El vuelo



Tranquilidad. Esa es la palabra que Gustavo piensa cada vez que se conecta a MSN y ve el icono particular con el seudónimo de ella. Ya no espera que un mensaje de voz, una carita redonda o un escrito. La comunicación virtual se quedó atrás. Ahora, sólo observa y olvida. Es mejor. Algo perturbador a ratos, pero a la vez tranquilizador. Al fin y al cabo.

Gustavo la recuerda como una mujer en cuerpo de niña. Una inocente belleza con temperamento de adulta, con enojo de diabla y sonrisa de ángel. Una complexión interesante. Conocerla se transformaba en un viaje emocional en donde no sabías qué esperar. Rabia y alegría, remordimiento y seguridad, pesadez y comodidad, entre otras sensaciones terminaban por concatenarse en esta pequeña-gran personalidad. Alicientes cautivadores que embelesaban la visión hormonal hasta un estado afectivo mayor, un punto donde su cuerpo curvilíneo y albo ya no era la cumbre de su ser, sino un ápice del mismo. Gustavo sintió eso y más.

Sin embargo, los meses pasaron y la causa se perdió en el viento estival. El sol veraniego terminó por quemar el último recuerdo de aquella fresca primavera. Aun cuando Gustavo, en la embriaguez de la luna, pidiera su prospero retorno. Una petición que hace en silencio, vociferando dentro del alma. No articular palabras es su mejor resultado, pues deja que las cosas sucedan. La vida resuelve todo al final. Y con el tiempo como pareja de baile determinan el camino a seguir. Gustavo lo observa. Ella abrió las alas a otros parajes y siente que él debe hacer lo mismo. Encumbrar vuelo por la ciudad de cemento en busca de otra musa. O mejor dicho, planear sin búsqueda alguna. Solo sentir el aire en el cuerpo hasta que el destino nos detenga otra vez. El momento preciso. La plaza elegida. La fuente refrescante donde ella se pose a beber seductoramente la cebada helada y abrace a Gustavo, como tanto añora… Con amor.

Gustavo está desconectado.

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