sus propios destinos, y solidarizar en fechas especiales: públicas. Santiago sabe; vive en silla de ruedas.

AMOR

<<Desnudos, se hacen el amor delante de la chimenea. El resplandor de las llamas les caldea la piel, los cuerpos son un solo, rítmico latido.
Un solo, rítmico latido cada vez más pujante.
Agotados, los tres cuerpos se desenroscan lentamente, las antenas se separan. Las llamas se multiplican en las escamas triangulares
>>.


Por H. G. Oesterheld


PD: Siempre entre dos, existen un tercero. Digan lo que diga.

Vacilaciones


-Ser o no ser-, diría Shakespeare.

-Ser o estar-, argumentaría el cineasta francés Nicolas Philibert.

-O algo así- es lo que expresaría el sentir de Ignacio. Una vacilación eterna, perenne en el transcurso de las temporadas. No sabe qué camino tomar y hasta qué límite llegar, pues está amarrado por indecibles dudas. Elegir o concientizar es su mayor disyuntiva.

Arriesgarse es una acción fuera de la conducta cotidiana de Ignacio, menos si se trata del complicado futuro. Complicado, pues es así como él lo proyecta. Irresoluto, confuso, incierto. Ignacio desea que alguien descienda de la nada y lo resguarde con un mapa de acciones para que le diga: “haz esto y lo otro. Y de esa forma serás feliz”.

-En cuerpo de mujer, si es posible- reconocería Ignacio. Luego tomaría un respiro y agregaría-. Todo por culpa de la soledad, esa masculina; la misma que te embarga en tanta inseguridad, esa que se queda callada, la que no expresa y que te deja así: incompleto.

Ya sea en formato de madre, amiga, conocida, andante, polola, novia o esposa; no importa su papel social o íntimo, para Ignacio sólo cuenta su compañía. El sexo femenino calma sus indecisiones y, tras un leve afecto, puede racionalizar su nueva movida. Sin alguna de ellas, Ignacio está perdido; empampanado en su propio desierto. Solitario.

Un presente que ahora es pasado y cambia todo. Incluso el tiempo verbal.


Ignacio me quiso y yo a él.

Ignacio tenía claridad. No sé si fue gracias al cariño entregado o a la mutua compañía, pero estaba completo. Seguro de si mismo y de lo que quería. Los deseos que añoraba se cumplieron, y sus metas se efectuaron con diversos logros. Parecía que todo estaba bien. Eso creía.

Ahora, Ignacio descansa. Las incertidumbres yacen enterradas bajo tierra y él también.

Un 3 de septiembre fue la fecha indicada. El lugar elegido: Algarrobo. Ignacio nadaba todas las mañanas, de punta a punta, por la playa central tratando de redimir antiguas vacilaciones. Mientras, yo estaba recostada en la arena leyendo una antología de los poemas de Jorge Teillier. Los minutos pasaban; se convertía en una hora y luego en dos y en tres. Hasta que sucedió.

Miro la gruta elegida y la cruz de metal incrustada. El agua salada humedece la arena y refresca la nueva in-existencia de Ignacio. Y puedo asegurar que cualquier cosa que Ignacio una vez dudó o dejó de realizar por miedo o incertidumbre alguna, concluyó en un hilarante atrevimiento. Ignacio vivió lo que antes creía complejo, confuso o irresoluto. Todo; menos algo.

Ignacio quedó pendiente, pero no con su vida. Ignacio acompañarme en la mía. Su soledad me pertenece. Debo cargarla y llevármela conmigo como única compañía, mientras la vacilación sempiterna de Ignacio navega mi interior en busca de respuestas. Sin embargo, la diferencia es una:

-Yo ya no estoy sola, no del todo.

24 de julio

Hoy es una fecha especial para Playstorias, pues una querida lectora de este blog, Sofia Valenzuela, está de cumpleaños. 22 inviernos que deseamos iluminar y dedicar con una lectura especial: "Juegos" del chileno Jorge Teillier.

Este poema acentúa una particularidad de la festejada, entre muchas otras que conforman su personalidad, y la cual comunica esa suculenta expresión adolescente que no envejece, que no desea crecer. Por lo mismo, se agradece.

Alma de niña, a pesar de todo.

Feliz cumpleaños y disfruta tu día:

Juegos

Los niños juegan en sillas diminutas,
los adultos no tienen nada con qué jugar.
Los grandes dicen a los niños
que se debe hablar en voz baja.
Los grandes están de pie
junto a la luz ruinosa de la tarde.

Los niños reciben de la noche
los cuentos que llegan
como un tropel de terneros manchados,
mientras los grandes repiten
que se deben hablar en voz baja.

Los niños se esconden
bajo la escalera de caracol
contando sus historias incontables
como mazorcas asoleándose en los techos
y para los grandes sólo llega el silencio
vacío como un muro que ya no recorren
sombras.

Destino

Esta playstoria es de Felipe Silva, determinante comunicador embalsamado en estudiante de agronomía, quien nos relata una particular vivencia acerca de un periplo vegetal-animal-humano en la búsqueda de lo más preciado: "el amor de otro".



La tierra grisácea y rojo purpúrea, fue abriendo sus entrañas entre medio de estalactitas de jade verde y bosques de Olivillo y Arrayán. Mi cuerpo se movía por causa de un fin mayor al que acometía mis pensamientos. Me movía de forma indolora, pero eso era solo por causa de la anestesia de mi dolor interno.

No hay espacio en estas letras, para describir la belleza de este lugar, que lo único que logra, es preguntarme y acordarme de ti a cada instante.

Caminé hasta que llegué a una playa indómita, que cobijaba la más inmensa y hermosa gama de plantas y animales. Esto, en un paisaje que, de forma fotográfica, podría haberse confundido con un paisaje brasileño o centroamericano. Digo fotográficamente, por el hecho de que el clima era muy distinto. Vientos incansables y temperaturas tenues, que con el viento se acentuaban a frías.

Las nubes se movían y cambiaban de forma tan rápidamente, como un niño después de jugar una pichanga, devora los granos de un dulce y jugoso racimo de uvas.

El espectáculo que presentaban las aves en el cielo, tenía la capacidad de dejar mi mente en blanco, por escasos segundos.

En el escenario de la playa, podía verse ésta, bien custodiada por imponentes y grandes cerros, que cuidaban la bahía de grandes mareas. Sobre su superficie, podía apreciarse una especie de vómito, entre bellas ramas de diferentes tonalidades y troncos de diversas formas. Mostraba una majestuosidad infinita. Además, el encuentro con el mar, era en forma de farellones y acantilados, rasgados por grietas entre la roca. Farellones, los cuales también estaban insertos en el mar, en forma de islotes, como verdaderos vigías de la bahía.

Me detuve, respiré profundamente y le di un largo vistazo a la bahía, por varios minutos.

Me llamó mucho la atención una gran torre, tejida al azar por vetas de diferentes minerales y acuchillada con grietas; En su cúspide, poseía una capa vegetal, no menor, en la que se albergaba un anaranjado y brillante bosque de Arrayanes, abarrotado de las más blancas, copulares y fragantes flores. Se podía sentir su olor, desde donde yo me encontraba, mezclado con el tenue olor y sabor de la sal del mar.

Se observaban grupos de diminutos Colibríes y Martín Pescador arrebolados de gracia. Y en los faldeos de la torre centinela: un istmo, creado por un banco de arena, que conectaba la hermosa bahía; En él, justo en el bordemar, un grupo de pingüinos se encontraba descansando.

De un momento a otro, arremetí, decidí escalarlo y llegar a una especie de altar de roca, el cuál sobresalía sobre el bosque. Era un lugar perfecto para apreciar el mar en plenitud y ver la forma de sacarme este dolor del pecho.

Caminé por el istmo, que estaba levemente invadido por la marea, mojándome los tobillos y el pantalón. Luego, ataque la catedral de piedra, tomándome del pasamanos, que formaban las tupidas enredaderas alrededor de la roca. Atravesé parte del aromático bosque, hasta que por fin pude llegar a la mesa de piedra, que se elevaba desafiante, sobre el farellón.

Escudriñé aquella vista en todas las direcciones posibles; Buscaba respuestas…

Durante un largo rato y, acometido por un fuerte viento, me quedé mirando fijo el horizonte, principalmente el mar y todos los reflejos que expelía…

Sin darme cuenta, fui poco a poco perdiendo la noción de lo que pasaba a mi alrededor, luego perdí toda orientación en el tiempo y espacio. Teniendo solo por escasos momentos la sensación de lo que me sucedía.

Ocurrieron varias cosas, de lo más horribles y extravagantes. Mi cuerpo comenzaba a descascararse y endurecerse, cambiaban las fibras y los tejidos… Perdía cada vez más, la capacidad de realizar cualquier tipo de movimiento; Hasta que tuve que desistir, dado que aparecían extrañas fracturas expuestas, por las que no brotaba sangre alguna, y no había putrefacción a medida que el tiempo pasaba.

Mi estado de conciencia todavía se mantenía alterado y lo único que poseía, eran mis sentidos que funcionaban escasamente.

Lentamente fui recobrando mis sentidos por completo y luego mi consciencia. Hasta que llegó un instante, en el que pude sentir y vislumbrar imágenes de mi cuerpo.

Percibí, que una especie de enredaderas, se habían apoderado de mis pies y estos, mantenían un grado de rigidez fuera de lo común, es como si todos los tejidos de ambas piernas, se hubiesen transformado en firmes huesos. Fue lo primero que pude observar.

Mi piel estaba por completo descascarada, seca y musgosa; Pensé que lo peor había ocurrido, como me temía, la podredumbre habría sido brutal sobre mí, incluso algunos insectos deambulaban indecisos sobre mi dura y resquebrajada piel.

Había ya perdido cualquier resquicio de figura humana. De mi cabeza, en obturaciones aparecían corpulentos huesos que se elevaban, al igual que mis brazos y rehuían cualquier orden de movimiento. Solo el viento producía un leve vaivén en mí.

Y la verdad es que esto fue lo único que logré vislumbrar y sentir, dado que mis dos ojos, o lo que quedaba de ellos, se encontraban incrustados en mi cuerpo, en una especie de oscuras y profundas hendiduras.

De pronto, se acercó un pájaro; Y mientras acercaba su pico a mi ojo, pensé que comenzaba recién el fin de mi tortura. Me sacaría el ojo y otros insectos terminarían de devorarme.

Para mi sorpresa y revelación, este pájaro, que no tenía parecido con algún ave rapaz, tomó con su pico un insecto, que yo sin darme cuenta, caminaba centímetros arriba de mi ojo.

La claridad y el miedo fueron del todo profundos, como mil dagas atravesándome. Era un hecho… Mi futuro sería estar condenado a la inmovilidad de por vida, a la incomunicación e insensibilidad; Entre otras cosas, quizás peores que la muerte. Me había transformado, paulatinamente, en un árbol.

La estaticidad física, se volvió profundamente mental. No había respuestas que buscar, no existían… Luego de dos días, de haberme situado en un estado de shock e histeria reprimida, comenzaron a acontecer destellos de brillante lucidez.

Me di cuenta de diferencias esenciales, entre mis cohabitantes y yo. Diferencias que me llevarían mucho más allá, de mi patética y auto compadecida existencia.

Como la ventaja más importante de todas, yo podía pensar y el tiempo no pasaría en vano para mí, es más me sería de gran utilidad para salvarme. Al poder pensar, podía tomar desiciones y manejar ciertas cosas de mí, que ya las habrían querido mis congéneres hace milenios.

Así que comencé a tratar con ciertas cosas sobre mí, a partir de las experiencias, en las que había pensado, tenía la capacidad de elegir. Hice un trazado, de las cualidades, en las que podía “elegir” un ser de mi especie.

Los árboles no podían moverse para nada, pero descubrí que esa era una falacia aberrante; Los árboles se mueven, pueden crecer en la dirección donde se encuentren luz, nutrientes, agua, etc. Qué pasaría si en vez de eso, el árbol pudiese elegir hacía donde crecer.

Me concentré de forma chamánica y comencé a crecer hacía arriba, sentía como todas mis fuentes de energía, estimulaban mi crecimiento en altura. Era como si todo mi cuerpo, se estuviese desarticulando, en pos de esa función. Después de algún tiempo, me elevé sobre la copa de los árboles y pude ver donde me encontraba.

Después de pensar ávidamente unos segundos, tomé rápidamente mi decisión, no podía perder más tiempo. Elegí comenzar a crecer en forma lateral, como una cañería que sube y se tuerce, avanzando en posición horizontal. Tenía que crecer mucho hacía afuera del farellón, para poder desenterrarme haciendo contrapeso con mi propio tronco, y así caer al mar.

Esta vez la concentración pude dominarla totalmente, mi cuerpo funcionaba como toda una biosfera, haciendo una evolución de millones de años solo en minutos.

Mi maquinaría cerebral dejo de funcionar, en cuanto la tarea se había cumplido. Se desenterraron mis raíces, haciendo un leve estruendo, quedando suspendido solo de algunas, tambaleándome sobre el precipicio. El viento de aquel lugar hizo su parte, caí decenas de metros, hasta que abracé el agua zambulléndome y creando una nube chispeante a mi alrededor.

La corriente de la pequeña bahía, me movió en círculos por todos lados, llevándome a pasear por sus farellones centinelas y sus islotes. Por un momento, pasó por mi mente el peligro de mi muerte, dada mi condición. No me importó en absoluto. La muerte era un beso sangriento que podía resistir, riéndome de ella. Además en esos términos, no era negocio llevarme a habitar a su casa.

Encallé en unas rocas sobre el mar, donde me movían unas olas, dejando cada vez mi tronco más desnudo de corteza y hojas. Me di cuenta que necesitaba vivir y justo en ese momento en la roca, sentí mi corazón como magma volcánico vivo. Todas las preguntas se redujeron a una sola respuesta.

De pronto, en la explosión ferviente de mi alma, cientos de moluscos comenzaron a posarse sobre mí, poco a poco comenzaron a moldear mi cuerpo, el alma del mar me había sentido… Se retiraron los moluscos y una gran ola me sacó de las rocas y me llevó a lo profundo, sentí electricidad sobre todo mi cuerpo.

Me comencé a mover y sentir cosas nuevas ¡Era un pez! Me movía con gran velocidad en el fondo marino. Decidí subir a la superficie velozmente y de un gran salto tratar de verme reflejado en el agua de mar. ¡Me vi! ¡Me pude ver! ¡Gracias a Dios! Era un delfín.

Mientras nadaba en dirección hacia el norte, mis sentimientos me llevaban como la corriente de un maremoto. Solo estabas tú…

Me guiaba con sonidos, no siempre llevaba los ojos abiertos y pensaba cada vez más en aumentar mi velocidad. Pude percibir el paso del tiempo, solo por los leves aumentos y bajas de luminosidad. El agua del mar surcaba mi rostro, como si estuviese cayendo al vacío, a cientos de metros de altura.

Se aceleraron mis palpitaciones y mi cuerpo tenía un gran hormigueo sobre él. Salí rápidamente del agua dando grandes saltos, a lo que se unieron una veintena de delfines como yo.

Vi una playa en la orilla, me acerque fugazmente; si mis ojos hubiesen llorado, habría hecho desparecer la playa por completo. Caminabas por la playa, vestida de blanco, con tu pelo precioso y tus bellísimos ojos, como estrellas fulgurantes.

Me dirigí salvajemente a la orilla, atravesé las olas, como si hubiese decidido abrir el Mar Rojo. Di un salto y quede varado en la arena tratando de gritar, mientras el resto de los delfines se encontraban cantando y saltando muy cerca de mío.

Me viste en la orilla y corriste hacía mi, estaba llorando, de mis ojos salían largas lágrimas. Me acariciaste…

Sentí que agonizaba… Mi cuerpo temblaba… Cerré mis ojos, mientras un inmenso frío se apoderaba de mí… Y sobrevino la oscuridad…

Abrí los ojos, sentí tus brazos estrechándome, tu pelo y tu hermoso aroma… Había vuelto a ser hombre…

Los delfines seguían cantando y sentía el olor y la suave brisa del mar jugando con tu pelo, mientras el sol iluminaba tu hermoso rostro…

Te besé… Y el infinito se hizo eterno…

Dedicado con todo mi amor a Constanza Barrientos Lalanne

Miradas

Ella cuando te mira, no trata de parecer coqueta, insinuante… obvia. O muy por el contrario expresar desinterés o apatía. Nada de eso. Ella quiere sólo mirarte. No piensa, no titubea. Llega a un lugar y lo hace. Sus verdes oculares observan el lugar hasta posarse en alguien. Y valga a saber el de Arriba cuánto quiero ser el escogido. Esta noche y no otra. El por qué no importa contarlo. Lo interesante es saber el cómo... Eso creo.


Hace un rato que la estoy observando. Ella conversa con un amigo. Ambos toman unas piscolas. El volumen de la pachanga retumba las ventanas del living y la fiesta en casa de Pancho sigue su curso, con un rumbo de etílico divertimento. Siento que la conozco. A ver, me explico. No sé quiénes son sus padres, si tiene hermanos o hermanas, ni mucho menos qué películas le gustaría ver o cuáles lugares quisiera visitar. Pero ahí está el interés, la atracción; en saber, si se puede, en esas cosas y muchas otras. El por qué no inquieta, en vez, pasa a segundo plano. La indescriptible necesidad por mirarla genera esa atrayente seducción. Las preguntas o dudas quedan fuera de órbita. Y me da el impulso para acercarme; tomarla de la cintura y verla, sentirla… Tenerla.


“Ensueño”, dirían por ahí.


No razono qué tipo de objetivo general, específico o siquiera significativo podría articular para argumentar mi elección: ella y no otra. La única certeza que tengo que está ahí, a metros de distancia; bella con sus lizos-rulientos cabellos tomados, vestida con atuendo que se impregna en su curvilínea figura y bañada en una tez morena; y de improviso deja de conversar con mi amigo, queda solitaria al lado de una decena de jóvenes bailarines de fin de semana, a la espera. Me acerco; respiro profundo. Ella me mirar y yo también. Sé que me reconoce de la universidad y quizás ella piense algo parecido. Llego a su lado y saludo. Hablamos. Sus expresiones tienen un dejo de timidez barnizada de ternura, algo de pícara alegría y resguardo femenino. La escucho: lo que más me gusta hacer. Existe comunicación: un entendimiento de mensajes físicos y verbales. Conectamos. Reímos y nos tiramos tallas. Y bailamos. Ya sea entre otras amistades (siempre), solos o con interrupciones, pero no paramos. Quizás sea la aceleración hormonal producida por las piscolas o tal vez tengamos cosas en común; o en una de esas exista algo más... O nada. Simple y directa ilusión personal.


Eso perturba.


Termina el autoimpuesto toque de queda. Es la hora y ella debe irse. La acompaño a su auto. Nos abrazamos con tono de despedida. Darle un beso pasa por mi mente, sin embargo, no se da el momento. Mejor dicho, no está la valentina. Pero sí está la emoción de ese encuentro físico, íntimo. Ella sube al vehículo y, tras el empañado vidrio, me mira con sus verdes oculares. Placer distinto; ósculo consumado.

El auto se retirar a gran velocidad cuando el sol aún no sale y la nublada-fría-noche cala hondo en aquella intrigante atracción.


Espero… ¿Dejo que pase o arriesgo?

Intimidad


Quién sabe si vivimos siempre nada más que alrededor de las personas, aún de aquellas que viven con nosotros años y años y a las cuales, debido al trato frecuente o diario y aun nocturno, creemos que llegaremos a conocer íntimamente; de algunas conocemos más, de otras menos, pero sea cual fuere el grado de conocimiento que lleguemos a adquirir, siempre nos daremos cuenta de que reservan algo que es para nosotros impenetrable y que quizás les es imposible entregar: lo que son en sí y para sí mismas, que puede ser poco o que puede ser mucho, pero que es: ese oculto e indivisible núcleo, que se recoge cuando se le toca y que suele matar cuando se le hiere”.

Manuel Rojas, Hijo de Ladrón.

PD: Se recomienda leer esta novela chilena; su narrativa tiene sangre y sudor autoral.

Y decisión 3

Marcela ya no baila; la salud no la acompaña. El parkinson endurece todas sus extremidades y sus pies ya no gravitan danzantes. Ahora, es la memoria y su acción retrospectiva la única actividad muscular que realmente controla. Ella todavía recuerda cada postura y cada paso de un arte que realizaba, pero que en el presente sólo imagina.

La muchacha que una vez dudó en tomar la famosa pastilla o seguir con su maternidad, nunca se recuperó del todo. La naturaleza decidió ser dura con ella y esperó hasta los cuarenta para que el milagro de la vida tocara su útero. Federico se llama el primogénito y solitario sucesor de su sangre. Marcela lo bautizó así porque creía que era lo correcto. Algo de su ex novio había muerto y ella quería que estuviera una segunda oportunidad. Sin embargo, el padre de Federico no expresó molestia alguna por la elección del nombre, pues no se presentó al parto ni menos a la crianza del muchacho. Marcela fue madre soltera hasta que Federico voló a probar suerte al extranjero: nunca volvió. Ahora, sólo paga la clínica donde se encuentra su madre y manda cartas, una o dos veces por mes. Marcela lo extraña, pero entiende. Ella sabe que él la ama, pero a la distancia. Mientras, sólo imagina.

Mamá:

Espérame, que viajo el para la celebración de Año Nuevo a Chile.
Mantente firme.

Nos vemos, Fede.

Marcela guarda la escueta carta en el velador al lado de su cama y se queda recostada pensando en la venida de su hijo.

La iluminación del sol veraniego efectúa su habitual trayecto por la habitación del hospital hasta que el juego de la Escondida termina por dar paso a la noche. Días tras días hasta el 31 de de diciembre. Y el parkinson de la anciana avanza y avanza, al igual que la espera. Marcela duda de su hijo y a la vez desea creer en su visita. Quiere verlo, abrazarlo; acariciar su presencia aunque sea con el habla; conversar y platicar de todo. Pero a veces le duele la ausencia, y las lágrimas son una expresión de desahogo, una manera de liberar las dolencias con la necesidad de una sorpresa…

-No se preocupe Marcelita, su niño va a llegar cuando menos se lo espere- vaticinó la enfermera María Jesús luego de darle un regalo de navidad, por parte de un grupo social que visita el hospital en estas fechas.

Y esa sorpresa aún no sucede.

Se escucha el fuerte conteo de los últimos segundos del presente año que realiza el equipo del hospital. Enfermeras, doctores y camilleros celebran con expectación la particular cuenta regresiva. En tanto, Marcela descansa en su cama mientras un pedazo de pastel yace en el velador, junto a un teléfono. Ella persiste en que Federico llamará…

-…Eso espero. O en verdad, eso quiero- confesaba hace unas horas a la querida María Jesús.

Pero después de escuchar los gritos de las personas, mientras celebran un nuevo comienzo, el deseo de un reencuentro pierde fuerza, quedando débil e indefenso.

Marcela prefiere no oír la felicidad de otros y cierra sus ojos. Su respiración es sincopada y constante. La maquina conectada a su cuerpo, y que registra los latidos del corazón, conserva el bip, bip, bip…regular.


La anciana duerme; el sueño la transporta a otro estado donde puede recordar; un lugar que le permite danzar feliz mientras su hijo la observa de cerca, con seguridad de su presencia. Ella se siente amada. Ella ve a su hijo y añora su realidad.

Marcela descansa, somnolienta. Y del silencio de la habitación se oye el sonido repiqueteado del teléfono.

-¿Será Fede, mi querido Fede?- balbucea Marcela concentrada en otro de sus sueños.

María Jesús mira a la señora reposar y deja que el teléfono siga sonando. Esperando una decisión.


Federico está detrás de la enfermera y tiene el celular prendido en su mano, totalmente emocionado.

Decisión 2

Marcela sale del baño y el sonido de la cadena del W.C. suena levemente. La muchacha sostiene un palillo de plástico que en el centro gráfica un sutil signo positivo de color rojo (+).

La pieza de Marcela está completamente desordenada: decenas de atuendos callejeros y escolares yacen en el suelo junto a platos sucios con restos de comida, y cuatro botellas de jugo Suko vacías se encuentran esparcidas alrededor de la cama. En tanto, un quinto recipiente de sabor piña descansa semi-lleno en el velador de la joven quinceañera.

Marce, como apellidan sus amigas del colegio, bota el palillo en el tacho de basura enrejado. Otros tres reposan el fondo del basurero acompañados por sus respectivas cajas, algo chamuscadas. Tres intentos ya realizados. Este sería el cuarto.

El reloj colgado en la pared indica las 12 am.

Marcela se sienta encima de la cama, abre el cajón del velador y saca una tira con dos píldoras blancas. La sostiene en su mano, mirándola detenidamente. Detrás de ella, la pared de la habitación expone diversas fotografías donde sale en compañía de un joven escolar. Ambos se ven abrazados, sonrientes y en una sola foto se están besando. Marcela se da vuelta para ver las imágenes y se queda apreciando una en particular: un retrato suyo dibujado a mano con fino pincel carbonizado, en el cual se expone desnuda entremedio de unas sabanas. La representación tiene una dedicatoria que Marcela lee sin emitir sonido alguno. Sólo gesticula.

Tú eres única… F.T.

La quinceañera saca las pastillas de las cavidades de la tira y se las lleva a la boca, mezclándolas con un poco de jugo. Las traga rápidamente, conservando la atención en su retrato.

Un calendario señala que los cuatro primeros días del mes de enero están tachados con cruzes rojas. Marcela está recostada en la cama emulando una posición fetal con ambas manos apretando su vientre. Y junto a ella, un celular reproduce la canción Thank you de Alanis Morrissette a medida que vibrar con mayor amplitud, como su tuviera alma propia. En la pantalla del móvil se ve que está recibiendo una llamada de un tal Federico Tapia. Marcela va a contestar, pero el celular deja de temblar. La melodía se acaba.

-Y mi adolescencia también-, piensa la escolar cuando se muestra que sobre el velador está la tira de comprimidos vacía, en una posición que ilustra su nombre: Postinor-2.

Decisión 1


Marcela está frente a un espejo y se arregla sus lisos cabellos. Viste una túnica formal negra y un gorro del mismo color que se ocupan para las ceremonias de graduación. Ella se nota tranquila hasta que se escucha la voz de un hombre que la apura constantemente. Marcela trata de ignorar la irritante prisa, pero es inútil. Aquella urgencia gatilla el nerviosismo característico que domina sus actos. Su reflejo muestra la persistencia de la muchacha por morderse las uñas.

-Ya papá… Ya voy- responde algo molesta.

El hombre reitera su presteza.

-¡Por la cresta, viejo!… ¡Ya voy! ¡Espérate un poco!- vuelve a reclamar al mismo tiempo que se mueve de lado a lado, inquieta.

Marcela se detiene para mirarse en el espejo y cierra los ojos.

Una música de baile contemporáneo comienza a sonar y los pies de una bailarina de danza moderna empiezan a moverse por la pieza de Marcela. Ella, se percata de su presencia y la observa. La bailarina muestra su elegante postura y desplante a medida que avanza la canción. Marcela se emociona; sus ojos remarcan una aguada luminosidad tratando de identificar a la danzarina. Sin embargo, la artista no permite mostrar su rostro al esconderlo con el peinado.
Marcela vuelve a mirar al espejo.

El reflejo de la habitación cambia su fondo. Ahora, Marcela ve un gran escritorio con un notebook encendido, donde una oficinista firma papeles sin detenerse. Uno tras otro. Y al terminar el respectivo sello manual a cada hoja, la mujer la bota al suelo. Marcela observa extrañada la escena, porque al igual que con la bailarina no puede descifrar quién es. Pero una vez que contempla y reflexiona, ella lo sabe. Su mirada es diferente a cuando estaba con la bailarina. Misma visión húmeda, distinto sentimiento.

Marcela no sabe qué hacer.

