Destino

Esta playstoria es de Felipe Silva, determinante comunicador embalsamado en estudiante de agronomía, quien nos relata una particular vivencia acerca de un periplo vegetal-animal-humano en la búsqueda de lo más preciado: "el amor de otro".



La tierra grisácea y rojo purpúrea, fue abriendo sus entrañas entre medio de estalactitas de jade verde y bosques de Olivillo y Arrayán. Mi cuerpo se movía por causa de un fin mayor al que acometía mis pensamientos. Me movía de forma indolora, pero eso era solo por causa de la anestesia de mi dolor interno.

No hay espacio en estas letras, para describir la belleza de este lugar, que lo único que logra, es preguntarme y acordarme de ti a cada instante.

Caminé hasta que llegué a una playa indómita, que cobijaba la más inmensa y hermosa gama de plantas y animales. Esto, en un paisaje que, de forma fotográfica, podría haberse confundido con un paisaje brasileño o centroamericano. Digo fotográficamente, por el hecho de que el clima era muy distinto. Vientos incansables y temperaturas tenues, que con el viento se acentuaban a frías.

Las nubes se movían y cambiaban de forma tan rápidamente, como un niño después de jugar una pichanga, devora los granos de un dulce y jugoso racimo de uvas.

El espectáculo que presentaban las aves en el cielo, tenía la capacidad de dejar mi mente en blanco, por escasos segundos.

En el escenario de la playa, podía verse ésta, bien custodiada por imponentes y grandes cerros, que cuidaban la bahía de grandes mareas. Sobre su superficie, podía apreciarse una especie de vómito, entre bellas ramas de diferentes tonalidades y troncos de diversas formas. Mostraba una majestuosidad infinita. Además, el encuentro con el mar, era en forma de farellones y acantilados, rasgados por grietas entre la roca. Farellones, los cuales también estaban insertos en el mar, en forma de islotes, como verdaderos vigías de la bahía.

Me detuve, respiré profundamente y le di un largo vistazo a la bahía, por varios minutos.

Me llamó mucho la atención una gran torre, tejida al azar por vetas de diferentes minerales y acuchillada con grietas; En su cúspide, poseía una capa vegetal, no menor, en la que se albergaba un anaranjado y brillante bosque de Arrayanes, abarrotado de las más blancas, copulares y fragantes flores. Se podía sentir su olor, desde donde yo me encontraba, mezclado con el tenue olor y sabor de la sal del mar.

Se observaban grupos de diminutos Colibríes y Martín Pescador arrebolados de gracia. Y en los faldeos de la torre centinela: un istmo, creado por un banco de arena, que conectaba la hermosa bahía; En él, justo en el bordemar, un grupo de pingüinos se encontraba descansando.

De un momento a otro, arremetí, decidí escalarlo y llegar a una especie de altar de roca, el cuál sobresalía sobre el bosque. Era un lugar perfecto para apreciar el mar en plenitud y ver la forma de sacarme este dolor del pecho.

Caminé por el istmo, que estaba levemente invadido por la marea, mojándome los tobillos y el pantalón. Luego, ataque la catedral de piedra, tomándome del pasamanos, que formaban las tupidas enredaderas alrededor de la roca. Atravesé parte del aromático bosque, hasta que por fin pude llegar a la mesa de piedra, que se elevaba desafiante, sobre el farellón.

Escudriñé aquella vista en todas las direcciones posibles; Buscaba respuestas…

Durante un largo rato y, acometido por un fuerte viento, me quedé mirando fijo el horizonte, principalmente el mar y todos los reflejos que expelía…

Sin darme cuenta, fui poco a poco perdiendo la noción de lo que pasaba a mi alrededor, luego perdí toda orientación en el tiempo y espacio. Teniendo solo por escasos momentos la sensación de lo que me sucedía.

