Un viaje de a dos

Todos los días Editario Escribano viaja en micro por la ciudad a una hora en la cual siempre encuentra un asiento al lado de la ventana y al fondo de la máquina. A Editario le encanta ver cada detalle de las calles, los semáforos y de las personas que enfoca durante su trayecto. Piensa que a través de su mirada puede corta y pegar acciones capaces de formar su propia ficción dentro de la realidad de todos los días . Observa las cosas con una especialidad cinematográfica que envidiaría un Coppola, un Scorsese o un Woddy Allen. Tanto así que con sus pestañeos perfectamente se podrían montar un digno metraje para algún festival nacional.

Por favor, lean a continuación un extracto de la proyección visual de Editario Escribano en un día normal mientras disfruta de su cinéfilo pasatiempo on the road:

Una joven veinteañera se encuentra parada enfrente mío. Lleva puesto un vestido blanco, de suave y delgada tela, preciso para el sol veraniego que intensifica la temperatura de la micro. Al parecer, estos días de descanso no evitan la aglomeración de personas en el transporte público, produciendo que el abdomen de la muchacha rozara mi rostro. Pestañeó y ahora veo los miles de puntitos que unen el atuendo de la muchacha. Pestañeó de nuevo y veo la tersa mano derecha de la chiquilla con un anillo puesto en su dedo indice y un par de pulseras en su muñeca. Vuelvo a pestañar y el sol me golpea en la cara con más fuerza. La fuerte luz acalorada me molesta la vista, proyectando múltiples destellos que perjudican mi escena 6.

-¡Rayos! Esto pasa por trabajar con iluminación natural. ¿Tan sólo si tuviera presupuesto?- reflexiono en mi cabeza, mientras realizo otro corte para mirar, con un movimiento tilt down (de arriba a abajo) la silueta de la mujercilla. Una decisión guionística que me permite saber el nombre de la normal y sencilla morena gracias al cuaderno que lleva pegado la pecho y apoyado en su mano izquierda; hago un zoom foward para asegurarme. En la tapa está pegada una etiqueta donde se gráfica su nombre: Martina.

- Martina, Martina. Que nombre.... Se llama Martina- digo sinceramente pero sin meditar si estoy hablando o pensando. Lo único que sé es que tengo la mirada puesta en el tumulto de cuerpos humanos que se encuentran en medio de la oruga-móvil, como para pasar desapercibido y que la supuestas Martina, -¡oh no, lo dije de nuevo!-, no me pille (hago un plano general que muestra la masividad de individuos y luego un plano medio a una pareja de adolescentes dándose un tierno beso).

La muchacha empieza a mirarme extrañada. O eso es lo que noto con rápidos planos-ojeadas. Pienso que logró escuchar su nombre.¡Recorcholis! Tal vez fue sólo mi imaginación. Sí, eso fue. Pero ella me pregunta:

- Discupla, ¿pero a ti te conozco? Acabas de decir mi nombre... Sí, Martina, así me llamó.

Narrador con voz en off

Editario no sabe qué decir. La intromisión de Martina lo deja descolocado. Y lo lamentable es que sus pensamientos se hicieron públicos: unos obreros sentados al frente de Editario dan vuelta sus cabezas y lo observan con expectación, a la espera que la pareja pueda cerrar su encuentro con la típica escena romántica de las teleseries mexicanas y que siguen con fervor sus esforzadas esposas. La escena se llena de planos medios y primeros planos entre las caras de los usuarios de la micro, la joven ventiañera y Escribano. Es como una secuencia dominada por una sonora musical de una película de Hitchcock. Sin embargo, el joven universitario logra mantener la calma y se presenta.

-Mi nombre es Editario Escribano. Y bueno, no nos conocemos. Hasta ahora, claro. Supe tu nombre porque la etiqueta de tu cuaderno.

Martina me mira con sorpresa y trato de safarme de la intromisión.