Una persona abre la puerta de la habitación, pero una traba de metal impide el intento, dejándola entreabierta. La poca iluminación del lugar no permite ver el rostro del individuo y, sin embargo, su voz es familiar.

-Date prisa, princesa. Antes que sea demasiado tarde- avisa su padre.

Marcela observa detenidamente su rostro en el espejo. Se nota indecisa. Agacha su cabeza y luego vuelve a mirarse. La chica sonríe y se dirige a la puerta. Cuando Marcela se presta para girar la manilla y salir de la habitación, se puede apreciar que lleva en sus manos las mismas zapatillas que la bailarina, escondidas detrás de su espalda. La puerta se cierra.

La habitación queda con el sonido del notebook prendido. La ropa de la bailarina yace tirada en el suelo alfombrado y, encima del ropaje, una de las hojas firmadas por la oficinista gráfica:

Gracias…

Las Gallardo




Playstorias dedica este día a las mellizas por estar de cumpleaños.

A continuación, una pequeña dedicatoria:

Sé sabe que son cuatro hermanas (eso creo), pero hoy dos están dos cumpleaños: Viviana, la “Vivi” o “Vivienda” dependiendo del ritmo en que esté el ambiente fiestero, y Daniela, “La Dani-ella”, también de acuerdo al momento del divertimento. Por lo mismo, es bien probable que al finalizar su celebración ellas terminarán siendo nombradas de esa manera. Pero claro, con una condición según sus particulares palabras: “si está buena la cosa”.

Es verdad, al observa a las mellizas se puede especular y casi asegurar que su esencia, personalidad y comportamiento están ligadas con la alegría y la diversión. Y no crean que sólo se quiera hacer referencia a sus ganas por carretear y a pasarlo bien. Eso es una actitud que toda joven o muchacho experimenta durante sus veinte. Lo que se resalta en ellas es su atractivo ánimo por disfrutar cada minuto de sus vidas como si fuera el último. Muchachas trabajadoras que, con la ayuda de Gallardo Madre y sus otras hermanas, han sabido cultivar una forma de ser atrayente y cariñosa. Chiquillas bonachonas que acojen a todos por igual. Y a veces, cuando uno las ve juntas, pareciera que se comunicaran con la mirada. No necesitan palabras o gestos para saber qué desea la otra. Están en sintonía.

La química especial que irradian puede explicarse porque son mellizas y tienen esa “conexión interna” en sus genes o, solamente, se conocen a la perfección... Y allí está lo llamativo de ellas. A las Gallardo hay que conocerlas antes de ejecutar alguna opinión. “¡O sea, mínimo po’ cabrito, mínimo!” ¡Si somos las reinas!”, diría la “Vivienda” o la “Dani-ella”.

Las reinas. Nada más ni nada menos. El apodo real que ambas tienen bajo sus nombres es particular y significativo. Como que indica que son especiales… Pero no es sólo eso. Es algo más… Tal vez sea la simpleza de sus acciones, la alegría de sus personalidades o la extravagancia de su compañía, esas “pequeñas grandes cosas” que hacen llamarlas así. ¿O será que al igual que las damas de la monarquía no pueden ser tocadas “maliciosamente” hasta que estén casadas frente a un cura e iluminadas por la luz de Dios Padre? ¿Por eso ocuparán este epíteto? ¿Por su pulcritud femenina…?

Quizás. Esa verdad dependerá de su versión personal.

Por el momento, Playstorias tiene la responsabilidad de presentarlas al mundo de la Red y que sean ustedes, pocos pero fieles lectores, quienes indaguen en las personalidades de Daniela y Viviana. Sean ustedes sus conocidos, amigos, novios o “algo más”. Conózcanlas con respeto, porque no se arrepentirán.

PD1: Playstorias desea resaltar a una de sus hermanas, la Carola, por ser parte de las mellizas, trasformándose en el trío inseparable. Ellas son las Gallardo. Hasta el momento no se conoce a la cuarta y mayor de todas. Trascendidos dicen que se encuentra viviendo en el sur del país, pero no es seguro. De modo que por ahora, ellas tres serán las conocidas Reinas.

Y PD2: Quien desee ir a su cumpleaños, hoy se celebrarán en su casa con ostentosa comida y cálidos brebajes para amenizar la imparable lluvia. La dirección es... “#%$#$%#&%$&%&$&$&$&/ ERROR SISTEM…Eh, se acerca el cierre para postear y blogger.com comienza a fallar. De modo que daremos la ubicación del domicilio en otra oportunidad. Lo más probable es que sea cuando las reinas no tengan “vigilancia presente” y hagan otra jolgorienta fiesta.

Felices veinte y tantos (no se revela la edad para mantener la privacía de las festejadas, y así no amargar su día).


El Editor.

Día de celebración





Imagen de la fiesta de graduación. Un tiempo pasado de decisiones que actualmente vuelven a ser parte de uno. Dudas que deambulan y siguen por ahí en busca de respuestas. Aún no sé si se encontrarán, pero ahí estamos, tras sus resoluciones. Y digo estamos, porque mi madre ha estado presente siempre. Ya sea para retarme cuando cometo una estupidez o al obtener un logro estudiantil, amoroso o creativo. Ella es el soporte, el pilar; esa fuerte y puntiaguda estaca que afirmar el equilibrio precario dentro de mí. No se puede quitar y menos desenterrar. Está puesta para quedarse.

Reflexionó sobre ella, quien me dio vida. Y no de manera arbitraria. Tiene su objetivo: este 28 de mayo en su cumpleaños, su día de celebración. Ella fascina con expresar alegría y regocijo en esta fecha por medio de una fiesta, un tesito o una cena con los más queridos. Mamá ama ser la encargada de los invitados, a pesar del duro trabajo y la prolongada limpieza posterior cuando pasa el divertimento. Por lo mismo, la sacerdotisa, como apoda el Baba mayor, es total. O mejor dicho, es única e insuperable. Las amistades alborozan su tiempo libre; la solidaridad es parte suya y, cuando puede, se entrega al próximo sin vacilar. Da todo sin menospreciar o pedir algo a cambio. Ella es así, es la verdad. Y hay que agradecerse por eso, además de tenerla.

Extraño. O más bien, interesante.

Debo confesar que los cumpleaños me hacen pensar en la persona que nació ese día, pero también me incentiva a valorarla más. Quizás porque en lo personal amo esta particular ceremonia llena de recuerdos. Esas 24 horas te dan la oportunidad de pedir o por lo menos añorar lo que realmente deseas. Capaz que se culpa o capaz que no. Pero la urgencia que algo suceda está. Un esperado beso, un regalo soñado o la visita de un ser querido. Algo… Es el momento durante una vida que cada 365 días vuelve a tu rutina y, en mi caso, me hace reflexionar. Y que hoy se lo dedico a mi mamá.

Gracias por estar a mi lado, en las buenas y en las malas.

Emoción con una realidad



Este video de la canción “No more” es parte de la banda sonora del documental “Body Of War”, dirigido por Ellen Shapiro y Phil Donahue (Sí, el mismo y conocido animador de Talk Shows en la teve estadounidense).

“Body of War” es un intimidante y transformacional filme sobre la verdadera cara de la guerra actualmente. Una situación bélica donde se rescata la experiencia de Tomas Young, un soldado estadounidense de 25 años que terminó paralizado de la cintura para abajo producto de un disparo durante una ronda de reconocimiento, en su primera semana en Irak.

El metraje muestra cómo Tomas Young retorna a casa y se convierte en una nueva persona, en un hombre diferente, debido a su discapacidad. Permitiendo encontrar su particular y apasionada fuerza para luchar en contra de la “fuking war”, hay que decirlo. La misma que lo dejó sin movilidad en ambas piernas.


“Body of War” es un sincero y honesto retrato sobre cómo es estar dentro del cuerpo, corazón y alma de un extraordinario hombre.

Contenido traducido y sacado de la página oficial del documental www.bodyofwar.com

Véanla. Sé que les gustará.

Mientras, vean el siguiente trailer del filme


Love, Reign O'er Me



Canción de la película Reig O' er Me.

Simplemente notable.

PD: Lean próximamente historia inspirada en el filme y en la canción.

A Des-Tiempo

21 Horas

Veinte grado en el ambiente. Es verano, y en la playa Peñuelas el persistente viento marino refresca el acalorado cuerpo de Benjamín. O para ser más gráficos, su quemada corporalidad. Esto debido a que una apacible siesta a pleno sol, con sólo el traje de baño puesto y la arena como lecho, lo dejara completamente insolado. Ahora, en medio del atardecer, el suave oleaje del mar ahoga la ardiente estrella anaranjada para dar paso a otra noche. Pero una muy particular, pues Benjamín tendrá un encuentro con quién menos se lo espera…

Mientras, Benjamín comparte una cerveza helada con sus tres compañeros santiaguinos en el bar El Muelle y trata de soportar las burlas vinculadas con su rojizo bronceado.

23:15 hrs

Sabrina aparece vestida con una polera negra ajustada y un blue jeans curvilíneo, al igual que su cintura. Con ella, detrás le siguen tres amigas.

- Perfecto- indica un amigo de Benjamín-. Ya llegaron. Cuatro y cuatro… Estamos.

