Y decisión 3

Marcela ya no baila; la salud no la acompaña. El parkinson endurece todas sus extremidades y sus pies ya no gravitan danzantes. Ahora, es la memoria y su acción retrospectiva la única actividad muscular que realmente controla. Ella todavía recuerda cada postura y cada paso de un arte que realizaba, pero que en el presente sólo imagina.

La muchacha que una vez dudó en tomar la famosa pastilla o seguir con su maternidad, nunca se recuperó del todo. La naturaleza decidió ser dura con ella y esperó hasta los cuarenta para que el milagro de la vida tocara su útero. Federico se llama el primogénito y solitario sucesor de su sangre. Marcela lo bautizó así porque creía que era lo correcto. Algo de su ex novio había muerto y ella quería que estuviera una segunda oportunidad. Sin embargo, el padre de Federico no expresó molestia alguna por la elección del nombre, pues no se presentó al parto ni menos a la crianza del muchacho. Marcela fue madre soltera hasta que Federico voló a probar suerte al extranjero: nunca volvió. Ahora, sólo paga la clínica donde se encuentra su madre y manda cartas, una o dos veces por mes. Marcela lo extraña, pero entiende. Ella sabe que él la ama, pero a la distancia. Mientras, sólo imagina.

Mamá:

Espérame, que viajo el para la celebración de Año Nuevo a Chile.
Mantente firme.

Nos vemos, Fede.

Marcela guarda la escueta carta en el velador al lado de su cama y se queda recostada pensando en la venida de su hijo.

La iluminación del sol veraniego efectúa su habitual trayecto por la habitación del hospital hasta que el juego de la Escondida termina por dar paso a la noche. Días tras días hasta el 31 de de diciembre. Y el parkinson de la anciana avanza y avanza, al igual que la espera. Marcela duda de su hijo y a la vez desea creer en su visita. Quiere verlo, abrazarlo; acariciar su presencia aunque sea con el habla; conversar y platicar de todo. Pero a veces le duele la ausencia, y las lágrimas son una expresión de desahogo, una manera de liberar las dolencias con la necesidad de una sorpresa…

-No se preocupe Marcelita, su niño va a llegar cuando menos se lo espere- vaticinó la enfermera María Jesús luego de darle un regalo de navidad, por parte de un grupo social que visita el hospital en estas fechas.

Y esa sorpresa aún no sucede.

Se escucha el fuerte conteo de los últimos segundos del presente año que realiza el equipo del hospital. Enfermeras, doctores y camilleros celebran con expectación la particular cuenta regresiva. En tanto, Marcela descansa en su cama mientras un pedazo de pastel yace en el velador, junto a un teléfono. Ella persiste en que Federico llamará…

-…Eso espero. O en verdad, eso quiero- confesaba hace unas horas a la querida María Jesús.

Pero después de escuchar los gritos de las personas, mientras celebran un nuevo comienzo, el deseo de un reencuentro pierde fuerza, quedando débil e indefenso.

Marcela prefiere no oír la felicidad de otros y cierra sus ojos. Su respiración es sincopada y constante. La maquina conectada a su cuerpo, y que registra los latidos del corazón, conserva el bip, bip, bip…regular.


La anciana duerme; el sueño la transporta a otro estado donde puede recordar; un lugar que le permite danzar feliz mientras su hijo la observa de cerca, con seguridad de su presencia. Ella se siente amada. Ella ve a su hijo y añora su realidad.

Marcela descansa, somnolienta. Y del silencio de la habitación se oye el sonido repiqueteado del teléfono.

-¿Será Fede, mi querido Fede?- balbucea Marcela concentrada en otro de sus sueños.

María Jesús mira a la señora reposar y deja que el teléfono siga sonando. Esperando una decisión.


Federico está detrás de la enfermera y tiene el celular prendido en su mano, totalmente emocionado.

1 comentario:

natifran dijo...

parte de la realidad de muchas mujeres...que dificil es ser madre...se da tanto y se recibe poco... no soy madre, pero lo veo en la mía-