Estamos jodidos

-¡Apúrate, pastel! Que viene el maldito zorrillo- dice frenéticamente Manuel a su fiel compañero Guillermo, cuando el camión verde trataba de acorralarlos en plena avenida Alameda. Ahí, junto en la estación de metro Universidad de Chile. Era un pandemonio. Piedras, palos, restos de paradero de micro; cualquier tipo de implemento contundente eran las armas para batallar en favor a una buena educación. Pero, vaya que falta educación. Los chiquillos maldecían a la fuerza pública, y éstos, golpeaban a los estudiantes como a un puching ball. Manuel y Guillermo tenían sus días contados. O eran pillados, o eran machacados. Brígido.

La tensión estaba en el aire. Guillermito, como le dice cariñosamente su madre, tiene susto.
-No quiero morir. Y estoy que me hago pipí- comentaba a su colega con pudor y ruborizo de cabro chico.
-Maldito estúpido. Hasta cuando tus mamonerías. Si debemos morir jóvenes, apuestos, en mi caso, y como mártires, al igual que el Manuel Rodríguez o el Arturito Prat, como explicaba el profe de Historia, lo aceptaré. Es nuestro destino,-sentencia Manuel.

En tanto, los carabineros estaban bajando del transporte. No quedaba otra. A rezar no más.

-¿Cómo? ¿Qué es esto? Ahora que viene los pacos vas a ponerte de rodillas a platicar con tu Dios, ese tal por cual. Adonde la viste... Buena, ¿te crees que Cristo de salvará de la patada en el culo? -Enuncia de forma interrogatoria y petulante Manuel al pobre Guillermo.

Pero este último no le hace caso y sigue hablando solo, con las dos manos juntas. Palma con palma, a la altura de la frente.

Los pacos están al lado. Uno de ellos saca su garrote, lo empina en las alturas, a uan distancia suficiente para que Manuel pueda ver el cielo despejado después de una larga lluvia. Y de reojo mira a Guillermo, quien sigue con la misma postura, pero todo mojado y no con la lluvia precisamente. Entonces Manuel habla sin vergüenzas o ataduras.

“Veo el oscuro palo grueso de la seguridad acercase a mi cráneo. No lo voy a resistir. Este es mi adiós. Me despido de las mujeres que no he podido fecundar aún: Carlita, Ximena, Francisquita, Manuelota, Canchonda... Hasta luego. Y para que decir, padres míos. Mis días de periodista han terminado... espera... nunca empezaron, si ni siquiera había estudiado para la PSU, la cual debe ser gratis, por cierto, ¡aguante Liceo 82 de Curacaví!. No obstante, debo decir que la persona que más he amado es... ¿Ah? ¿Les gustaría saber? Y fíjense que no. No lo voy a decir. Porque no deseo que esto sea otra historia en que el amor lo perdona todo, hasta mis descargos escolares. No señor, el movimiento no es para eso. Yo obedezco a la asamblea estudiantil. Sí, por un Chile con mejor educación. Eso es. No hay más comentarios. Pero antes, querida Frrr... yo le amo, my love”.

-¡Jajaja! Que estúpido te ves. Peor que yo- enuncia Guillermo, mientras se incorpora de su posición creyente y observa como Manuel habla en voz alta; con un discurso patético, digno de nuca olvidar.

-¡Yes, my love…!- sigue confesando Manuel.

Y de la nada, ambos muchachos se percatan que una bola de fuego va en dirección hacia ellos, los carabineros tratan de protegerlos con sus escudos, pero el artefacto incendiario pasa por encima de ellos y golpea en una pared de la universidad. Manuel se percata de un hombre encapuchado que podría ser el atacante, sin embargo, éste traía una identificanción de prensa.

¿Sería él?, pensaba Manuel.

Pensamiento del periodista Declaraba Humberto “Tito” Albornoz, antes de soltar la inflamable botella:

-Era un desastre en pleno centro de Santiago. Como reportero lo veo todo. Dos jóvenes en medio de la trifulca, con los pantalones mojados en la entrepierna. Los locales comerciales eran ultrajados por los “infiltrados” de la marcha escolar. No queda más que observar estas imágenes que demuestra cómo somos y qué deberíamos cambiar. Así de simple. Estamos jodidos, esa es la verdad.

Noticiero Central. Noche

Consuelo Andrade: Lamentablemente con un muerto terminaron las protestas estudiantiles. Un periodista de un medio de prensa fue golpeado por un carabinero.
Pedro Valenzuela: El sargento Malapata le dijo a los medios de comunicación que “el individuo estaba con un poleron amarrado a su cabeza, como una capucha, mientras tiraba una bomba molotov al establecimiento educacional (U, de Chile), junto al lado de dos jóvenes... Lo siento a su familia, pero no podía hacer nada”. Y reafirmó “no lo pude identificar, estaba camuflado, es la verdad”.

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