Pero la cosa no es tan fácil. El grupete de santiago conoció a las muchachas coquimbanas ese mismo día en la playa. De modo que Benjamín es el galleta, el que no se vio. Él las ve escéptico y me dio avergonzado por no saber quién es quién. O sea, menos Sabrina. (Ah, casi se olvida, Benjamín sabe su nombre porque todo la tarde sus compañeros hablaron de una tal Sabrina: una cabra buena onda, hermosa e inteligente. Casi una diosa). Entonces, el Benja, como le dicen sus cercanos, se da cuenta que ella, la rubia de ojos oscuros, tiene que ser Sabrina.

1:33 hrs

- Ah, no te preocupí. Dime Sami, como todo el mundo. O sea, si quieres- confiesa honestamente Sabrina a Benjamín, en medio de la pista de baile.

- Dale…Gracias- replica tímido el muchacho.

El reggaeton comienza a salir por los parlantes del local Tiempo. Sabrina se convierte en una bailarina exótica y demuestra sus dotes, tanto físicos como dancerísticos. Benjamín observa con premura su desplante y no desea quedarse atrás. Él siempre ha sido reconocido, y a la vez bromeado, por sus amigos de la capital como el ganador de múltiples competencias de baile y divertimentos escolares. Bueno, esos años han pasado, pero Benjamín todavía se siente apto para demostrar por qué tuvo el título de campeón. A pesar del obstinado dolor propagado por las rojizas quemaduras.

Benjamín percibe que vale la pena todo el malestar.

3:00 hrs

La noche se mantiene candente. Los amigos de Benjamín y las acompañantes de Sabrina se encuentran charlando en unas mesas, mientras comparten uno que otro picher de cerveza Escudo. Ya que para los dos adolescentes danzarines, la fiesta sigue en la pista de baile. Pero las posiciones cambian. Ahora ambos están abrazados, se tocan sus extremidades y transpiran por la aglomeración de otros cuerpos en movimiento, además de la frotación de los suyos. Ellos se mirar y tratan de conocerse. Observan sus rasgos faciales, sus ropas y sus físicos. Los dos se atraen, y no hay quién lo impida. Y eso lo saben. Por eso lo sellan con un excitante ósculo, mezclado con alcohol y otros sabores. Y les gusta. Lo repiten una y otra vez. Se abrazan, y se vuelven a tocar. Benjamín siente más el calor que expande Sabrina que el suyo, producto de la insolación. Incluso, el sudor de uno y otro es cada vez mayor. Todo se siente húmedo y, sin embargo, cómodo. Seguro.

Benja y Sami se conecta. Y no parece que deseen separarse. No todavía.

6:00 hrs

En la casa de una tía, ubicada en La Serena, Benjamín piensa en Sabrina y todo lo que sucedió en esta noche. Sus tres amigos duermen en el living sin problema. Pero él no puede pegar un ojo. Sabe que su situación puede cambiar si toma la decisión correcta.

- Oye Benja, duerme de una vez cabro… Que mañana nos devolvemos a Santiago. No veí que te toca manejar, más encima. Ya, dale. Acuéstate de una vez.- masculla, casi como un mandato, uno de sus amigos.

Benjamín lo mira y le dice que no se preocupe. Que ya se va a dormir. Sin embargo, eso no pasa. La chica del norte no lo deja. Una llamada en su celular, puesto en silencio, indica su nombre y sabe que todo puede cambiar si lo quisiera. Ese es el problema, ¿lo quiere?

El sol se recupera de su durmiente ahogo y comienza a salir lentamente por la tranquila marea, para tomar un nuevo respiro.

Crónica de una vida

Amoroso López reposa su sofá favorito. Con 79 años a cuestas, una miopía que lo tiene, prácticamente, en la ceguera misma, y una calva brillante -comenzada ya en la adolescencia- apresura la memoria para reflexionar sobre lo que fue; acerca de lo que hizo y dejó de hacer.

Amoroso recuerda que si hubiera sacado a bailar a Matilda esa noche, durante el cumpleaños de un viejo amigo, ella sería su esposa y no la del Cabezón Riquelme.

“Estar en el momento justo… Atreverse, ser determinante y aventurarse a lo desconocido”.

Sin embargo, Amoroso compensa la escasez matrimonial con los flashes eróticos de aquellos encuentros furtivos con la vecina: Francesca Torinelli. Una joven divorciada que le demostró cómo se realizaban los verdaderos besos con lengua; la misma que tomó confianza y le ejecutó, con deleites repeticiones, la conocida conferencia de prensa; y cuando la fogosa relación estudiante-dueña-de-casa llegó al clímax pre-coito, le enseñó a leer el Kamasutra. Largas lecciones privadas en la cocina americana que terminaron producto de la visita inesperada del novio oficial.

“Ser el segundo no es malo. No tienes mayores responsabilidades que satisfacer su deseo sexual. Y, más encima, puedes escaparte del compromiso con sólo decir: No eres tú, soy yo…”

Cosas suceden, elecciones se toman y los inviernos pasan. Ahora, el anciano observa el solitario departamento en donde ha vivido los últimos cuarenta años. Las desgastadas fotografías grafican amigos pasajeros, periplos por el continente americano y amantes dejadas en cada ciudad y pueblo visitado. Antiguas vivencias que le hacen compañía. Como cronista de viajes, Amoroso nunca tuvo las ganas de asentar raíces, ni menos meditar en la procreación de herederos que llevarían su apellido. La adicción por conocer lo que no estaba frente a sus narices lo tuvo siempre intoxicado de aventura. A una rapidez tal, que no se dio una pausa para preguntarse por la soledad. De modo que la única persona que está con él es su enfermera pagada. No hay más.

“Aquellos que dicen ser tus más grandes confidentes, pueden ser también los mismos que olviden tu existencia. Tú diste todo y ellos sólo recibieron. No dieron… No entregaron nada”.

Amoroso descansa un segundo de la actividad recordatoria y toma un sorbo de vino tinto. El sabor lo calma, hace que su lengua se humedezca y reactive la cansada musculatura del cuerpo. Para él, esta bebida ha sido su acompañante en incontables de comidas nocturnas, cuando la sopa para uno de Maggi quedó salada o la carne cocina por la enfermera Vivianita, como le dice cariñosamente, no tiene el gusto necesario. Incluso, algunas veces Amoroso llora largo rato al disfrutar una copa; hace pausas para jugar con el oscuro líquido en su boca y luego lo traga suavemente por la garganta. Siente que es su único aliciente, sobre todo hoy.

“Exquisito. Dulce. Gratificante. Un placer para pocos. No es persona, no tiene vida propia, pero en el momento que toca mis labios, juega por mi boca y después crea una desinhibición única, me siento pleno. Se convierte en pareja”.

El reloj de mano que usa Amoroso se detiene, el tiempo también. Su médico le diagnosticó seis meses de vida. Pero él tiene claro que no llegará a la fecha pensada. La fría noche de invierno indica lo contrario. El anciano vuelve acomodarse en el sofá regalón. Respira lento y exhala igual. Amoroso cierra los ojos y piensa en Matilda. Luego busca el anillo de oro que ocupa en el dedo anular de la mano izquierda. Lo frota y sonríe. Una frase inscrita sobresale de la reluciente argolla: Te espero todavía.

“Me imaginó a los dos mientras bailamos al ritmo de una suave melodía. Tú me abraza y yo respondo. Unidos, nos tocamos. La excitación es evidente. Somos honestos. Ambos queremos. Lo sé....”

Amoroso alza la vista nuevamente.

“... Y me arrepiento”.

El anciano ya no tiene pulso.

Reencontrar



José Tomás camina apurado por la calle para tomar la micro hacia la universidad. Le quedan 20 minutos antes que el profesor cierre la puerta del aula, y no ve su D-08 pasar.

- No de nuevo… Nunca pasa cuando quiero que lo haga… Es mi suerte, lo sé- reconoce apesadumbrado.

Y José Tomás dirige su mirada hacia el paradero de la avenida Bilbao con Tomás Moro para saber si hay gente esperando el transporte público, pues odia esas interminables filas que trajo consigo el Transantiago. La decisión visual rompe su discurso sobre su mala estrella: Victoria aparece, sonríe, y se acerca para saludarlo. José Tomás, impávido, recibe un dulce beso en la mejilla. El joven estudiante no reacciona; observa. La amiga-especial está frente a él, pero decide evitar errores y no hace nada; sólo se muestra con alegría. Demasiada. Ella lo mira con sus ojos brillosos como esperando una respuesta o un comentario pertinente. José Tomás no tiene otro remedio.

-¡Hola! Eh… Pucha, estoy apurado…- son las palabras que puede articular el muchacho.
-Bueno… Entiendo- responde con su característica sonrisa la joven.

Ambos retoman su camino. Victoria se traslada a la “oruga blanca” para hacer un transbordo y llegar a tiempo a su casa de estudios, mientras que José Tomás hace lo mismo al subirse a la D-08. El reencuentro se termina allí. La distancia es cada vez mayor.

- Obvio. Qué tarado. Esa es mi suerte…. O mejor dicho, diría que así soy yo… Siempre- confiesa silencioso José Tomás a lado de un desentendido obrero. El estudiante se queda obervando la silueta lejana de Victoria por la ventana del ruidoso transporte..

La D-08 sigue su recorrido.

Ausencia

Emilio está vestido con un atuendo completamente negro: el terno, la camisa y los zapatos muestran su oscura apariencia. La lluvia humedece su ropa y realza aún más esa ennegrecida impotencia. A un metro de él, dos sepultureros realizan los últimos trabajos alrededor de las dos lápidas: reponen el pasto sacado por otro artificial y con unas palas remueven la tierra sacada a una carretilla. Emilio observa que en sus overoles tienen una brillante insignia de El Parque de Recuerdo cosida en el lado derecho del pecho. Emilio sonríe y los trabajadores lo notan. Y una vez terminada las faenas, los enterradores recogen sus herramientas y salen del lugar. Emilio se acerca a ambas tumbas y se arrodilla frente a éstas.

