Goodbye Jimi

Hendrix es un perro con estilo: camina, come y coge con estilo. ¡Yeah! Una especie de Eddie Vedder ebrio, en sus mejores tiempos durante los noventa. O tan intoxicado como el gran Crhis Cornell, con todo su mosarron granchero. Sí, un dog con onda, con “pachora rockera”, ¿o no Chaiko? Un semental perruno de los pocos que existen en el puerto de Valparaiso. Hendrix vive de restos de mcpalta o mcpapas que encuentra en los basurales, con sabor extra a sal marina, y polula por los bares de la plaza Prat en busca de la mejor y, claro, la más rancia cerveza. “¡De-li-sio-so! ¡Oooh, seee!”, diría el can si hablara, si tan sólo existiera...

Es verdad, Hendrix está muerto. Una noticia que obtuve luego de investigar -al recorrer con mis cuarto patas- los traseros y ocicos de toda la población perruna del maldito puerto de la quinta región. Un maldito borracho humano lo pateó hasta que Hendrix no pudierar ladrar otra nota. La razón del humanoide para lastimar al excéntrico callejero, no fue otra cosa que iniciar un pequeño incendio en la casa-cartonera del homles. Nada más. Claro, ustedes pueden opinar que el acto de Hendrix estuvo mal, sin embargo, él debía respetar su reputación pirómana. Cómo creen que logró esa gran performance en plena salida del Buenos Muchachos, cuando un individuo estaba jugando a lanzar fuego con su boca mientras tocaba la guitarra. No sé si quería ser un payaso y un cantante profesional a la vez, pero ambas actuaciones eran paupérrimas. El rockero-can notó la mugre de las melodías y decidió hacerle un favor a los presentes (sí, es verdad, había un grupo del “futuro de Chile” viendo el penoso show): atacó al supuesto artista y logró que éste mismo terminará por quemar su instrumento musical; una llamarada que permitió danzar a Hendrix con vueltas y vueltas tratando de encontrar su cola. En tanto, el local enfrente de la escena tocaban la canción Baby, light my fire. Todo el mundo tenía los ojos rojos, desorbitados por lo sucedido. Y ¡Como todo un Woodstock. Yeaah! Fue el grito con flatulencia que un gordito argentino sentenció para cerrar aquel momento épico.

Hendrix fue, es y será un perro que nunca se podrá olvidar, por lo menos para mí.

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