Entrañables

Miro a Santiago y no me detengo. Puedo pasar horas sentado en la banca de la plaza mientras el pequeño juega fútbol con sus amigos. Con 5 años ya lee fábulas de animales y particulares playstorias, trata de escribir más que dibujar, y pregunta sobre todo lo que le rodea. Es una esponja sedienta conocimiento, pero siempre con el juego de por medio. Ilumina la misma alegría superlativa y amor eterno que su fallecida madre, mi chica… Amanda. Ella desaprecio por un fortuito acontecimiento. La culpa me carcome y Santiago interroga.

-¿Por qué papá? ¿Por qué?-articula el pequeño cada cierto tiempo. El mismo que me falta para obtener una comprensible respuesta.

Prefiero callar. Y por suerte, o por la inocencia infantil, Santiago vuelve a lo suyo. La niñez es desconcertante en estos casos. Puede ser muy directa a ratos, mientras que en otros deja todo a un lado por un helado o un permiso para salir a jugar. No sabes qué esperar. Te quedas expectante hasta que enuncien algo. La sorpresa es constante en el mundo paternal, tanto, que siempre estás al límite. En la máxima emocionalidad. Sobre todo cuando sabes que acabará. Cuando lo incierto toca la puerta de tu hogar y realiza una inesperada visita. Cae de las escaleras y muestra la fotografía progenitora ensangrentada. El pulso se detiene, el corazón se contrae y el miedo lo inunda todo. El frío gobierna la habitación. Y estoy parado frente a él. Cierro los ojos. Me siento húmedo por dentro, y agua salada cae en mis labios. Saboreo amargo. Respiro hondo y observo.

Ahora sólo recuerdo. La memoria es mi fiel acompañante para el porvenir. Cada día batallo con el olvido para que no se salga con la suya y cumpla su cometido. Visito parques, eventos deportivos, compro libros infantiles. No me detengo. No quiero. No puedo. Los evoco para no sentir soledad; detengo la mirada en fotografía de bellos momentos para asegurarme que existieron, y en las noches estrelladas del verano busco aquella luminosa que Amanda siempre señalaba. La inigualable y única. Tal como ella y como Santiago. Dos almas en paz y bajo tierra. Cubiertos por el mismo pastizal por cual camino lentamente en compañía de otros inmortales, observando sus sitiales de piedra pulida hasta perderme… Hasta encontrarme de nuevo y sentirlos en mis abrazos. ¿Será posible?

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