- Lo siento… En verdad lo siento.

Pero nadie escucha. El cementerio no tiene otro visitante. Parientes, amigos y conocidos invitados al funeral se fueron sin decir una palabra. Y no había cómo no hacerlo, la tragedia era impensada. De un momento a otro, Matilde y el pequeño Matías dejaron de respirar. Ahora Emilio se ha quedado solo. Su familia, su matrimonio, y su único hijo ya no existen. Un terrible infortunio los puso bajo tierra, listo para descansar y con la esperanza que olviden los violentos abusos que sufrieron. Porque Emilio lo sabe. Su memoria sacude, una y otra vez, esos recuerdos latentes de aquel día. Todavía puede escuchar sus gritos de auxilio.


- ¡Emilio! ¡Ayúdame, por favor! ¡Ayúdanos!
- Matilde… Matilde, ¿qué pasa? ¿qué sucede?
- ¡Mira concha tu madre!
- ¡Y quién mierdas eres tú! ¡Qué le hiciste a mi mujer!
- Calladito, calladito, culiado. Una palabra más y tu puta mina caga. ¿Me entendí?
- Te creí gran cosa porque viví aquí en Chicureo. No me hueví, ¿dale?

Emilio se encontraba a pocas cuadras de su casa y aumentó la velocidad del Land Rover.

- Okey. Como quieras… Pero no le hagas nada a mi esposa, por favor.
- Tranquilito cabro. Sólo quiero saber la combinación de tu caja fuerte. Eso es todo.
- Sí, seguro. Lo que quieras, con tal que mi familia esté bien.
- Ya po, excelente. Porque si no, tu tierno guachito también probará de mi gusto infantil.
- ¡Matías!... ¡No! Se lo suplico, no le haga nada ni a él ni a mi mujer. Haré lo que quieras.
- Así me gusta putito…

Se produjo un pequeño silencio.

- Ya, mucha hueveo pa’ tan poca cosa… Dame la puta combinación.

Emilio se estacionó enfrente de su casa. Se dio cuenta que el portón estaba forzado y que había una camioneta blanca, polvorienta y desconocida aparcada en la vereda.

- ¡Ya po culiado! No me dejí hablando solo. ¡Dime los putos números!
- Sí sí. Ahora me acuerdo. Los números son...

Emilio se bajó de su auto y entró al jardín principal de la casa para esconderse detrás de unos arbustos. A unos metros, se podía ver por un ventanal a dos jóvenes, no más de 15 años, amenazando con un par de cuchillos a su familia en medio del living. La vestimenta deportiva de los sujetos, la falta de vello facial, la pequeña estructura ósea y las miradas inseguras delataban su corta edad. El retrato de la familia estaba removido de su lugar y la caja fuerte se encontraba a vista y paciencia de los delincuentes. Matilde sostenía a Matías con fuerza y trataba de tranquilizarlo acariciando su frente. Emilio pudo notar que un tercer personaje apareció en la escena. El hombre estaba vestido de camisa y corbata -lo cual representaba más edad que sus cómplices-; tenía una pistola en una mano y en la otra un celular. Él era quien manejaba el robo, al parecer.

- Eeeeh… Los números son… Eh, no sé… Déjame acordarme. ¡Mierda! Dame un segundo…

Emilio veía que entre más se demoraba los sujetos se iban poniendo más impacientes.

- … ¡Por la chucha putito, apúrate! ¡Me estoy emputeciendo con tu demora!

El hombre que tiene el celular tomó a Matilde del brazo y le dijo a uno de los compañeros que sostuviera al niño y lo obligara a ver el espectáculo. Emilio era testigo de sus actos. El delincuente rompió el vestido que llevaba puesto Matilde, le exigió que se callara y le sacó los calzones. Ella suplicaba piedad y él la abofeteó continuamente.

- ¡Cállate puta! ¡No hables!… ¿Escuchas ricachón, maldito gerente de bancos? ¿Oíste cómo tu mujer grita de placer?

Los cómplices miraban a todas partes por si alguien aparecía. De modo que Emilio tuvo que agacharse aún más en los arbustos y perdió la visión de lo sucedía en ese momento en living.

- Mira, hueón. En este minuto, tengo a tu maraca en noventa grados y me la voy a culiar al lado de tu hijo para que sepas que no estoy hueviando. ¡Dame esa puta clave de una vez!
- Okey… Ya, detente. No le hagas nada a Matilde… ¡Mierda!
- Ah, Matilde se llama la perrita. Mira tú. Que lindo saber el nombre de una zorrita antes de comérmela.

El sujeto de corbata lamió fuerte y prolongado la cara a Matilde. Los dos jóvenes miraron complicados el comportamiento de su compañero.

- ¡Yaaa! ¡Basta! ¡Cincuenta y seis, treinta y siete, y sesenta y dos! ¡Cincuenta y seis, treinta y siete, y sesenta y dos! ¡Ahí están la puta clave imbécil! ¡Ahora deja a mi familia en paz!
- No sé si tanto, perrito. No sé si tanto.

Y el chico terminó la llamada. Emilio miró de nuevo a la casa y se percató que los otros dos jóvenes marcaban los dígitos para terminar con el robo, pero el hombre del celular se llevó a su esposa e hijo del living. Emilio imaginó lo peor.


La nublada noche indica que la hora de cierre está cerca. La lluvia persiste con el agregado de un gélido viento. Emilio se mantiene al frente de sus dos amores. En sus manos sostiene al pequeño Lenteja: una figura de greda perruna que hizo su hijo para el día del padre. Emilio le da un beso a Lenteja y lo deja al lado de la lápida de Matías.

- Para que te cuide hijo… No dejes que los hombres malos te hagan daño. Para eso está Lenteja, él cuidará de ti y a tu madre… Ya que yo no pude.

Emilio sube el cuello del terno negro para protegerse del frío y camina en dirección al portón del cementerio.


- ¿Qué hago? ¿Me arriesgo o no?- se preguntó Emilio mientras se refugiaba en los arbustos. Él quería salvar a su familia, pero no quería arriesgarse y que después pasara lo peor.

De pronto, Emilio divisó un auto de seguridad vecinal que transitaba por la calle. No vaciló y salió raudo al encuentro de los guardias del barrio, mientras los dos jóvenes estaban ocupados contando el dinero de la caja fuerte.

Emilio detuvo el vehículo y se bajaron dos hombres uniformados:

- ¡Señor, señor! ¡Por favor ayúdeme! ¡Necesito que me vengan! ¡Están robando mi casa! ¡Hay tres ladrones y tienen a mi esposa y a mi hijo! ¡Por favor, vengan conmigo!
- Caballero, cálmese. Tranquilo… A ver, ¿Gutiérrez?
- Sí Alvarado.
- Gutiérrez, llama a los carabineros de inmediato, y que vengan lo más pronto posible. Yo voy a entrar con el señor…
- Emilio, Emilio Costas- confirmó el dueño de casa.
- Con el señor Costas… Y apúrese.
- Pero Alvarado, no podemos entrar sin autorización…
- A la mierda esa huevaa… Vamos señor Costas.

Emilio y el guardia Alvarado fueron a la casa decididos con detener a los tres delincuentes. Emilio sólo pensaba en cómo estarían Matilde y Matías. Él estaba dispuesto hacer lo que fuera, con tal de salvarlos. O eso pensó que podía lograr.


Emilio se encuentra parado en su habitación. La cama matrimonial está sin hacer en un solo lado, pues el otro se mantiene intacto. Emilio mira las manchas de sangre que quedaron impregnadas en la alfombra sucedido el robo, mezclándose con resto de agua que cae de su atuendo. Una fotografía teñida de rojo, con en el plano general de la playa de Puerto Veleros y la familia Costas abrazada en medio de decenas de veraneaste del sector turístico, se encuentra todavía colocada en un marco de madera en un velador cerca suyo. La lluvia es cada vez más fuerte y violenta. La luz generada por un foco de la calle es lo único que ilumina el oscuro sitio. No se escucha ningún ruido en la casa, excepto las gotas que rebotan en el techo. Y, sin embargo, Emilio se coloca frente a la puerta de la pieza con la espera que alguien aparezca. Piensa que ellos van a volver, con sus tiernos abrazos e incomparables besos. Pero no hay otra sombra, solamente la suya.


- ¡Alto ahí, pendejos del orto! ¡No se mueva de ahí, y suelten ese dinero!- ordenó el guardia Alvarado a los dos jóvenes.

Emilio amenazó a los delincuentes con una escoba que encontró en el patio y Alvarado les apuntó con su pistola de servicio. Ambos chiquillos soltaron sus cuchillos y pidieron perdón. Emilio los redujo con repetidos golpes. El guardia trató de detenerlo, pero sintió una venganza compartida y dejó que el dueño de casa se desquitará.

- ¡¿Dónde está mi mujer y mi hijo?! ¡¿Dónde los tiene su amigo?!- preguntó urgido Emilio

Sonaron dos disparos.

- ¡Matilde! ¡Matías!
- ¡¿Donde están, mierda?!- exigió el guardia.
- Arriba… Arriba, en el segundo piso. En la habitación principal- contestó sollozando uno de los chicos.

