Difuntos


El Cementario General se encuentra vació. Sólo antiguas almas en purgatorio transitan invisibles por el lugar. Personajes de la política, el espectáculo, la vida social o comunes y corrientes ciudadanos que por alguna razón no han deseado terminar sus cometidos en la tierra de los vivos y sigue ahí, acompañando al viento con cada impluso, con cada respiro para menear las copas de los arboles y ventilar las tristezas de los visitantes-parientes. Espíritus olvidados por la memoria colectiva que reposan su in-existencia en diversas lápidas de concreto y logran conservarse en ataudes de diferente grosor y madera, todo gracias al paquete de oferta que justificó algún sepultero de turno. Esa es su casa, ese es su hogar; el C.G. su habitat inmortal.

En este sitio, humanos que respiran y sienten buscan respuestas por los fallecimientos. Se pregunta por un culpable o un por qué. Son víctimas o victimarios de vidas que ya no están entre ellos. Para los vivientes, la muerte y sus habitantes son de otro mundo, de uno donde no hay comunicación emisor-receptor, sólo existe una evocación de recuerdos para el receptor enterrado bajo tierra y una exprersiva emocionalidad del emisor solitario. Un espacio post-life que obliga a conversar con letreros de concreto en los cuales se nombra a la persona no-viva. La locura por hablar con objetos inanimados es la sanidad misma, pues se sabe que dentro de esos santuarios póstumos hay un alma en descanso dispuesta a compartir una infinidad de cosas: los problemas amorosos, las angustias existenciales, las felicidades familiares y las alegrías vocacionales que se tengan. Para los muertos, el título de sicólogo les vendría de perilla, sólo les faltaría tener el sofá rojo al lado de su tumba y listo: actividad laboral después de vivo. Mucho mejor que el fantasma a domicilio, el “penero” de campo o ser empleado de una casa de brujas en un parque de diversiones. Aunque la consecuencia con este tipo de laburo es que ya no se les recuerde como muertos, sino como amigos silenciosos que saben escuchar; en vez de pariente fallecido pasará a convertirse en confesionario no-humano. Un cambio de roles que, por bueno o malo que sea, puede llegar a suceder

El cementerio ya no es un lugar de completa reflexión. Más bien se ha convertido en un locutorio público de historias que deberían desenterrarse de su oscura existencia. Relatos y narraciones polvorientas que necesitan de un móvil viviente para publicarlas a la comunidad: un cuenta-cuento, un historiador, algún escritores o comunicador que tenga la valentia de enfrentarse a la muerte y pedirle permiso para menoscabar entre sus correligionarios aquellas personales e íntimas historias. Algo más que un obituario o un slogan de lápida. Algo que diga más o menos así:

“A Tomás Véliz Bustamente no le faltaron amigos, familiares, mujeres (eso dicen sus más fieles amigos) o dinero. Pudo realizarse como guionista tal como él quería. Hizo múltiples cortometrajes, series de TV y un par de películas bajo la guardia de sus grandes colaboradores: “El argentino” Del Brutto, el “Trapeto” Alliende y el “Licenciado” Araos. Dejó bajo el cuidado de su bella esposa, Victoria, a sus hijos Diego, Tomás Ignacio Jr, y Valentina. Supo vivir la bohemia respectiva y la tranquilidad hogareña al más puro estilo velizario: “cada día tiene su afán”. Logró realizar las más fuertes...”

Y seguiría de esa manera hasta saber nuevas cosas, “nuevos datos”, -como dice un profesor de periodismo-, de éste y otros chilenos o extranjeros. Diferentes humanos que pasaron por este Cementerio General sin percatarse de su existencia... Tan sólo por no ser interesantes para unos pocos, pero que son muy queridos para muchos emisores-visitantes que cada día, cada semana o cada mes dejan un espacio de su agenda rutinaria para acompañarlos en esa muerte-estadía en aquel garden of stone (jardín de piedra).

Es momento de recordar y de escribir...

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