-En serio. Y no te preocupes, no quiero molestarte ni nada por el estilo. Lo que pasa es que derrepente hablo solo... Filo, cosas mías. No me pesquí.

Martina sonríe con cierta ternura y me responde:

- Ya si un es pa’ tanto Escribano... Ese es tu nombre, ¿cierto?
- Sí, mi apellido. O sea me llamo Editario, pero dime como quieras- respondo como esos personajes que ya cayeron por su co-protagonista. Y si no me falla el ojo de director, yo encontré a la mía.

La conversación con Martina iba en avanze: confirmo su nombre después de escuchar el origen del mismo por la necesidad familiar designar con este apelativo a por lo menos una mujer por generación, y si se tiene sólo hombres deben llamarlos por Martín. Aprovecho de darmelas de caballero y cambie de ubicación para que ella se siente y yo viaje parado.

-Lo mínimo que puedo hacer si me está contando cosas personales-, pienso.

En tanto, los dos obreros lujuriosos no paran de importunar con sus vueltas de cabeza y reojos descarado al esculpido escote de Martina. Podría suceder una escena de pelea que costaría probablmente más que mi presupuesto (un pago picante por esclavizadas horas de trabajo en un video club de barrio); además que no tengo seguro médico. Por eso prefiero evitar sálidas en el guión y mantener la calma.

El tiempo pasa y hay que seguir rodando. Sin embargo, el maldito productor ejecutivo llamado Presentimiento me indica que debo llegar clímax: el momento más álgido de la película donde se produce una concatenación dramática (lenguaje de estudiante de Dramaturgia) hasta explosión emocial de acciones que dirigen al desenlace, antes que todo se vaya a negro y comiencen a salir los créditos. Justo cuando ambos, eso creo, sentiamos esas ganas de conocernos físicamente hablando e interacturar nuestros pómulos, labios y lenguas en un baile erótico para espectadores mayores de 13 años. Y creo que sucede porque mis ojos-cámaras hacen un paneo de arriba a abajo por la ventana y observo una estación de Metro. Martina me dice con la mirada media arrepentida:

-Esta es mi parada. Debo tomar el Metro, sino no llegó a mi casa.

Marina se para rápidamente, toca el timbre en la puerta que permite la bajada de la micro y se da vuelta para darme esa imagen, en plano medio, de un infortunado adiós...

Se supondría que todo héroe o hombre enamorado -da lo mismo la designación característica del protagonista a estas alturas- debería ir y evitar el sálida de la mujer con el objetivo de lograr ese repetido, pero siempre gratificante final feliz. Sin embargo, como director y guionista de esta historia tengo que confirmar una secuela, o mejor dicho, una segunda parte; sin importar lo fatal que son estas realizaciones producto de sus fines netamente comerciales; en lo cual este metraje de “encuentro” no desea convertirse. Al carajo las ganancias del productor ejectivo y sus consejos desde el inconsciente.

Para mí Un viaje de a dos (nombre de esta primera cinta) será una apuesta creativa llena de futuras citas amorosas. Lo puedo apostar por el cuaderno que tengo en la mano con la dirección, teléfono y mail de la Martina; además del mensaje que me escribió mientras la magia del cine-realidad y mi mirada puesta en su bello rostro despistaban la fugaz escritura de la veinteañera.
El recado decía:

-“Me sentí como en la peli Eterno resplando de una mente sin recuerdo de Michel Gondry, ¿la viste? Bueno, ojalá podamos reencontrarnos... Besos... Martina”.

Y sin que yo mismo lo entienda, comienzo a visualizar un plano abierto de la micro mientras sigue su recorrido por la calle Alameda en direccción a la plaza de Armas. Es como si mis ojos ya no fuera parte de mí y se transformaran en un lente de tal magnitud que logrará proyectar un bello atardecer estival, compuesto por un frondoso cerro Santa Lucía y un anaranjado cielo despejado que sólo la imaginación y la cinematografía pueden crear.


Comienzan los créditos

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