Emilio voló por las escaleras para saber de su familia. Rogaba al dios que fuera con tal que estuvieran bien. No importaba si el tercer tipo se había escapado. Lo único que deseaba era ver la cara de Matilde y de Matías con vida. El estado de la habitación lo graficaba todo.

- ¡Matilde, contéstame! ¡Mi amor, respira!… ¡Sólo respira!- imploraba Emilio encima de la cama.

El cuerpo de su mujer yacía inerte. La cara estaba magullada por reiterados golpes de puños, y tenía sangre y algo de semen en el recto. Las sábanas estaban cuajadas de rojo. Había sido violada y posteriormente asesinada con un impacto de bala en el pecho. En tanto, el pequeño Matías reposaba acostado en la alfombra con los brazos abiertos. Al lado suyo se encontraba una animal de greda café. Tenía un orificio de bala incrustado en la frente. Una mancha de sangre ensuciaba su ropa y se expandía con el tiempo, hasta que no había más líquido que extraer de su cuerpo. El arma homicida estaba tirada en el piso.

Se escuchó un tercer disparo.

Emilio miró por la ventana rota de la habitación para percatarse que el guardia Alvarado había detenido al hombre de camisa y corbata con su pistola de servicio. Emilio se quedó viendo cómo agonizaba el delincuente, pero para asegurarse, le disparó con la misma arma con la cual mató a su familia. Alvarado hizo vista gorda a lo sucedido.

Las pericias policiales lograron comprender la acción de Emilio Costa, con respecto a fallecimiento del tercer ladrón (quien fue identificado como Richard Domínguez), y fue absuelto de cualquier cargo, argumentando defensa propia. Mientras que los jóvenes cómplices están esperando ser procesados. Carabineros determinó que los asaltantes habían cometido este mismo procedimiento en otras tres casas del barrio de La Dehesa. El plan consistía en engañar a sus víctimas por medio del hombre vestido formal al hacerse pasar por un colega de la empresa u oficina del dueño de casa, y cuando estaba dentro del domicilio, los otros dos delincuentes perpetraban en el lugar con armas cortopunzantes. En la mayoría de los robos, se mataba a toda la familia. En el caso de los Costa, esto no pasó.



Un letrero que dice “se vende” se encuentra en el portón de la casa de Chicureo. Emilio se despide del conductor del camión de mudanza y lo ve alejarse por la silenciosa calle. No hay niños en la vereda que anden en bicicleta o que jueguen a la pelota en la plaza cercana. Al parecer, los vecinos prefieren dejar a sus hijos en la seguridad de sus casas. O por lo menos eso piensa Emilio cuando guarda en el auto la última caja con los juguetes de Matías. Está seguro que algún día lo necesitará de nuevo. Luego sube a Land Rover y se acomoda en el asiento para un largo viaje a la Cuarta Región. Toma el volante -se ve que lleva puesto los dos anillos de matrimonio-, y se queda tranquilo un momento para observar las primeras hojas que caen en otoño. Emilio está seguro que no volverá a estar ausente. No de nuevo.






Al fin te vi


Los molestos focos azules y la poca luminosidad del bar mantenían esa atmósfera expectante de otra noche de fiesta. Se veían cuerpos moverse al compás de la música dance-pop-rock del minuto, pero no sus identidades. Desconocidos personajes de fiesta congregados para el cumpleaños de un viejo lobo amigo. Y Chico, uno más dentro del grupete conocido del festejado, miró; se dio cuenta que era real. Sabía que el alcohol en su sangre no era suficiente para alucinar o entorpecer la vista con espejismos crueles. Chico emocionado concluyó que tenía otra oportunidad. Luego de 5 años se repetía el encuentro: Ella estaba ahí.

- Hola.
- ¡Chico! ¡No te creo! ¡En serio eres tú!
- Sí… Hola.
- ¡¿Cómo estai?! Tanto tiempo… No te creo… Eres tú, qué wena…
- Sípo… Wena.
- Pero cómo estai… ¿Qué estai haciendo? Trabajando, estudiando…
- Estudió… Periodismo… O sea, guión y periodismo… Creo…
- Jajaja. Qué bacán… Y cuánto ha pasado, ¿5 años?
- Sí, muchos.
- La cagó.
- Y tú… Estai igual.
- Hai, gracias… Un poco más carreteada no más. Jajaja.
- Para mí estás igual que antes… Siempre.
- ….
- ….
- Eh, bueno, yo estoy en cuarto de sicología. Ahí en la Andrés Bello.
- Mira tú… Qué bueno verte. En serio…
- Sí, han pasado años. Pucha, y los demás de tu curso. El Tito, el Pancho… No sé, ¿el Gabriel sigue la Tamara?
- Sípo. Siguen ahí. Yo creo que se casan…
- ¡Ya! Qué wena. Pucha, no sé, es muy raro que nos encontremos así después de tanto tiempo.
- Sí, pero qué tanto. Lo importante es que nos vimos.
- Sí, es verdad.
- ….
- …
- Oye Ella, ya que nos vimos podríamos…
- ¡¿Lefran?!
- …
- ¡Mi amor! Por fin… Justo te estaba buscando ¿La está pasando bien?
- Sí, aquí me encontré con un amigo del colegio.
- Hola cabro.
- Hola, cómo va.
- Bien po, aquí viendo cómo se jotean a mi polola. Jajaja.
- ¡Hai, Lefran! No molestí. No le hagas caso Chico, es sólo un webeo.
- Ah, sí sé. No te preocupes…
- Sípo cabro, relaja.
- Descuida. Ni caché la talla.
- Demás… Bueno Ella, ¿vamos? Me conseguí otro carrete por el centro.
- Pero si acabamos de llegar.
- Yapo Ella, no seai po. ¿Qué te cuesta?

Lefran y Ella se dieron un carnoso beso.

- Ya. Qué le voy hacer… Está bien.
- Ya, la raja. Le aviso a la Caro y al Beto para que nos acompañen. Chao cabro, suerte.
- Suerte. Chao.
- Pucha Chico, sorry…
- …
- En verdad quería hablar más contigo, pero veámonos. Dame tu cel o algo, y ahí cachamos para hacer una juntada u otra cosa.
- Ya, cero atado.

Lefran grita en la entrada del bar:

- ¡Ella! ¡Apúrate que nos esperan!
- Ya, si ya voy.
- Ella, mejor anda. Yo le pido tu número a la Tamara con el Gabriel. Filo.
- ¿Seguro? Porque no me cuesta nada dártelo. O el messenger. Si tan sólo…
- Sí, seguro. Anda. Confía en mí…

Ella le dio un fuerte beso en la mejilla. Y él la abrazó con ternura. Ambos se despidieron nuevamente, y Chico observó su retira del bar. Ella se detuvo en la entrada, se dio vuelta y buscó el rostro de un pasado, pero no lo encontró. La oscuridad del sitio no le permitió ver a dónde se fue. Ella salió apenada.

Una silueta humana expedía una nube de humo producto de un cigarrillo a medio terminar. El tabaco quemado brillaba con una luz anaranjada en forma de círculo:

- Aquí vamos de nuevo.

Dejar bien puesto el apellido

Llovía a cantaros. Los gotones de agua rebotaban en el tejado con fuerza y sin premura a querer detenerse. Dentro de la casa, Federico Malasuerte bebía y bebía piscolas en compañía de amigos, minitas, y amigas del verano. Las melodías regetoneras, cumbieras y uno que otro sound track de película sonaban intensamente en la radio FM. La fiesta acaloraba el frío inesperado que acaecía en esa noche de marzo.

-Parece que estoy salvado- comentó casi rezando (aun cuando Federico no es católico ni menos religioso) mientras una bella chiquilla le comentaba sus actividades fuera de las aulas universitarias.

-Sí, hoy es mi noche- sentenció así mismo Malasuerte apenas sintió la conexión: aquella coqueta ingeniera tomó su mano y, según su experiencia en el carrete nocturno, iba a darle un beso… Lo tenía más qué claro.

Y se abrió la puerta de vidrio del living.

- ¡Mierda! No otra vez Fede, ¡por Dios Padre!

La sorpresiva intromisión dejó boquiabierto al muchacho.

- ¡Mamá! ¡Papá!

El padre de Malasuerte no lo dejó ni respirar.

- ¡Federico Manuel Malasuerte De Las Mercedes! Por favor, quiero que saques a todos estos amigotes de “mi” casa y órdenes toda esta mierda que dejaste.

Padre y madre suben las escaleras en dirección a su pieza, para luego dar su respectivo portazo.

La chiquilla que acompañaba a Federico se preocupó porque éste tenía su mano apresada. Él la miró complicada y la soltó. Malasuerte quería su escena de teleserie barata, pero no pudo. Y todo se paralizó: la música dejó de escucharse, los presentes perdieron el habla y la facultad de moverse. No había comentario o broma que quebrará la frialdad del momento. La fiesta se había acabado.

La chica de la boletería

Primer Acto:

Martín Ramos miraba de lejos la boletería del cine Pedro de Valdivia -semanas antes que este edificio emblemático de la ilustración cinematográfica del viejo Santiago fuera rematado como cualquier cosa, ¡qué ironía!-. Dentro de la pequeña caseta, ella estaba sentada en una vieja silla contando los boletos que quedaban para la matiné. En su etiqueta de funcionaria decía Sra. Iñárritu. Lo cual indicaba dos cosas: su soltería, o al parecer un compromiso no sellado por el temido “matrimonio” y, un detalle menor pero igualmente de importancia, la forma exacta de cómo se escribía su apellido.