Ocurrieron varias cosas, de lo más horribles y extravagantes. Mi cuerpo comenzaba a descascararse y endurecerse, cambiaban las fibras y los tejidos… Perdía cada vez más, la capacidad de realizar cualquier tipo de movimiento; Hasta que tuve que desistir, dado que aparecían extrañas fracturas expuestas, por las que no brotaba sangre alguna, y no había putrefacción a medida que el tiempo pasaba.

Mi estado de conciencia todavía se mantenía alterado y lo único que poseía, eran mis sentidos que funcionaban escasamente.

Lentamente fui recobrando mis sentidos por completo y luego mi consciencia. Hasta que llegó un instante, en el que pude sentir y vislumbrar imágenes de mi cuerpo.

Percibí, que una especie de enredaderas, se habían apoderado de mis pies y estos, mantenían un grado de rigidez fuera de lo común, es como si todos los tejidos de ambas piernas, se hubiesen transformado en firmes huesos. Fue lo primero que pude observar.

Mi piel estaba por completo descascarada, seca y musgosa; Pensé que lo peor había ocurrido, como me temía, la podredumbre habría sido brutal sobre mí, incluso algunos insectos deambulaban indecisos sobre mi dura y resquebrajada piel.

Había ya perdido cualquier resquicio de figura humana. De mi cabeza, en obturaciones aparecían corpulentos huesos que se elevaban, al igual que mis brazos y rehuían cualquier orden de movimiento. Solo el viento producía un leve vaivén en mí.

Y la verdad es que esto fue lo único que logré vislumbrar y sentir, dado que mis dos ojos, o lo que quedaba de ellos, se encontraban incrustados en mi cuerpo, en una especie de oscuras y profundas hendiduras.

De pronto, se acercó un pájaro; Y mientras acercaba su pico a mi ojo, pensé que comenzaba recién el fin de mi tortura. Me sacaría el ojo y otros insectos terminarían de devorarme.

Para mi sorpresa y revelación, este pájaro, que no tenía parecido con algún ave rapaz, tomó con su pico un insecto, que yo sin darme cuenta, caminaba centímetros arriba de mi ojo.

La claridad y el miedo fueron del todo profundos, como mil dagas atravesándome. Era un hecho… Mi futuro sería estar condenado a la inmovilidad de por vida, a la incomunicación e insensibilidad; Entre otras cosas, quizás peores que la muerte. Me había transformado, paulatinamente, en un árbol.

La estaticidad física, se volvió profundamente mental. No había respuestas que buscar, no existían… Luego de dos días, de haberme situado en un estado de shock e histeria reprimida, comenzaron a acontecer destellos de brillante lucidez.

Me di cuenta de diferencias esenciales, entre mis cohabitantes y yo. Diferencias que me llevarían mucho más allá, de mi patética y auto compadecida existencia.

Como la ventaja más importante de todas, yo podía pensar y el tiempo no pasaría en vano para mí, es más me sería de gran utilidad para salvarme. Al poder pensar, podía tomar desiciones y manejar ciertas cosas de mí, que ya las habrían querido mis congéneres hace milenios.

Así que comencé a tratar con ciertas cosas sobre mí, a partir de las experiencias, en las que había pensado, tenía la capacidad de elegir. Hice un trazado, de las cualidades, en las que podía “elegir” un ser de mi especie.

Los árboles no podían moverse para nada, pero descubrí que esa era una falacia aberrante; Los árboles se mueven, pueden crecer en la dirección donde se encuentren luz, nutrientes, agua, etc. Qué pasaría si en vez de eso, el árbol pudiese elegir hacía donde crecer.

Me concentré de forma chamánica y comencé a crecer hacía arriba, sentía como todas mis fuentes de energía, estimulaban mi crecimiento en altura. Era como si todo mi cuerpo, se estuviese desarticulando, en pos de esa función. Después de algún tiempo, me elevé sobre la copa de los árboles y pude ver donde me encontraba.

