Decisión 1


Marcela está frente a un espejo y se arregla sus lisos cabellos. Viste una túnica formal negra y un gorro del mismo color que se ocupan para las ceremonias de graduación. Ella se nota tranquila hasta que se escucha la voz de un hombre que la apura constantemente. Marcela trata de ignorar la irritante prisa, pero es inútil. Aquella urgencia gatilla el nerviosismo característico que domina sus actos. Su reflejo muestra la persistencia de la muchacha por morderse las uñas.

-Ya papá… Ya voy- responde algo molesta.

El hombre reitera su presteza.

-¡Por la cresta, viejo!… ¡Ya voy! ¡Espérate un poco!- vuelve a reclamar al mismo tiempo que se mueve de lado a lado, inquieta.

Marcela se detiene para mirarse en el espejo y cierra los ojos.

Una música de baile contemporáneo comienza a sonar y los pies de una bailarina de danza moderna empiezan a moverse por la pieza de Marcela. Ella, se percata de su presencia y la observa. La bailarina muestra su elegante postura y desplante a medida que avanza la canción. Marcela se emociona; sus ojos remarcan una aguada luminosidad tratando de identificar a la danzarina. Sin embargo, la artista no permite mostrar su rostro al esconderlo con el peinado.
Marcela vuelve a mirar al espejo.

El reflejo de la habitación cambia su fondo. Ahora, Marcela ve un gran escritorio con un notebook encendido, donde una oficinista firma papeles sin detenerse. Uno tras otro. Y al terminar el respectivo sello manual a cada hoja, la mujer la bota al suelo. Marcela observa extrañada la escena, porque al igual que con la bailarina no puede descifrar quién es. Pero una vez que contempla y reflexiona, ella lo sabe. Su mirada es diferente a cuando estaba con la bailarina. Misma visión húmeda, distinto sentimiento.

Marcela no sabe qué hacer.

Una persona abre la puerta de la habitación, pero una traba de metal impide el intento, dejándola entreabierta. La poca iluminación del lugar no permite ver el rostro del individuo y, sin embargo, su voz es familiar.

-Date prisa, princesa. Antes que sea demasiado tarde- avisa su padre.

Marcela observa detenidamente su rostro en el espejo. Se nota indecisa. Agacha su cabeza y luego vuelve a mirarse. La chica sonríe y se dirige a la puerta. Cuando Marcela se presta para girar la manilla y salir de la habitación, se puede apreciar que lleva en sus manos las mismas zapatillas que la bailarina, escondidas detrás de su espalda. La puerta se cierra.

La habitación queda con el sonido del notebook prendido. La ropa de la bailarina yace tirada en el suelo alfombrado y, encima del ropaje, una de las hojas firmadas por la oficinista gráfica:

Gracias…

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