Despertar

Agustín abre los ojos. La boca reseca y la jaqueca cervecera irrumpen sin piedad. Gira cabeza y observa. A su lado yace recostada Josefina. Desea enunciar poesías en su nombre, sin embargo, la pérdida de la voz, producto del jolgorio nocturno, impide tal pretensión. El angelical y pasivo estado somnoliente de la joven descontextualiza la fiestera personalidad que ella destaca durante cada crepúsculo. Dos comportamientos que complementan una misma alma: completa belleza. Agustín lo sabe y se queda expectante. No emite sonido alguno y es cuidadoso en sus movimientos. Apreciar esa hermosura es una añoranza de meses atrás, y no quiere perder la inesperada ocasión. Ella duerme y Agustín agradece su despertar. No hay palabras, sólo miradas. Todo está en calma. Agustín respeta y deja descansar. Ella sueña… Y él también.

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