La pérdida

La espere hasta las doce...

Con vaso en mano y cara carmesí experimentaba aquella sensación embriagante que me recorría todo el cuerpo. Estaba prácticamente anestesiado. No sentía las caricias de la chiquilla de turno. Las piscolas pasaban, una a una, por la garganta hasta llegar a un hígado cien por ciento colesterolizado. Nada que hacer.

–Hay que seguir bebiendo no más- alude fuertemente el Fede desde un rincón de la casa, en donde se realizaba la fiesta. Por mi parte, sólo asentía con la cabeza los dichos de mi compañero ya que la pelo liso “en teoría” no me soltaba ni por si acaso.

Y pensaba: “Así es. El Fede, mi amigo fiel, mi perro era el organizador de evento. Lo que pasa es que ese día era mi cumpleaños. Los 23. Toda una eternidad, en verdad. No obstante, me mantengo física y mentalmente en los 18. Claro, hay que aparentar para no ponerse cascarrabias tan rápido, digo yo. Como que a esta edad uno debería vestirse más formal y prepararse para entregar la tesis y hacer el examen de título. Caso que no es el mío Estoy en cuarto de Periodismo y, sin embargo, preferería estudiar un carrera audioviual: escribir, pero con las imágenes. La narrativa del encuadre y no el encuadramiento de la información. Filo, esa noche tenía como objetivo esperar a Ella, la cabra. Esa mina que te mueve el piso... No sé. Bueno, sigamos con la historia mejor”.

Y mientras la desconocida damisela ahora trataba de tocarme por todos lados (lo cual me excitaba mucho, ya que el nivel etílico disminuyó considerablemente producto a la recién conversación con el inconsciente y mi líbido volvía a renacer), sigo mirando la puerta que da a la calle. Traspaso la sólida estructura de madera y me imaginó a Ella. El tocadiscos del Argentino pincha un tema de Radiohead: Paranoid Android (Androide paranoico). Rayos, ¿por qué no aparece?. Sigo empinando el vaso como en el colegio. La supuesta Camila (así la llamaba una amiga a esta lujuriosa cabra, practicamente desesperada antes que yo cometiera una violación pública, aunque la negación nunca había salido de su leporina boca) estaba montada sobre mí. Iba a explotar, y no por lo que ustedes podrían pensar. ¡Por favor! Un poco de respeto. Sino que esta cabra tenía sus kilitos de más. En serio, si podía verse como ese rollito (-mata pasiones- decía el Fede en conversación chelistícas) sobresalía de su peto azulino. Ya veía que la pared en donde estabamos apoyados iba a ceder y hasta allí llegaba la “tiraha”. Onda: Muerto por calentura con sobrepeso dirían los diarios al día siguiente. Sin embargo, ¡que delantera papá! Hay que decirlo.

Y el timbre sonó. Y no dejó de sonar durante minutos, decenas de segundos que eran sempiternos. Mis amigos no lo escuchaban porque aullaban por la casería fémina. La Camila se mantenía apenas en mis brazos, se encontraba casi inconsciente. Estaba avergonzado, pero de mí y no de ella. Tenía miedo. Estaba cansado de aparentar. ¡Qué pasaba si era Ella la persona que toca el timbre? Y seguía webiando ese maldito rin-rin. El cual se mezclaba con la excitación de la posible Camila: ¡Haaay, haaay! No quería que ella me viera. No así. Le prometí todo: lealtad, fidelidad, amor. Soy asqueroso. ¿Qué mierda voy hacer?

Pasaron la horas. La música ya no se escuchaba, sólo los pajaritos cantaban a un próximo amanecer. Estaba en la pieza del Fede mientras que él descansaba en el sofá de la sala. La Camila se encontraba media desnuda al lado mío. Un preservativo usado había sido tirado al basurero cerca de la cama. Al estar un poco más lúcido, luego de tanto trago, pensaba en lo erróneo que fue acostarse con esa chiquilla. Y no por su apariencia física, sino porque estaba enamorada de Ella, de la otra. Aquella que transitó por el pasillo mientras cabalgaba a la Camila. Ella sin tener que pensarlo dos veces se fue indignada, desilucionada por mi cochina actuación pública. Soy un malvado, un mentiroso sin nombre. ¿O no? (una pequeña sonrisa dibujo en mi cara).

Días después.

Ya no supe más de ella. Según el Fede se fue a vivir con su padres al norte. Capaz que mi inoportuno comportamiento la llevó a desalojar su departamento e irse de esta ciudad del pecado. “Ah claro, echémosle la culpa a la capital ahora”, podrían decir los niños de mamá-macabeos-tontos-fieles. Sí, tal vez. Pero creo que ni siquiera un dios como el cristiano me detuvo de hacer lo incorrecto. Cuando en el fondo desearía que me ayudará con el tema de las “parejas”, porque como ven no soy el más indicado para dar consejos. Sólo puedo agregar que esa fiesta fue el cierre de una gran amistad-pareja que siempre mantendré presente. La pregunta es: ¿me referiré a Camila o a Ella? Mmmm, dejémoslo en veremos.

FIN.

1 comentario:

dafa dijo...

excelente historia

antes leia

pero no me impotrtaba saber cosas de los demas

pero hoy te entiiendo plenamente y valoro tu sinceridad para los hechos

tengo un guion en mi cabeza

escribelo adaptalo a tu vida y hacerte famoso