Después de pensar ávidamente unos segundos, tomé rápidamente mi decisión, no podía perder más tiempo. Elegí comenzar a crecer en forma lateral, como una cañería que sube y se tuerce, avanzando en posición horizontal. Tenía que crecer mucho hacía afuera del farellón, para poder desenterrarme haciendo contrapeso con mi propio tronco, y así caer al mar.

Esta vez la concentración pude dominarla totalmente, mi cuerpo funcionaba como toda una biosfera, haciendo una evolución de millones de años solo en minutos.

Mi maquinaría cerebral dejo de funcionar, en cuanto la tarea se había cumplido. Se desenterraron mis raíces, haciendo un leve estruendo, quedando suspendido solo de algunas, tambaleándome sobre el precipicio. El viento de aquel lugar hizo su parte, caí decenas de metros, hasta que abracé el agua zambulléndome y creando una nube chispeante a mi alrededor.

La corriente de la pequeña bahía, me movió en círculos por todos lados, llevándome a pasear por sus farellones centinelas y sus islotes. Por un momento, pasó por mi mente el peligro de mi muerte, dada mi condición. No me importó en absoluto. La muerte era un beso sangriento que podía resistir, riéndome de ella. Además en esos términos, no era negocio llevarme a habitar a su casa.

Encallé en unas rocas sobre el mar, donde me movían unas olas, dejando cada vez mi tronco más desnudo de corteza y hojas. Me di cuenta que necesitaba vivir y justo en ese momento en la roca, sentí mi corazón como magma volcánico vivo. Todas las preguntas se redujeron a una sola respuesta.

De pronto, en la explosión ferviente de mi alma, cientos de moluscos comenzaron a posarse sobre mí, poco a poco comenzaron a moldear mi cuerpo, el alma del mar me había sentido… Se retiraron los moluscos y una gran ola me sacó de las rocas y me llevó a lo profundo, sentí electricidad sobre todo mi cuerpo.

Me comencé a mover y sentir cosas nuevas ¡Era un pez! Me movía con gran velocidad en el fondo marino. Decidí subir a la superficie velozmente y de un gran salto tratar de verme reflejado en el agua de mar. ¡Me vi! ¡Me pude ver! ¡Gracias a Dios! Era un delfín.

Mientras nadaba en dirección hacia el norte, mis sentimientos me llevaban como la corriente de un maremoto. Solo estabas tú…

Me guiaba con sonidos, no siempre llevaba los ojos abiertos y pensaba cada vez más en aumentar mi velocidad. Pude percibir el paso del tiempo, solo por los leves aumentos y bajas de luminosidad. El agua del mar surcaba mi rostro, como si estuviese cayendo al vacío, a cientos de metros de altura.

Se aceleraron mis palpitaciones y mi cuerpo tenía un gran hormigueo sobre él. Salí rápidamente del agua dando grandes saltos, a lo que se unieron una veintena de delfines como yo.

Vi una playa en la orilla, me acerque fugazmente; si mis ojos hubiesen llorado, habría hecho desparecer la playa por completo. Caminabas por la playa, vestida de blanco, con tu pelo precioso y tus bellísimos ojos, como estrellas fulgurantes.

Me dirigí salvajemente a la orilla, atravesé las olas, como si hubiese decidido abrir el Mar Rojo. Di un salto y quede varado en la arena tratando de gritar, mientras el resto de los delfines se encontraban cantando y saltando muy cerca de mío.

Me viste en la orilla y corriste hacía mi, estaba llorando, de mis ojos salían largas lágrimas. Me acariciaste…

Sentí que agonizaba… Mi cuerpo temblaba… Cerré mis ojos, mientras un inmenso frío se apoderaba de mí… Y sobrevino la oscuridad…

Abrí los ojos, sentí tus brazos estrechándome, tu pelo y tu hermoso aroma… Había vuelto a ser hombre…

Los delfines seguían cantando y sentía el olor y la suave brisa del mar jugando con tu pelo, mientras el sol iluminaba tu hermoso rostro…

Te besé… Y el infinito se hizo eterno…

Dedicado con todo mi amor a Constanza Barrientos Lalanne

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