Gastón peladea con fuerza su bicicleta. Sólo piensa en llegar a su casa, nada más. Las piernas se endurecen por el esfuerzo. La vista gira en 180 grados de lado a lado. Gastón busca a alguien, a algo, pero no lo encuentra. Tampoco quiere hacerlo. Sólo le importa pedalear. Salir de ahí... Desea avanzar a la mayor velocidad humana posible antes que sea demasiado tarde. Las oscuras calles le impiden maniobrar con exactitud y el olvido de sus lentes ópticos hace que su visión pierda eficacia. Temor siente. Sudor sale por sus poros y se impregna en sus ropas. Un ahogo lo atrapa. Observa su reloj de mano y sigue pedaleando.
Dios santo, ayúdame a llegar.
Un grupo de personas vestidos de negro se acercan a él o Gastón se acerca a ellos. Cada vez más rápido. El encuentro se hace imparable. Gastón quiere detenerse y, sin embargo, sus piernas no creen lo mismo. Tienen vida propia. Son extremidades vivientes que percatan el peligro que se avecina, y él siguen adelante. Sus músculos se contraen cada vez más y sus fuerzas sobresalen del límite de su supuesto dueño. Gastón cierra los ojos en el momento del choque. No quiere ser testigo de su posible final.
¡Mieeeeeeeeeeeeerdaaaaaaaaaaaaaaa!
Gastón abre los ojos. Los individuos de negro ya no están ahí, y sigue pedaleando. El susto lo envuelve en dudas que no sabe si tendrán respuesta, en interrogantes que no visualiza solución.
Mejor pedalea. Sí, mejor sigue. ¡Vamos todavía!
Gastón se percata nuevamente de la hora en su reloj.
El camino comienza a acabarse. Gastón se da cuenta que está a minutos de su casa. Ya está a salvo, seguro, con vida aún. O por lo menos por esta noche. El peladeo es más lento. Las fuerzas decaen y sus extremidades vuelven a ser comandadas por su sistema nervioso. Ahora depende absolutamente de su voluntad para llegar a su hogar. O eso es lo que pensaba.
No papá. No por favor. Ya aprendí. Te juro que aprendí... Eso espero.
De repente, el cuerpo de Gastón truena fuertemente y comienza a elevarse. Su humanidad es como un globo de helio recién inflado. La libertad de volar es única y la aprovecha. Abre los brazos y disfruta el momento. Ve el auto magullado de su padre y la bicicleta destrozada por la colición con el vehículo. El progenitor se encuentra inconciente en el asiento del piloto. Gastón ya no tiene miedo. No hay susto que arrope su existencia. Gastón está pleno, sereno, calmo... Dejó sus temores atrás y llegó donde quería llegar.
Ya aprendí... Sólo pido comprensión.
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