Emulación cumpleañera

Los invitados baila y toman unos tragos al ritmo de la fiesta; un ambiente mezclado de engrupimiento adolescente, cumbia viyera y bailes sincopados -sólo de algunos-; elementos intencionales del jolgorio que materializan el bullicio perfecto para molestar al cascarrabias y octogenario vecino. Pero que afectan colateralmente a los apoderados del festejado, el mismísimo Vittorio Olmos. Un próximo titulado en cine de 24 años, con instinto sagaz y libidinoso, aprovecha los labiosos y suculentos saludos de jovencillas que llegaron al evento por el amigo del amigo de otro conocido. “Así es no más, lo importante es que están aquí”, diría Olmos si la piscola no estuviera tan cargada y no fuera la sexta. En vez, Vittorio prefiere la estrategia del tímido: sonrojar hasta ver qué pasa. Resultado: más ósculos y piropos cálidos de la chiquillas. Cariño desinteresado (o con intención; ahí habría que “entrara picar”) que el muchacho experimenta, sintiéndose agraciado. Justo hoy cuando es su día… Aun cuando es de noche.

El comportamiento algo conquistador y algo caliente –sí, hay que decirlo- efectuado con maestría varonil por Vittorio se desequilibra cuando Victoria aparece en la fiesta. Tanto así que literalmente el Horizontal Olmos, tal como lo tilda los amigos, cae en la pista de baila. Y esta vez no fue producto del destilado de uva, al contrario, el desvanecimiento se produjo por la impresión. Ella aquí y él así. “Todo mal”, piensa Vittorio apenas se recuperar. “Por suerte no te vio. Si no, cagabai con el entierro”, asegura entre risas uno de los contertulios del colegio. Pero para él un entierro sería el lugar predilecto para estar en este minuto, metros y metros bajo tierra.

Los minutos pasan y Victoria no se acerca a saludar a Vittorio. “¿Habrá visto mi bochornosa caída? O peor aún, ¿pensará que ando ebrio? O sea, por un lado está bien… Qué onda, si ando de cumple… Y mínimo tomarse unos traguitos… A claro, tampoco seis o siete… Ya ni me acuerdo… Sí po. Demás, se entiende. Además la Vicky no le gusta mucho. En verdad me lo dijo una vez… ¿Te acordai?… Ah, cómo no… Esa vez po, cuando…” dice y replica el cumpleañero a otro paracaidista que ni conoce. Y luego agrega preocupado: “¡¿Qué hago? ¿Qué mieeerda hago?!”.

Victoria aparece de improviso y saluda de beso en la mejilla a Vittorio. El muchacho, sonrojado de verdad, acepta el intrigante regalo. Ella y él se alejan del bullicio para conversar.

Hasta hoy no sabemos qué pasó entre ellos. El grupo de amigos no quiere soltar la firme, y las amigas de Victoria tampoco. Hay una confabulación sobre lo que sucedió esa noche. Pero según la versión del iracundo vecino, Vittorio hizo lo siguiente:

“Ese pendejo reculiado, sin tapujos y vergüenzas, dejó hecha mierda la roja citroneta… Desde mi pieza podía escuchar el rechinar de los amortiguadores. Mequetrefe calentón, no más”.

Y si eso es cierto, como buen amigo y fiel confidente le diría: “Estimado, ahí lo ve. Si se reserva le sale… ¡El entierro papazote!”.

Trascendecia


Un diario de vida yace maltrecho en la vereda. La lluvia nocturna humedece su interior. La dueña es Violeta Parra, como la cantante. Chica de 18 años que añora con ser profesora de Historia de Chile. Ama a su país y todos sus acontecimientos pasados y presentes. Violeta desea que sus alumnos sepan de Ohiggins, Allende, Bachelet y tantos otros. Un sueño profesional que queda disuelto en la calle 11 de septiembre. Un auto ilumina el cuerpo sin aliento de la escolar, mientras un transeúnte recoge el cuaderno mojado y lo guarda en su mochila. Ella, sin pensarlo, será Historia.