-El problema era saber su nombre, pensaba Ramos detrás de un arbusto en la plaza continua al cine. En sus manos sostenía un pequeño vincular negro por si le fallaba la vista. Y a medida que la joven Iñárritu efectuaba un comportamiento diferente a lo habitual, él anotaba la nueva info en su libreta Seven (comprada en una tienda de souvenirs luego de ver la película de David Fincher). No había movimiento que se le escapara de su ojo detectivesco. Más sagaz que el español Torrente e igual de intrépido que Columbo. Aunque manteniendo una tenida digna de todo joven sin onda y amante de las películas. Hablo de la típica polera de un buen filme, como la que usa Martín con la cara de Jack Nicholson cuando protagonizó a un escritor loco en The shining; unos jeans gastados y unas zapatillas a mal traer por los años de uso. Ya que cualquier tipo de atuendo sospechoso podría entorpecer los fines de la misión… Eso hasta que la gente de siempre te empieza a comer con la vista.

Sí, los mismos curiosos no perdían oportunidad para atender a las particularidades de Martín Ramos. Sus miradas y gestos mostraban dejos de burla y risas. Incluso varias parejas octogenarias murmuraban inmiscuidamente la conducta del muchacho. Sin embargo, para Martín su actuar no era para nada insólito o fuera de lo común, en lo más mínimo. Él iba a realizar su sincero ritual aunque tuviera que soportar el prejuicio ruin de aquellas personas que expresaban lo primero que veían y no eran capaces de detenerse un segundo, contener su anticipada opinión y verdaderamente abrir los ojos para entender lo que sucedía con este chico. Un joven como cualquier otro que decidió hacer cosas extra-ordinarias porque se encontraba embobado (palabra que ocupaba Martín para no decir que estaba enamorado).


Ramos ya había caído en la estúpida actitud de formar su identidad y realizar sus actos de acuerdo a lo que hacía y decía el resto. Se acabó esa frase “filo, sigamos a la masa”. No, eso ya no iba con su persona. Se terminaron las escenitas chistosa para la alegría de los conocidos y los piropos engrupidores para la chica popular. Ahora, Martín buscaba ser él solamente y no otro. Sobre todo si quería que la chica de la boletería no sintiera lo mismo que Macarena Santelices y se le fuera de las manos. No de nuevo.

De acuerdo a la bitácora que llevaba Martín, la señorita Iñárritu llevaba seis meses trabajando dobles turnos en el cine. Era una metódica en el arte de cortar boletos y dar el cambio de dinero, en monedas o billetes, dependiendo del caso. Toda una contadora del peso chileno. Y si había algún error de cálculo, su blanca y brillante sonrisa mejoraba la incómoda situación, donde al final era el cliente quien pedía perdón a la chiquilla por su enojo o molestia innecesaria. Ella sabía tratarlos, los entendía. Comprendía los tiempos en las relaciones boletera y cliente-o-espectador, ya sea cuando una pareja de jóvenes llegaba tarde a una película o no encontraba boletos disponibles, ella igual hacia los arreglos respectivos para que disfrutaran de su velada. O en los momentos que la mamá encargada del típico curso de pequeños básicos deseaba con fervor y premura la cantidad suficiente de butacas para la esperada Bee movie, y Iñárritu nuevamente calculaba, sacaba cuentas y lograba conducirlos, con linterna en mano, hasta el lugar deseado. Incluso con la valentía y poder para retirar a otros asistentes de sus asientos a otro sitio y así lograr que aquella madre pudiera tener a sus niñitos juntos y alegres en la sala de ficción. Un trabajo que lo hacía con amor… Y a los ojos de Ramos, ese era el amor que necesitaba en su vida. Para él, ella tenía que ser su re-start. La interrogante era ¿cómo?

Los días trascurrieron y Martín seguía con su actividad de mirón enamorado… Extasiado de tanta belleza física, pero faltó de algún saludo siquiera, un dato personal o un “hasta luego” o un “cuídate” por parte de la señorita Iñárritu. O sea, tampoco realizaban un gran esfuerzo personal. De hecho, la compra de su boleto diario se consumaba gracias al histriónico Paul Vadera: un viejo vagabundo de la plaza dispuesto a ayudar al pudoroso joven a cambio de un bueno cartoné saviñon de mil pesos para saciar su sed.

-Tenga jovenzuelo, aquí está su entrada… Y páseme ese trago…

Paul Vadera tomaba la caja de vino tinto y decía con alegría:

-Créame querido Martín, este brebaje (alza el cartoné al aire) es el cáliz de los antiguos dioses. A su salud.

Y luego desaparecía entremedio de tumulto de trabajadores, oficinistas y estudiantes que esperan tolerantes una micro del Transantiago.

Así de pudoroso era el pobre Martín. O cuando entraba a ver un metraje y luego salía del cine no podía acercase a la boletería. El pánico le entraba en la sangre y bombeaba su corazón a mil pálpitos por minutos. Sus rodillas tambaleaban, la frente sudaba y pequeñas lagunillas de sudor sobresalían de su polera por las axilas. Un aspecto poco agraciado para una presentación personal y mucho menos para convidarla a tomarse una cerveza -si consume al alcohol- o una café o una bebida. Ramos necesitaba urgente una acontecimiento gatillante o un suceso imparable que lo obligará a vencer sus miedos. Requería de un hecho que cambiará para siempre el devenir suyo y de la señorita Iñárritu.

Diario El Mercurio, 13 de enero.

Se remata Cine Pedro de Valdivia


La última función se realizará hoy a las 22 horas con la película Juno.

-¡Cresta, no te creo! Es definitivo… enunció desconcertado Martín en la pasividad de su pieza mientras su familia disfrutaba de una once dominguera en la terraza de la casa.

Martín dejó el diario encima de la cama, se acercó a la ventana y observó como su prima y su sobrino, ambos de 5 años, caminaban tomados de las manos por el patio, con un atardecer que iluminaba los últimas horas del día.

RE-START


Comenzar de nuevo; rebobinar, borrar si es necesario, y adelantar; dar vuelta la página y “echarle pa’ delante”. Distintas maneras para comunicar, de una forma verbal o escrita, la necesidad de un cambio en la vida; una revisión y posterior renovación de la rutina diaria en busca de una transición existencialista y, si se quiere, espiritual, de lo que se ha vivido hasta ahora. Una actitud reconstructiva que, en la mayoría de lo casos, ejecuta el ultimátum “esto de acabó” y permite iniciar un nuevo camino por la carretera multidirecional que es la vida, con sus largas desviaciones y sus pedregosos tramos. Una decisión personal llena de esperanzas y posibles que sólo se hacen reales cuando realmente se quieren; cuando uno “enserio” desea algo nuevo, distinto; incluso renovador para el resto de la existencia.

Una determinación humana que Martín Ramos no ha logrado llevar a cabo. Su intrínseca timidez obliga a este chico cinéfilo a refugiar sus expectativas de vida en las venturas y desventuras de los personajes de Martin Scorsese, Clint Eastwood y Sofia Coppola, entre otros. De hecho, la mayor experiencia realizada por Martín fue un humillante y desastroso viaje a la playa de Morrillos en el norte del país durante un caluroso verano. Allí, pasó dos semanas tratando de aparentar un modo pokemon y personificar a un adicto regetonero nunca antes visto en su grupo de amigos, ni mucho menos en el peor de los arquetipos construidos por el fabuloso Stanley Kubrick o el “mister comic” de Quentin Tarantino. Un repulsivo personaje que babeaba por prematuras-niñitas-sexualizadas que sólo deseaban poncear al ritmo de la aclamación febril producida por el falo masculino. Y esta irreconocible personalidad de Martín le costó caro, ya que su eterna enamorada, Macarena Santelices, reprochó aquella estúpida actitud y nunca logró quitarse esa imagen sexópata-juvenil de su cabeza. Martín, el ex Daddy-Papichulo, terminó con las mínimas esperanzas de concretar un futuro pololeo. Para la Maca, este chico tierno y peliculon en quien pensó declararle su escondido amor, se convirtió en un calienta-sopas, gueco y falso weon.

De modo que este periplo estival concluyó en el siguiente final: “chico se quedó sin chica, sin perreo y sin respeto de los amigos. El protagonista quedó seco de amor y embriagado de dolor”.

Pensar en los por qué o las razones que llevaron a Ramos a tomar esa actitud no es lo fundamental. Al contrario, es completamente inúltil pensar en ello. ¿Qué interés tendría si su particular comportamiento se debió a la necesidad obligatoria de tener el primer follón, después de 21 años virginal? O si cambio su personalidad para tratar de agradar a la pelolais de la Maca, pero a las finales la pobre chiquita era tan mojigata y señorita que terminó por aburrir al varonil Martín... ¡Ah! ¡Acaso nadie ha querido hacerse pasar por otra persona para agradar a alguien! ¡Por favor, no vengan con cuentos!... Yo... Si supieran lo que uno tiene que hacer para aguantar... Es incontrolable el hambre carnal de...

-¡Up! Perdón, dejé que mis egocentrismo de autor me dejará manipular y olvidar la historia de Martín.

Mejor concentarse en contar cómo Martín Ramos pudo dar un RE- START a su vida y re-econtrar a alguien que lo quisiera tanto o igual como lo hizo Macarena Santelices.

Continuará