Reencontrar



José Tomás camina apurado por la calle para tomar la micro hacia la universidad. Le quedan 20 minutos antes que el profesor cierre la puerta del aula, y no ve su D-08 pasar.

- No de nuevo… Nunca pasa cuando quiero que lo haga… Es mi suerte, lo sé- reconoce apesadumbrado.

Y José Tomás dirige su mirada hacia el paradero de la avenida Bilbao con Tomás Moro para saber si hay gente esperando el transporte público, pues odia esas interminables filas que trajo consigo el Transantiago. La decisión visual rompe su discurso sobre su mala estrella: Victoria aparece, sonríe, y se acerca para saludarlo. José Tomás, impávido, recibe un dulce beso en la mejilla. El joven estudiante no reacciona; observa. La amiga-especial está frente a él, pero decide evitar errores y no hace nada; sólo se muestra con alegría. Demasiada. Ella lo mira con sus ojos brillosos como esperando una respuesta o un comentario pertinente. José Tomás no tiene otro remedio.

-¡Hola! Eh… Pucha, estoy apurado…- son las palabras que puede articular el muchacho.
-Bueno… Entiendo- responde con su característica sonrisa la joven.

Ambos retoman su camino. Victoria se traslada a la “oruga blanca” para hacer un transbordo y llegar a tiempo a su casa de estudios, mientras que José Tomás hace lo mismo al subirse a la D-08. El reencuentro se termina allí. La distancia es cada vez mayor.

- Obvio. Qué tarado. Esa es mi suerte…. O mejor dicho, diría que así soy yo… Siempre- confiesa silencioso José Tomás a lado de un desentendido obrero. El estudiante se queda obervando la silueta lejana de Victoria por la ventana del ruidoso transporte..

La D-08 sigue su recorrido.

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