Dejar bien puesto el apellido

Llovía a cantaros. Los gotones de agua rebotaban en el tejado con fuerza y sin premura a querer detenerse. Dentro de la casa, Federico Malasuerte bebía y bebía piscolas en compañía de amigos, minitas, y amigas del verano. Las melodías regetoneras, cumbieras y uno que otro sound track de película sonaban intensamente en la radio FM. La fiesta acaloraba el frío inesperado que acaecía en esa noche de marzo.

-Parece que estoy salvado- comentó casi rezando (aun cuando Federico no es católico ni menos religioso) mientras una bella chiquilla le comentaba sus actividades fuera de las aulas universitarias.

-Sí, hoy es mi noche- sentenció así mismo Malasuerte apenas sintió la conexión: aquella coqueta ingeniera tomó su mano y, según su experiencia en el carrete nocturno, iba a darle un beso… Lo tenía más qué claro.

Y se abrió la puerta de vidrio del living.

- ¡Mierda! No otra vez Fede, ¡por Dios Padre!

La sorpresiva intromisión dejó boquiabierto al muchacho.

- ¡Mamá! ¡Papá!

El padre de Malasuerte no lo dejó ni respirar.

- ¡Federico Manuel Malasuerte De Las Mercedes! Por favor, quiero que saques a todos estos amigotes de “mi” casa y órdenes toda esta mierda que dejaste.

Padre y madre suben las escaleras en dirección a su pieza, para luego dar su respectivo portazo.

La chiquilla que acompañaba a Federico se preocupó porque éste tenía su mano apresada. Él la miró complicada y la soltó. Malasuerte quería su escena de teleserie barata, pero no pudo. Y todo se paralizó: la música dejó de escucharse, los presentes perdieron el habla y la facultad de moverse. No había comentario o broma que quebrará la frialdad del momento. La fiesta se había acabado.

1 comentario:

El Eternauta dijo...

¿QuiÉn es realmente Federico Malasuerte?