Segundo intento


Han pasado tres semanas y la Minu sigue desconectada. Ya no sé qué hacer. Las horas al lado del computador esperando, mientras veo otras vez la última temporada de Doctor House en Universal, ya no son las mismas. Por más que me reía de las desventuras de House y disfrute sus prácticas curativas para vencer las patologias más extravagantes de la medicina moderna, a lo Sherlock Holmes, no puedo dejar de pensar en ella. En serio. Y no es que sea de esos tipos mamones, o sea mi mamá es mi vida, pero cuando ocupo este adjetivo coloquial me refiero a los macabeos; mejor dicho a los cabros desesperados y pegotes que organizan su vida dejando en un trono inmaculado a sus majestuosas parejas e intocables enamoradas. ¡Por favor, querido cibernautas, no piensen eso! Lo único que sé es que ella me entendía. Era como el amigo piscolero sin piscola. La amiga capaz de tener un apetito parecido al de mío, incluso mayor (sin enojarse Minu), y desear a mitad de la noche su buen burger o su buen helado de mouse de manjar para saborearlo con una buena peli en el cable. Es como si ella pudiera escucharme de verdad aunque le hable con mis cuidadosas tecleadas y monos amarillentos. Debo decirlo: la extraño (demasiado cursi y mamón, pero cierto).

Cuando el grupete de amigos viene de visita solemos hablar de esta amiga virtual. La mayoría de los encuestados me aconseja que vaya a su casa para confesarme a lo Romeo Montesco. Otros, abogan por una rápida y descontrolada noche de lujuria con alguna chiquilla de turno, unas máximas piscolas, y, cuando la resaca te impida razonar al otro día, la borras de MSN. Listo. Así de simple. Ambas soluciones que por el momento tomaría con gusto. Lo malo es que una noche revolví mis impulsos emocionales con los comentarios de aquellos “Buenos Muchachos” y lo pudrí todo. Lean:

Me encontraba a pasos de la casa de La Minu. Eran pasada las una aeme, creo. Y no lo aseguro porque esa fue la hora que posiblemente escuché de la boca del Chunia antes que me dejará botado donde la “innombrable”. Mis amigos le dieron este sobrenombre luego de oír mis discursos piscolísticos sobre enamorarse y encontrar a “la” supuesta alma gemela. De hecho, sentía los ojos hinchados, onda como si hubiera llorado o, aún mejor, si hubiera fumado su cañito. Quizás qué cresta dije o hice para tener las pupilas dilatas... Me sentía aheonado. Un libro abierto de la melancolia más cebollenta nunca antes protagonizada...

-Si sólo tengo veintitrés. ¡Uf! cuántas historias- digo en una reflexión flash e incongruente para el relato. Por lo mismo, volvamos a la historia.

... Más encima no tenía la tarjeta BIP para llegar a mi casa. Qué desastre. Sin embargo, unas ganas de hacer “pis” me apremiaban y no tuve otra opción que marcar mi territorio en el portón de la casa. Una estupidez si lo piensan, pero tenía demasiados enanos verdes golpeando mi cabeza en ese minuto como para meditar en lo que la Minu pensaría. De pronto, de botar líquido por mi amigo masculino decido terminar con el malestra post carrete y descontrolar los esfinteres. Es decir, vomité, y no paré de hacerlo. Fue embarazoso y a la vez gratificante. Ustedes saben, esa sensación de que lo botaste todo, que podrías comerte un Bigmack de aquellos y, sin embargo, tienes un aliento de dragón listo para fusilar a quien tengas en tu camino. Y lo que es peor aún, pasarte la pelicula de ser pillado en pleno acto de explusión de residuos estomacales por el padre de tu novia (no es malo soñar, o no Sensei). Porque pasa.

Y de la oscuridad más profundo, producto mal funcionamiento del alumbrado público, un hombre canoso, con una bata blanca puesta encima de su piyama y una escoba en la mano me dice iracundo:

-¡Y usted joven, ¿qué hace aquí?! No sabe que a esta hora de la noche la gente decente duerme. Acaso usted es imbécil o se hace. Vayase antes que llame a los pacos... Y no vuelva por aquí en su vida. ¿Me entendió?

No podía creer, el futuro suegro me había visto en la situación más bochornosa vivida por un adolescente que desea empezar algo con su hija. No hablé, ni mucho menos me moví. Sólo atiné a correr lo más rápido que pude antes que el “querido señor papá de Minu” me introdujera el palo de escoba en mi virginal recto.

Y así, como anuncié anteriormente, lo pudrí todo.

Está es la cuarta semana que no hablo, veo o escucho a La Minu. El accidente quedó atrás y lo más probable es que evite los tragos con piscos o cualquier otra bebida alcohólica por un largo tiempo: una o dos semanas... Jajaja. Si tampoco fue una intoxicación. Pero bue, ¿qué se va hacer?. Igual intenté, de la peor forma posible, obviamente, cambiar el rumbo de mi incomunicación con la Minu. Tal vez debería aventurarme a retornar a la entrada de su casa haber si el padre me reconoce, y si esto no sucede, me presento a la chica del MSN como hay que hacerlo: “Hola, soy Tomás. ¿Me recuerdas?”. Y apenas ella afirme lo interrogado realizó la estocada besucona en sus prístinos labios; sin resquemores o dudas. A la espera que ella vuelva a conectarse conmmigo más allá de la fibra óptica del Internet. Esperemos que sí.

Din-Don, Din-Don. Así suena el timbre. Veamos que lo que pasa ahora, ¿o no?

No hay comentarios: